Wilson Daza
Colaborador
De pronto, el profesor se acordó de una historia muy linda... Fue en el Cauca. En ese departamento del sur del país querían formar una banda musical con niños y lo invitaron como experto para que ayudara en la selección de los pequeños que iban a integrar la agrupación.
No debía ser un proceso complicado para él: Javier Asdrúbal Vinasco Guzmán –maestro de maestros de música en la Universidad EAFIT, con una extensa e intachable hoja de vida, nominado a un premio Grammy por su talento en el clarinete– dijo sí. Ese era su mundo, su vida, la música que nacía de abajo, de las necesidades, de lo más profundo del alma.
Los niños debían grabar un video diciendo su nombre, edad, de qué pueblo venían y tocar su instrumento. Si resultaban seleccionados irían a la ciudad de Popayán y tocarían un concierto con la banda.
Llegaron niños hasta de los resguardos indígenas, lo cual le pareció extraordinario. Pero se percataron que no todos tenían instrumentos. Entonces un profesor de allá, Andrés Ramírez, tuvo que ir de pueblo en pueblo con instrumentos para prestárselos a los pequeños y que pudieran grabar su video.
Javier nunca olvidará ese día. Vio a una niña de un resguardo indígena que había sido seleccionada y tenía una facilidad tremenda para la interpretación musical.
–Cuéntame, si tú no tienes el instrumento, ¿cómo lo estudias? –le preguntó.
–Mire, yo me construí esto –respondió la chiquilla y le mostró un instrumento elaborado con un trozo de madera.
“¡Un clarinete de palo! Y ella decía: ‘Yo cierro los ojos y me imagino que esto es un clarinete. Y yo estudio. Yo practico todos los días como si estuviera tocando un clarinete’ –recuerda el profesor mientras se le ilumina la mirada–. Con ese palo estudió y quedó en la banda del departamento. Son historias chiquitas, pero muy conmovedoras".
Música para construir valores
¡Que suene la música para poder volver a vivir en paz, para olvidar las balas, para recuperar el sentido por los valores, para confirmar que mejor que la guerra es crear y combinar ritmos en una receta melodiosa que conduzca a la felicidad, a crear tejido social, a construir país y a vivir en tranquilidad!
En estas palabras se resume el misterio académico de un maestro que le ha apostado a la música que hacen comunidades, apartadas o no, que han visto en ella un método para reconstruir aquel país que el conflicto armado desangró. “A mí siempre me ha parecido que a través de la música se pueden generar valores cívicos en la niñez y la juventud, que a través de la práctica musical se adquieren y fortalecen hábitos de comportamiento que luego tienen una repercusión muy positiva en la convivencia ciudadana y que, no obstante, muchas veces las actividades de los músicos han estado descontextualizadas de la realidad de nuestro país”, reflexiona el maestro Javier Asdrúbal Vinasco.
“Además de la importancia de la práctica musical en el desarrollo cognitivo de los niños, esta les aporta habilidades sociales y de relacionamiento fundamentales para sentar las bases de una convivencia pacífica, como son el respeto, la
tolerancia, el trabajo colaborativo, la disciplina, la perseverancia, la solidaridad, entre otras. Creo también que el gozo profundo que la música puede producir en las personas debería ser un derecho fundamental y universal”.
Herramienta de cambio social
Para su alegría, encontró que hay proyectos en toda Colombia en los que la música dejaba de ser un fin en sí misma y se convertía en una herramienta para la transformación de las personas, de las comunidades y, por ende, de la sociedad.
Pone el caso de Medellín y su ejemplo emblemático: la Red de Escuelas de Música, un verdadero proyecto social. Allí, los jóvenes ocupan su tiempo libre en una actividad edificante que busca alejarlos de las pandillas, el vicio, la criminalidad y tantos peligros a los que se enfrentan los menores en las calles, en especial aquellos residentes en los sectores más marginados.
“Uno va a los conciertos de estos niños y jóvenes y siempre están el papá, el abuelito, la mamá, la tía, los amigos… Y estas personas, ya sensibilizadas de esta manera tan especial por la música, comienzan a crear una conciencia diferente frente a los horrores que muchas veces les ha tocado vivir. Por eso son proyectos maravillosos, porque dignifican al ser humano”, asegura.
Descubrió que hay muchas iniciativas en todo el país, no solo las grandes y visibles como la Fundación Nacional Batuta, que involucra a unos 90 mil niños, sino que hay centenares que están haciendo cosas muy interesantes. Por eso en su investigación se dedicó a estudiarlas.
“Con las comunidades solo somos observadores imparciales, por el momento. Ojalá pudiéramos ayudar más. Les damos visibilidad a los proyectos y empezamos a divulgarlos de distinta manera”. Javier Asdrúbal Vinasco.
Cientos de casos en todo el país
Hay, por ejemplo, una orquesta en el Chocó en la que los niños encuentran un oasis de paz dentro de un ambiente de tensiones raciales. Allí conviven y colaboran chicos indígenas, afrodescendientes y blancos. No solo tocan música clásica, también adaptaciones de los cantos comunitarios ancestrales de la región y sus propias composiciones. Lo hacen apadrinados por la Fundación Nacional Batuta.
Y hay otro proyecto que adelanta Iberacademy en el municipio antioqueño de El Bagre, en un convenio con la empresa Mineros S.A. allí desarrollan un programa musical con hijos de los trabajadores de esa compañía que explota oro, y esos niños, que viven en una zona caracterizada por la pobreza y la marginalidad, ven un panorama de vida distinto.
También visitó una escuela en Cali, en uno de los barrios más pobres de la ciudad en el distrito de Aguablanca. Se llama la Escuela Desepaz. Tiene el patrocinio de la Fundación Proartes y sus instalaciones son impresionantes. El 95 % de los niños que asisten son de raza negra: “En medio de una marginación histórica y multidimensional –asegura el maestro Javier Asdrúbal Vinasco– esta escuela se aprecia como un oasis en medio de la pobreza en donde hay niños y jóvenes cantando, tocando, ensayando con la orquesta, haciendo música folklórica, bailando… se les proporciona un mundo nuevo en donde se respira la alegría”.
Hay casos similares por todas partes: en Fredonia, en el Suroeste de Antioquia, hay un proyecto patrocinado por la Fundación Oro Molido, una exportadora de café, para los hijos de recolectores del grano. Y otros en zonas alejadas del centro del país, en Casanare, Amazonas, en la frontera con Venezuela donde hay una orquesta de niños migrantes…
“En el escenario del posacuerdo de paz, Colombia necesita escuelas de ciudadanía, de convivencia, de paz, de sensibilización humana, para sacar lo mejor que los seres humanos puedan dar y bajarle a tanto odio y polarización”. Javier Asdrúbal Vinasco.
El maestro en las comunidades
"Cada que visito alguno de esos proyectos me resulta una experiencia conmovedora. Cuando uno ve la felicidad y la ilusión de un niño tocando la trompeta, la percusión de una canción colombiana, mirándose con los otros niños, interactuando musicalmente, cuando ve a sus papás orgullosos porque el niño está tocando en el parque, en la iglesia de su pueblo o en el salón del colegio... son experiencias imborrables, son experiencias para toda la vida".
Él mismo pasó por ahí. Cuando estaba pequeño, en el departamento de Caldas, en un pueblito llamado Risaralda, Javier Asdrúbal tuvo la misma fortuna. Estaba surgiendo el plan de bandas en ese departamento y fue beneficiado con él. Su paso por el colegio resultó delicioso por los años en el grupo.
El compromiso de la academia
El maestro está convencido que existen muchos asuntos que también son muy importantes en la vida social, pero que a veces se desconocen o no se quieren ver. Uno de ellos es la dimensión espiritual, aquella que hace más humanas a las personas.
"No por tener el plato en la mesa y tener el techo o un trabajo, ya todo está resuelto para alguien. La sociedad requiere también que se le alimente en esa otra dimensión. Lo que me he dado cuenta después de conocer este mundo musical es que la academia, las universidades, hemos desconocido este contexto, hemos estado un poco al margen. No nos hemos involucrado en este tipo de proyectos en los que la música es una herramienta social y es una lástima porque podemos aprender mucho de ellos”.
Con esa inquietud planteó el proyecto a la Universidad y ya lleva un año y medio en este trabajo: “Es muy satisfactorio ver el interés y el apoyo que he recibido en EAFIT para poder adelantar una investigación en este campo”, manifiesta el docente investigador.
La importancia de su trabajo académico la sintetiza en tres razones: primera, desde la reflexión académica sobre el tema que ayuda a sistematizar la experiencia de estos proyectos; segundo, para propiciar espacios que pongan a dialogar a los distintos procesos musicales de tal forma que puedan interactuar, compartir buenas prácticas, experiencias y nutrirse mutuamente; y tercero, para ayudar a conectarlos con redes internacionales porque este tema de los proyectos sociales a través de la música es ya un asunto de agenda mundial.
Capacitar a los músicos en trabajo social
El profesor Javier Asdrúbal Vinasco también detectó otro asunto importante dentro de su investigación: los músicos profesionales no están capacitados para ejercer este tipo de trabajo con comunidades.
Explica que una queja generalizada en todos estos proyectos es que a los músicos les cuesta mucho esa labor de trabajo social. Y es debido a que no existe ningún programa académico en Colombia que brinde las herramientas que luego va a necesitar en una región o un barrio para trabajar en este tipo de proyectos sociales.
"Queremos que EAFIT sea líder en eso –asegura– y crear el primer programa académico de intervención social a través de la música, que no existe en Latinoamérica. Ya lo estamos diseñando en colaboración con el Departamento de Psicología. Es un programa que se está necesitando porque estos proyectos sociales son, hoy en día, una de las fuentes de empleo más importantes para los músicos".
Falta mucho por hacer y por eso el profesor hace una última invitación: “A trabajar arduamente en el campo musical, sin perder la búsqueda de la excelencia y la belleza, con alto sentido de lo social y vocación de servicio. Una nación como Colombia necesita reconocerse en su identidad, dignificarse y respetarse, y la experiencia musical puede contribuir enormemente a ello. No nos dará la paz, pero nos ayudará a sentar las bases para que alcancemos una mejor convivencia”.
Solo así, afirma, algún día miles de niños como esa pequeña indígena que imagina que hace música con un palo en forma de clarinete, sentirá que los acordes le construyen su alma y su vida, y le darán a ella y a sus comunidades una existencia mejor. Así...¡que viva la música!
Catambuco: vida y música en una sala de velación
En compañía de la estudiante Yully Rueda, el profesor Javier Asdrúbal Vinasco analizó el caso de un corregimiento de Pasto, en Nariño. Se llama Catambuco, queda en las montañas que son ruta de narcotráfico y por eso ha sufrido la violencia de muchos actores del conflicto.
Que esta comunidad fuese un sitio de tránsito de la droga generó problemas de adicción a unos niveles que nadie esperaba en una zona rural. Eso se sumó a la pobreza, la marginalidad y hasta a los problemas raciales porque confluyen población negra, indígena y blanca.
Una familia, sin el apoyo del Estado o particulares porque tampoco hay empresa privada en la zona, decidió crear un grupo musical para los niños y jóvenes: la Banda Guadalupana.
Era una familia de músicos y lo hizo para tener un espacio de tranquilidad, crecimiento personal y dignificación del ser humano. El trabajo con el grupo tiene un impacto gigante en la comunidad, pero lo hacen con las uñas.
Los instrumentos que poseen son de la peor calidad. Son donados a punta de pedir por aquí y por allá: que regáleme una trompeta, cómpreme este tambor y así, como de ponchera. Por cada cinco niños hay un instrumento. Por eso no pueden ensayar todos a la vez y, aun así, hacen un trabajo de alto impacto comunitario.
Los ensayos los hacen en una sala de velación, la única del pueblo. Cuando no hay finado, la banda ensaya allí. Cuando lo hay... no tocan. ¡Pero siguen vivos!
El sueño de una filarmónica embera
La Fundación Música para la Paz trabaja con jóvenes y niños de dos comunidades en Antioquia. Una en el municipio de Valparaíso (región del Suroeste), fundada hace cuatro años e integrada por población indígena de los embera chamí, y otra creada hace tres años en Uveros, un corregimiento ubicado a 10 minutos de San Juan de Urabá de la que hacen parte muchachos afrodescendientes.
Raquel Cadavid, cantautora antioqueña, es el alma de este proyecto, ahora Fundación, ayudada por un equipo en el que se destaca el líder Santiago Botero. La Fundación le procura a sus integrantes entre 10 y 20 horas semanales de fundamentación musical con profesores que acompañan el aprendizaje de los niños.
Entre sus metas está crear la primera filarmónica embera del país, para recuperar algunas raíces culturales de esta etnia indígena que está perdiendo algunas raíces culturales como su lengua.
La fundación busca dar buenos frutos a través de lo espiritual, no colonizar comunidades sino restablecer los derechos, y mantener la cultura y las costumbres autóctonas. Por eso, para los niños indígenas o afro hoy se hace fácil tomar un chelo o un violín, y adaptar una melodía clásica con sonidos propios teñidos de visiones ancestrales.
Javier Asdrúbal Vinasco Guzmán
Doctor en Música por la Universidad Nacional Autónoma de México. Jefe del Departamento de Música, donde imparte clases de clarinete y música de cámara. Es representante por Colombia ante la International Clarinet Association y director del Festival ClariSax de Medellín. Le interesa la música de compositores latinoamericanos, evidente en sus diez discos, uno de ellos nominado a los Latin Grammy Awards en 2008.