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Estudiantes / Opinión / 21/05/2014

El blanco no da en el blanco

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Las opiniones publicadas en esta sección son responsabilidad de cada columnista, y no representan necesariamente el pensamiento y la visión de la Universidad EAFIT

​​​​​​Por: Juan David Correa Henao, estudiante de séptimo semestre de Ciencias Políticas. ​

​ ​​“En la India, quienes llevan luto visten de blanco. En la Europa antigua, el negro, color de la tierra fecunda, era el color de la vida; y el blanco, color de los huesos, era el de la muerte”.

Esta frase de Eduardo Galeano no podría ser más pertinente para el asunto del voto en blanco: el voto en blanco entierra y enluta el fenómeno político. La emergencia del voto en blanco en unas elecciones debe ser algo excepcional y no permanente.

Si se da recurrentemente hay algo que anda mal con la democracia. En teoría, el sistema democrático permite el encuentro y la confrontación de las más abigarradas perspectivas políticas, brindando los dispositivos institucionales para que se dé el espacio de disenso y que alude a su mismísima alma: el pluralismo.

Se dice que las personas que no hallan acomodo en el bufet de programas ofrecidos por el escenario democrático, apelan al voto en blanco para esbozar su inconformidad. También se dice que todas las personas que hacen uso de esta expresión política tienen un criterio muy bien constituido y que encabezan la lista de los electores que tienen un verdadero “voto de opinión”. Tales comentarios tienen una esencia paradójica.

Es cierto que cuando algunas personas están descontentas con el gajo de opciones existente y se sirven de este recurso democrático están haciendo uso de una opinión bien cimentada. A estos individuos les preocupa la sociedad en la que se hallan inmersos y claman por mejores propuestas. Desafortunadamente, los sujetos anteriormente descritos son un porcentaje ínfimo de los votantes en blanco.

El grueso de los que pertenecen normalmente o coyunturalmente a esta inclinación política del voto en blanco son unos haraganes. Tienen una preconcepción pesimista de la política y de los políticos que es inmodificable. Viven en un nihilismo que reniega de cualquier posibilidad de cambio. Cuando están ad portas de unas elecciones (de cualquier índole) saben que prenda usarán: una guayabera nívea.

Cambian el canal de televisión cuando observan a otro “demagogo” más pescando incautos con su retórica. Pasan raudos por las primeras páginas del periódico para ir a la sección del horóscopo, en donde se les dirá que la vida de ellos podrá verse alterada con el titilar de algunas constelaciones.

Lamentablemente no hay una constelación que se llame Winston Churchill y que les pueda hacer un llamado de entrometerse más en lo mundano, en lo político. Son haraganes porque el prejuicio que tienen con la política les impide enterarse y empaparse del abanico de opciones que hay, truncando la posibilidad de identificarse con ciertas ideas que puedan engendrar lo que ellos consideran como su “mundo mejor”.

La apatía nunca será un buen camino para fortalecer una sociedad democrática. Además de lo anterior, hay que decir que muchos de los descreídos políticos se quedan haciendo una plácida siesta los domingos de votación.

Pero, dentro del mundo del voto en blanco hay unos personajes que le hacen un enorme daño al sistema político: los que hacen proselitismo con este concepto. Tales personas son directamente anti-políticas, puesto que no buscan participar en el entramado social a partir de ideas y de propuestas sino que, más bien, buscan torpedear las que se tienen.

La idea del voto en blanco se siente a sus anchas en las democracias más débiles. La corrupción de los llamados “politiqueros” o “demagogos” ha sido un aliciente fuerte para que no se tengan percepciones muy optimistas sobre el  quehacer político. Es por esto que algunos de los que están cansados de la situación utilizan el voto en blanco como un “voto castigo” contra estos delincuentes que tienen el “cuello blanco”. Así pues, los intentan llevar al cadalso y ahorcarlos con una soga blanca, para que no desentone con su look.

En esta percepción hay mucho de ingenuidad. La manera de contrarrestar las fechorías de los políticos no es votando en blanco, sino votando por candidatos íntegros que puedan enfrentar a estos en la arena pública.

Canalizando el voto de opinión en propuestas que tengan un color político ayudaría mucho a que se fortalezcan las personalidades de las democracias precarias. Si se vota en blanco y no se contemplan las opciones que no brillan a causa de la publicidad (pero que tienen un buen tejido propositivo) se estará dejando el camino expedito para que las maquinarias se impongan y, de paso, se perpetúe la corrupción.

Los “politiqueros” no buscan adeptos en personas sensatas, instruidas o versadas. Por el contrario, le tienen pavor a las opiniones equilibradas. Hacen uso más bien de recursos extra-políticos (como la compra de votos) para adjudicarse sus victorias.

Se debe renegar del voto en blanco que sea hijo del desinterés y se debe propugnar por el círculo cromático de la política. La lucha en contra de los delincuentes de la política se debe hacer adentro y no afuera de la política misma.

No está de más recordar la sesuda frase del historiador británico Arnold Toynbee: “El mayor castigo para quienes no se interesan por la política es que serán gobernados por personas que sí se interesan”.

Última modificación: 04/02/2015 17:45

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