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Estudiantes / Opinión / 21/05/2014

Votar: más que un derecho

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Las opiniones publicadas en esta sección son responsabilidad de cada columnista, y no representan necesariamente el pensamiento y la visión de la Universidad EAFIT

​Simón Pérez Londoño, estudiante de quinto semestre de Ciencias Políticas. sperezl1@eafit.edu.co  

​ ​​​​Los niveles de abstencionismo en Colombia, tanto en elecciones presidenciales como para los comicios del Senado y Cámara, generan preocupación, no solo porque reflejan una apatía política en la población electora, sino porque cuestionan profundamente la realidad de nuestra democracia duradera pero endeble.

Por definición, un régimen democrático debiese ser participativo en alto grado, en donde el colectivo sea quien tome las deliberaciones y quien ejerza plenamente su soberanía. No  obstante, tanto en la práctica como en la teoría, la exclusión se ha hecho presente en el país, ha dejado, por un lado que la abstención fulgure y, por el otro, que el voto de opinión se esfume.

Pero es que ni siquiera los griegos antiguos, quienes esbozaron la democracia como forma de gobierno, hace más de 2000 años, lograron afianzar una participación de todos, ya que a  muchos ciudadanos les era imposible asistir a los debates en la asamblea, lugar donde se efectuaba el carácter participativo de la antigua Atenas.

Además, excluidos de las deliberaciones estaban las mujeres, los esclavos y los extranjeros. Así pues, la democracia ha demostrado, desde sus albores, que puede no ser tan incluyente como se pregona y que, tanto en la demagogia como en la compra de votos, el poder de decisión no se materializa en el pueblo.

Hoy en día el panorama en el país demuestra que nuestra democracia tiene falencias serias, bien sea porque gran parte de la población no ejerce el derecho al voto o porque un buen porcentaje de quienes lo ejercen lo hacen por maquinarias y no por un proceso de deliberación reflexiva.

Esto solo hace que  el poder se concentre en unos pocos, que el destino mismo de Colombia se defina en pequeños círculos de influencias. Se utiliza el capital electoral con política sucia, demagogia (que también la previeron los griegos), con campañas difamatorias y con el uso de la denigración en las redes sociales.

Esto, como se ha visto en los últimos días, no es un panorama de una campaña en especial, sino que es preocupantemente la costumbre que hemos venido adquiriendo en el manejo de las últimas campañas, incluyendo la de Juan Manuel Santos en 2010.

Pero, la forma de protestar no es, de ningún modo, la abstención, pues esto implicaría ceder el gobierno sin ninguna resistencia. Eso sería renunciar a lo que por definición nos corresponde.

Para contrastar el panorama anterior, nos queda como mecanismo la posibilidad de votar para decidir, como pueblo soberano, el futuro que nos atañe. Eso implicaría revalidar los principios participativos de la democracia -ojalá sin exclusiones- y le daría una voz a una población que poco la ha tenido.

Pero no es solo votar. Es cumplir con un proceso de deliberación, en el que se decida con base en el criterio racional, en el debate y en las propuestas. Por eso hay que vencer no solo el abstencionismo, sino la participación manipulada, comprada, a ciegas y movida por la fe y no la razón.

En este contexto, el voto ya no es solo un derecho, sino que se erige tanto en una responsabilidad como en un deber. Porque, por nuestro propio futuro y por el vigor que deberíamos darle a la participación en una democracia, somos nosotros los llamados a decidir, incluso cuando nuestra preferencia sea el voto en blanco  en tono de protesta.

Pese a las deficiencias mismas de la forma de gobierno que nos cobija, el pueblo debe hacer valer su voz porque es la que, en definitiva, define la legitimidad de un determinado gobierno.

Ya no hay espacio para darnos golpes de pecho por la situación actual. Ahora, dada la premura, solo queda demostrar la inconformidad ejerciendo el deber y  el derecho al voto de manera racional y crítica. Solamente así se pueden derrotar las maquinarias, los manipuladores del poder y las falacias de las propagandas de la política sucia.

En definitiva, está en nuestras manos hacernos sentir o desentendernos de la política, haciendo que el poder cada día se esfume más en una democracia en la que impera la despolitización, el abstencionismo, las maquinarias y la desazón.​

Última modificación: 04/02/2015 17:42

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