Octavio Gómez Velásquez
Colaborador
Las imágenes que acompañan este artículo son de la exposición Historia imaginada: el legado de Mario Posada, pinturas que el fotógrafo le donó a EAFIT y que se exhibieron en la conmemoración del Bicentenario.
Con actividades académicas, publicaciones científicas y digitales, conciertos y exposiciones artísticas, la Universidad EAFIT conmemoró el Bicentenario de la Batalla de Boyacá. “Quisimos recuperar el sentido patriótico que acompañó el proceso de consolidación de la nación colombiana como república, sin patrioterismos ampulosos y sobredimensionados”, explica la profesora Liliana María López Lopera, jefa del Departamento de Humanidades de la institución.
Para la docente, rememorar este acontecimiento particular y otros procesos de la época permiten resaltar la importancia de la afectividad patriótica y el aporte a un ideal significativo en los estados modernos: el de la construcción nacional a través del robustecimiento de los sentimientos nacionales.
“Esto resulta particularmente importante en países como el nuestro –afirma–, donde los lazos étnicos y la experiencia histórica común no son suficientemente fuertes o resultan limitados y problemáticos para fundamentar los sentimientos de pertenencia nacional”.
Las diferentes actividades realizadas en EAFIT durante el mes de agosto de 2019 fueron posibles gracias a la participación de la Rectoría de la Universidad, los departamentos de Humanidades y Música (ambos de la Escuela de Humanidades), el Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas, Editorial EAFIT, Extensión Cultural y el Departamento de Comunicación.
“Somos conscientes de que la recuperación de la tradición nacional y el cultivo de las emociones políticas, con la cual deben comprometerse los mantenedores de la cultura, como lo son las universidades, se materializa a través de la promoción de múltiples proyectos culturales, políticos, legislativos, científicos y sociales”, concluye la profesora López Lopera.
1. Boyacá, el modesto puente que selló la independencia de América
La victoria de Simón Bolívar en la batalla del puente de Boyacá, el 7 de agosto de 1819, a pesar de ser una de las más modestas y limitadas por su despliegue militar, fue el punto de quiebre en la lucha de las élites españolas y americanas por el control de los países andinos.
Esa es la tesis que defiende el profesor José Luis Villacañas Berlanga, de la Universidad Complutense de Madrid, invitado por la Universidad EAFIT para la celebración del bicentenario de aquella batalla.
Villacañas recuerda que las tropas realistas eran la III División del Ejército de Fernando VII y apunta que, en realidad, solo eran nacidos en España los oficiales de alto rango, en tanto que la milicia era tan criolla como los libertadores, al punto que era difícil distinguirlos. La victoria, que costó la vida de un poco más de un centenar de bajas en ambos bandos, desbarató la unidad de los españoles que fueron retrocediendo hacia Cartagena –en sucesivos ataques de las tropas de Bolívar–.
Pero el gobierno de Fernando VII no se resignó a la pérdida de los inmensos territorios y en medio de las tensiones políticas que liberaba la Constitución de Cádiz comenzó a organizar la expedición para recuperarlos: “Se iniciaron los preparativos del Ejército de Ultramar, en un clima casi de completo caos, pues el ministro de Hacienda Martín de Garay no había logrado en 1818 la reforma impositiva”, escribe el profesor Villacañas.
“La Pepa” como se llamó popularmente a la Constitución de Cádiz (1812) fue el primer ordenamiento constitucional español, establecía la soberanía en la Nación (y no en el rey), la separación de poderes, el voto universal y la libertad de imprenta, entre otros mandatos que incluían la modernización de la hacienda pública.
La reforma de Garay pretendía mejorar los ingresos y con ellos facilitar la dotación de las tropas que regresarían a retomar el control en las provincias de Venezuela, la Nueva Granada, Ecuador, Perú y el Alto Perú donde, simultáneamente, las tropas al mando del mariscal Antonio José de Sucre consolidaban las victorias sobre los reductos realistas.
La suerte del Ejército de Ultramar quedó echada desde el comienzo: las tropas en su mayoría llegaron a las filas forzadas: los oficiales por las promesas de los beneficios y los soldados a cambio del perdón de condenas por delitos comunes. Pero, ya dispuestos para el viaje, las divisiones entre liberales (moderados y exaltados) y monarquistas terminaron en una guerra civil y las tropas que debían embarcar en 1821 se quedaron luchando en la península.
La del puente de Boyacá había sellado la suerte a ambos lados del Atlántico.
Solo eran nacidos en España los oficiales de alto rango de las tropas realistas, en tanto que la milicia era tan criolla como los libertadores.
2. ¿La caída del imperio español desató la independencia nacional?
La independencia de las colonias españolas en América no fue el resultado de un proceso incubado a este lado del mundo, sino una las consecuencias de la caída del imperio español.
Esa es una de las hipótesis que se han venido afianzando en los estudios recientes sobre el bicentenario de la independencia americana que defiende la profesa Liliana López al decir que “la ruptura con la España fue la consecuencia de un evento de época y externo […] no se trató […] de unas colonias que se independizan sin destruir la metrópoli sino del colapso de un imperio que libera a las colonias”.
Esta idea contradice la versión más difundida según la cual la independencia en Colombia fue el resultado de tres momentos: “La Revolución de los Comuneros en marzo de 1781 en la plaza mayor del Socorro; la traducción y publicación de los Derechos del Hombre realizada por Antonio Nariño en 1793 y el alzamiento del pueblo de Quito contra el gobierno español el 10 de agosto de 1809”.
La profesora López recoge las visiones que presentaron sus colegas François Xavier Guerra, José Carlos Chiaramonte y Antonnio Annino, quienes han ofrecido lecturas novedosas sobre las independencias hispanoamericanas. Ellos coinciden en recoger, dentro del mismo proceso histórico, la Revolución Liberal en España con la emancipación en las colonias.
Entre 1808 y 1814 el esfuerzo militar español se concentró en expulsar a las tropas francesa de Napoleón y en devolver el poder a Fernando VII. En ese lapso se produjeron los alzamientos en las colonias americanas que terminaron por convertirse en las primeras formas republicanas.
Sin embargo, al regreso de la monarquía española no hubo un poder lo suficientemente fuerte para mantener unido al imperio y las élites americanas ya habían probado sus primeras formas de gobierno autónomo.
El profesor Chiaramonte destacaba la paradoja de que “las élites patrióticas y libertadoras se presentaran como americanos o como españoles-americanos, y nosotros las leamos como mexicanos, argentinos, peruanos o colombianos”.
Un discurso necesario
En ese contexto aparece, en febrero de 1819, el Discurso de Angostura, en el cual el libertador Simón Bolívar pone las que, en su consideración, deberían ser las bases de la república de Colombia.
La profesora Liliana López hace énfasis en que el Libertador entiende la necesidad de construir una república que recoja las experiencias de Grecia y Roma, así como de lo aprendido de la Francia revolucionaria y los Estados Unidos.
Bolívar, dice la filósofa Liliana López, sabía que las naciones americanas no tienen claro en su nacimiento el lugar que deben ocupar en la “familia humana” por lo cual debería partir de un principio de “pertenencia política”.
Para esta investigadora, doctora en Humanidades, conmemorar este discurso “permite recordar la extraordinaria y difícil labor que tuvieron que afrontar los patriotas letrados y libertadores para crear e inventar la nación de ciudadanos en Hispanoamérica”.
Bolívar optó por un ideal de nación que mantenía la primacía de las dimensiones política y territorial sobre las identidades etnoculturales y etnoterritoriales.
3. La historia es construída por sus testigos
Luis Perú de la Croix, en el Diario de Bucaramanga, escribió que fue Bolívar el autor de la historia de la muerte de Antonio Ricaurte en la explosión de una armería, “para entusiasmar a mis soldados, para atemorizar a mis enemigos y dar la más alta idea de los valerosos granadinos”.
La verdad es que Ricaurte murió en la retirada de San Mateo de un balazo y un lanzazo, y “lo encontré”, decía Bolívar, “tendido bocabajo, ya muerto”, relata la profesora Patricia Cardona –coordinadora del Doctorado en Humanidades de EAFIT–, en la ponencia titulada El pasado como modelo a imitar. Relaciones entre historia y memorias, siglo XIX colombiano, presentada en la Universidad dentro del acto académico de celebración del Bicentenario.
Relatos que crean epopeya
La profesora propone tres formas de construcción de la memoria, aludiendo a igual número de libros sobre el relato de los días de la independencia de 1819.
El primero, de José María Espinosa, con Memorias de un abanderado. Recuerdos de la Patria Boba, 1810-1819 (1876), el cual intentaba hacer una pintura de los hechos sucedidos en la primera guerra civil entre centralistas y federalistas, donde el autor fue abanderado del ejército de Nariño y en una época en la cual la guerra era una forma, con maneras “caballerescas”, de ejercer la política porque “es cierto que enfrente tenemos la muerte, pero detrás tenemos es ignominia”.
Las de Espinosa eran acuarelas donde el pintor no trataba de ser protagonista sino el delineador de grandes gestas políticas y militares.
La segunda era Memorias del general José Hilario López, antiguo presidente de la Nueva Granada. Escritas por él mismo (1857), en las que es actor principal y testigo. Para López, la guerra es el camino a la gloria y afirmaba que el levantamiento de 1810 “hizo nacer en mí el deseo de ser uno de los que debía luchar contra los Españoles [sic]”.
Por eso, las memorias del general exaltan al héroe que se inmola en el altar de la patria y para ello usa el sacrificio de Policarpa Salavarrieta: “Ved que, aunque mujer y joven, me sobra valor para sufrir la muerte y mil muertes más, y no olvidéis este ejemplo”, porque el autor sabe que el relato construye la historia.
La tercera es Memorias histórico políticas, del general Joaquín Posada Gutiérrez, que es el fruto de su posición como testigo de la independencia y de las primeras décadas de vida independiente.
Su autor quería dar una visión de las causas que llevaron “al naufragio de la República de Colombia, entre ellas la polarización política y militar, las ambiciones caudillistas, la pugnacidad que fraccionó a la Primera República”, en un relato que va desde 1821 hasta 1863 y cuyo objetivo es dejar una lección para las “generaciones venideras” sobre los errores que no se debería cometer: aborda el relato de las guerras civiles partidistas de esos 42 años.
"Todos los pueblos comprenden la necesidad y la importancia de una gloriosa tradición nacional y cuando la tienen escasa, la magnifican. Y cuando no la tienen, la inventan”. Carlos Arturo Torres, a comienzos del siglo XX.
La vencedora fue una contradanza interpretada por músicos criollos dirigidos por el coronel José María Cancino en el campo de la Batalla de Boyacá y es de las pocas de la época que se conservan.
4. La música, otro relato de la gesta libertadora
La contradanza, el pasodoble, el baile inglés schottish o shottish (o chotis), el vals o el bambuco, entre otros, fueron el germen de los bailes regionales colombianos, afirma el profesor Fernando Gil Araque, responsable del programa musical con el que la Universidad EAFIT conmemoró el bicentenario de la Batalla de Boyacá.
Gil, profesor del programa de Música, reconoce que el repertorio de obras que se conservan de la época de la independencia y de los años siguientes “no es muy abundante pero las composiciones que sobreviven cuentan sobre los aires de moda escuchados en la época”.
"El Papel Periódico Ilustrado (1884) narra que La vencedora fue interpretada por músicos criollos dirigidos por el coronel José María Cancino en el campo de batalla (de Boyacá) y que La Libertadora fue compuesta para el baile de agasajo a Simón Bolívar en Bogotá” después de la victoria, afirma el profesor Gil.
La obra Las cornetas es un pasodoble que se usó, a manera de marcha, en los cambios de guardia en el Palacio de San Carlos, aún hoy es utilizado en la Casa de Nariño.
“La guaneña es un bambuco nariñense de tradición popular interpretado en la batalla de Ayacucho, por integrantes del batallón Voltígeros, en su mayoría de la región de Pasto”, agrega el docente, en referencia al programa preparado por su Departamento para la celebración.
Añade que los autores centenaristas (los compositores que vivieron y tuvieron una rica producción musical durante el primer centenario de la independencia) participaron activamente en esa conmemoración y enumera a Pedro Morales Pino (1882-1945) y a Gonzalo Vidal Pacheco (1864-1946), “quien compuso la marcha triunfal conocida como Boyacá. Obra conmemorativa presentada en el concurso del Ministerio de Instrucción Pública para conmemorar el primer centenario de la batalla de Boyacá. La obra utiliza paráfrasis [que consiste en reformular materiales musicales existentes en términos propios] del Himno Nacional, recurso utilizado por los compositores de la primera mitad del siglo XX”.
En la actualidad, el chotis es una danza antioqueña, suerte de adaptación de los bailes campesinos con los bailes de salón que llegaron a la región en el siglo XIX. Como se mencionó, el scottish (escocés) fue un baile popular en el centro de Europa que en nuestro medio fue conocido como el “baile inglés”.
Es importante recordar la llegada de mineros europeos desde 1825 y, de forma particular, de ingenieros y mineros británicos a diversos centros mineros de Antioquia, momento en el que se mezclaron costumbres y músicas locales con bailes del Viejo Continente.