Una palabra: confianza. Un grupo de actores: la comunidad universitaria. Un objetivo: la integridad académica. Los elementos están identificados, la meta también. ¿Dónde está la desconexión?
Según lo expuso Tracey Bretag, docente de Ética, Comunicación y Desarrollo profesional de la Universidad de South Australia, el problema de la integridad académica es el resultado de la desconfianza entre profesores y alumnos, quienes se encuentran, si acaso, en los salones de clase para hacer un intercambio que, en sus palabras, más parece una transacción comercial: el uno paga, el otro entrega un conocimiento.
Y es que la experiencia universitaria ya no se valora como un proceso en el que, más allá de la obtención de un saber particular, se adquiere la habilidad de pensar, dijo Bretag, quien añadió que “el valor lo tiene actualmente el diploma, que es un mero símbolo que no tiene en cuenta lo que se hizo para obtenerlo”.
La invitada de la conferencia central de la quinta fase del programa institucional Atreverse a Pensar explicó que este panorama es, en parte, el resultado de los escasos lazos que median entre alumnos y profesores entre los que se generan tensiones por varios factores.
¿Confían los estudiantes en sus profesores?
De acuerdo con la investigación de Bretag estas son algunas de las razones: el contenido de las materias no es acorde con el contexto actual, se percibe que el material que utilizan es obsoleto y poco atractivo, no hay retroalimentación de los trabajos entregados, los jóvenes no tienen acceso a los profesores fuera del aula, los docentes incumplen el horario y las fechas de entrega de las notas, no son imparciales en su trato con los alumnos y no tienen empatía con sus problemas personales.
En síntesis, reconoció Bretag, “los profesores no estamos haciendo de la enseñanza una prioridad”, y esto lo perciben los estudiantes con los que se ha llegado a un implícito pacto en el que “yo te dejo en paz, si tú me dejas en paz”, es decir, notas decentes y poco esfuerzo por parte de ambos.
¿Confían los profesores en sus estudiantes?
Pero la crisis de la integridad académica también tiene otra cara: la de la desconfianza que sienten los docentes frente a sus alumnos y que, en parte, es producto del valor que les da la sociedad a los educadores.
A ellos, manifestó Tracey Bretag, cada día se les exigen más resultados. “La puerta de mi oficina está cada vez más entrecerrada”, admite Tracey, quien es consciente de la dificultad de encontrar un equilibrio entre la enseñanza de calidad y las demás imposiciones propias del mundo académico.
Que los alumnos no tengan acceso a sus docentes y no encuentren en ellos interés por su aprendizaje puede llevar a que recurran al plagio u otras prácticas deshonestas para cumplir con sus asignaciones. A su vez, la trampa genera una reacción negativa en los profesores, que pueden llegar no solo a generalizar los comportamientos, sino a convertirse en policías.
¿Cómo hacer frente a esta situación?
No hay fórmulas mágicas, manifestó durante su conferencia la profesora, pero hay acciones que pueden ayudar como establecer reglas y estándares para toda la comunidad universitaria; destinar recursos para capacitar a los docentes en herramientas pedagógicas; y, sobre todo, darle valor a la integridad académica como una cultura que se construye en todos los que integran la comunidad académica.
Se trata, además, según la propuesta de la docente, de formar a los estudiantes en los valores sobre los que se sustenta la integridad académica: honestidad, confianza, respeto, imparcialidad y responsabilidad.