El primero disfruta de toda la racionalidad fundamentada por estudios universitarios que le brindan adaptabilidad a entornos cambiantes, y lo más importante, la capacidad de tomar decisiones basado en un saber racional que le da las facultades para estructurar soluciones, lo que le permite hacer frente a los desafíos del futuro, dejando a un lado las soluciones tradicionales derivadas de conocimientos adquiridos y provenientes de la experiencia, como lo hace su doble el homo administrativus.
Teniendo en cuenta la premisa expuesta por Richard Déry que dice: “La administración se legitima en la sociedad, participando de esta”, se encuentran ciertas premisas sobre el saber de los directivos que ahondan en aquellas situaciones en las que se ven envueltos los administradores que afectan el desempeño de la organización como tal.
Y en nuestras prácticas profesionales pudimos evidenciar la presencia de algunas de estas premisas. Hay empresas, por ejemplo, donde el discurso directivo resalta la importancia de los estados emocionales, pues el aporte de uno se convierte en la materia prima del trabajo de alguien más.
De hecho, muchas organizaciones hacen, durante el proceso de selección de personal, especial énfasis en el ser del empleado, ya que este no puede ser moldeado para que se ajuste a las necesidades de quien contrata.
De esta manera, el dirigente no puede controlar los estados emocionales de su equipo de trabajo, así como tampoco convertirlos en parte de su estrategia organizacional, pero ellos sí podrían ser obstáculos en el camino, pues un empleado sin el control de sus emociones no tiene su mente disponible para el rendimiento de sus actividades en la organización.
Adicionalmente, sin la concentración necesaria podrá perder efectividad en el desarrollo de las mismas y correr el riesgo de provocar re-procesos. Por esto, la modalidad de trabajo en equipo se vive en todas las organizaciones y no es algo exclusivo de una sola.
De otro lado, es peligroso llevar a extremos la práctica gerencial y convertirla en rutina y, peor aún, en un saber administrativo y corporativo irrefutable. Y aunque en algunas empresas ese es el estilo de gestión vigente, esas verdades o esquemas también constituyen un saber cuestionable.
Hay compañías en las que muchas decisiones y procesos del día a día se hacen bajo el esquema de un directivo de antaño, que por su vasta experiencia y forma de hacer las cosas, hace que sus subalternos las realicen de la misma manera porque así se ha hecho siempre.
Y, si bien hay ambientes de trabajo en los que se percibe armonía, colaboración y alto compromiso con la empresa, algunas dejan un sabor a ambigüedad en las decisiones de la dirección.
Una conclusión a la que se llega es que en el contexto de las organizaciones, donde las decisiones tomadas son, por lo general, producto de la planeación, pero los resultados son, en gran parte, consecuencia de situaciones emergentes (y muchas veces no consideradas), se hace necesario que homo academicus y su doble funcionen como uno solo.
El primero sería sólo un portador de teorías administrativas, carente de la experiencia de su doble y, el segundo, un simple portador de experiencias sin saberes fundados, e incapaz de tomar decisiones en escenarios cambiantes.