Los maestros han sido, son y serán siempre la más grande influencia del ser humano. En un día como lo es la celebración del día del maestro todos recordamos a esas personas que nos enseñaron a leer, a escribir, a sumar, a restar…
A unos los recordamos de buena manera por sus enseñanzas o por su forma de ser y de transmitir conocimiento, mientras que otros, tal vez, nos transportan a situaciones amargas. Pero sin importar la forma en que los tengamos grabados en nuestras mentes y corazones, todos han influido en nuestras vidas y han contribuido en nuestra formación para ser las personas que somos.
Es claro que la educación ha cambiado con los años, que los maestros hoy en día no son como eran antes. La labor de los maestros ha sido devaluada con el paso del tiempo, pues los estudiantes y sus padres no tienen la misma clase de respeto hacia ellos y el enseñar ya no se valora de la misma manera.
Me es inevitable preguntarme ¿qué sería entonces de la sociedad sin los maestros?, ¿cuántas cosas no se habrían podido desarrollar de no ser por ellos? Ni la ciencia, ni la arquitectura, ni la ingeniería, ni la economía, entre otros, serían nada de lo que son si los maestros no se hubieran encargado de transmitir y compartir sus conocimientos de generación en generación.
Mientras que muchos profesionales cierran sus oficinas y llegan a su casa a descansar, el maestro debe cerrar sus aulas y llegar a casa a calificar trabajos y exámenes o a preparar su próxima lección.
Es una de esas profesiones donde las demás personas tienden a estar por encima del tiempo y las necesidades propias, y nosotros como estudiantes no vemos el sacrificio y esfuerzo que hacen. Ya no se ve que el día del maestro un estudiante llegue con un detalle a decirle “Feliz día” a esa persona que se levanta a diario con un único propósito: prepararnos para la vida.
A los maestros les debemos más cosas de las que dimensionamos y lo mínimo que podríamos hacer por ellos es reconocerles en su día su labor de manera especial y sincera.