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​Noticias / Opinión

23 de julio de 2013

Las opiniones publicadas en esta sección son responsabilidad de cada columnista, y no representan necesariamente el pensamiento y la visión de la Universidad EAFIT.
Fundación Mario Escobar Velásquez,
un tesoro del fondo del mar

Por Diana Escobar Villegas, estudiante de tercer semestre de Comunicación Social.

"La sensación de vacío al acabar de escribir una novela genera una displicencia terrible. Uno no sabe qué hacer, pero no quiere nada. Uno es unas cenizas de un fuego que se apagó: es decir nada. Es su frío, al acabarse. Acabar una novela se parece a morir. Es un fin. ¡Y cómo cuesta renacerse!"
Mario Escobar Velásquez, Diario de un escritor -extractos-.

En 1979 Colombia conoció a un nuevo escritor, mi abuelo. Un nombre de quien nunca antes se había escuchado hablar ganó el Premio Nacional de Novela Vivencias, con un libro en hojas de máquina de escribir con correcciones hechas a mano por su mismo autor y titulado Cuando pase el ánima sola.

Este hombre se hizo conocer en el mundo de la literatura antioqueña a sus entrados 50 años con –según Luis Fernando Macías, gran amigo y colega suyo – “una obra de profundidad humana, en la que lo fundamental es su capacidad de leer la realidad, de crear personajes a partir de esta y de la observación empírica, de su percepción psicológica de los seres vivos, los no vivos y los seres de la vida diaria”.

La Fundación Mario Escobar Velásquez la componen diferentes personajes que hicieron parte de la vida de mi abuelo, que, aunque son admiradores de su obra, tienen como fin principal no dejarla pasar al olvido, reeditando todos sus libros y publicando aquellos que, siendo inéditos, permanecen en la biblioteca de mi padre encuadernados en pasta gruesa, azul y con sus títulos en letras doradas, libros que mi abuelo nunca sacó a la luz pero dejó en hojas ya no tan blancas, marcadas con la tinta de su Olivetti del 82.

La junta directiva está compuesta por Héctor Escobar, Julia Escobar, Luis Fernando Macías, Juan Luis Mejía, Jairo Morales, Darío Henao y Guillermo Jaramillo Villegas. Este último fue quien hizo posible el primer gran paso de la fundación, a finales del año pasado: reeditar Cucarachita Nadie, libro cuya primera edición, en 1993, mi abuelo le había dedicado, puesto que Guillermo siempre fue, y sigue siendo, mecenas de su obra. Por eso le tenía un gran aprecio y agradecimiento.

Para Luis Fernando, la fundación es necesaria por las circunstancias en que mi abuelo vivió y produjo su obra, puesto que no fueron las adecuadas para su divulgación, tanto por la falta de editoriales disponibles como por la gran cantidad de libros que escribió.

En su momento, el problema fue de tal magnitud que algún día mi abuelo decidió crear su propia editorial para publicar sus libros, abriéndose paso él mismo con Thulé, nombre no solo de la editorial, sino también de su finca en Urabá, palabra que, según la mitología escandinava, significa “lugar más allá de las fronteras del mundo”.

Thulé, su lugar para inspirarse en la creación de muchos de sus libros y textos, es ahora el nombre de la editorial, cuna de todos sus escritos.

El cuerpo de Mario ha reencarnado en un guayacán de flores amarillas que sembramos sus hijos y nietos en su finca en Sajonia. En quienes lo amamos y los nuevos lectores está la posibilidad de mantener vivo su legado y tesoro más grande: su obra, que invito a conocer y a disfrutar, tanto o más como yo misma lo he hecho, ya que sus personajes son únicos y reales, y su narración lleva a mundos difíciles de alcanzar en nuestra realidad.