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Noticias / Opinión

27 de febrero de 2013

Las opiniones publicadas en esta sección son responsabilidad de cada columnista, y no representan necesariamente el pensamiento y la visión de la Universidad EAFIT.

Nuestras ventanas rotas

Por Daniel Bravo Andrade, estudiante de quinto semestre de Comunicación Social.

 
No suelo decir a los demás qué deben hacer, ni cómo deben hacerlo. Tampoco espero pontificar sobre el asunto, no soy Manuel Antonio Carreño ni conozco su Manual de urbanidades, pero creo que a los eafitenses nos hace falta un llamado de atención sobre civismo y comportamiento.

Mi interés en el tema nació gracias al trabajo de reportería que he visto desde el Periódico Nexos. Trabajé durante algún tiempo en una sección llamada el “Nexi-patrullero”, donde se documenta y condena a los mal parqueados. Después de esto, desarrollé la habilidad para encontrar todos esos atropellos que cometemos a diario en el campus.

Puede que cosas como una de las bicicletas de la Universidad (Sibi-EAFIT), con una llanta pinchada y tirada en un parqueadero no preocupe a nadie, pero el asunto se intensifica rápidamente y entonces se llega a ver cuatro carros simultáneamente estacionados en los parqueaderos de discapacitados, sin la identificación adecuada (de personas con movilidad limitada). En ese punto, el tema se convierte en un problema de interés público; más aún cuando uno de los carros indebidamente parqueados casi me atropella mientras tomaba las fotos.

Creo que el fondo del problema radica en numerosos escenarios, pero considero que hay dos sobre los que sería menester que la Universidad y los estudiantes nos preocupáramos. El primero, ese profundo desprecio por la norma y la ley del que a veces sufrimos los colombianos y, el segundo, la relevancia que radica en el seguimiento de estas básicas pautas de convivencia.

En 1969, el psicólogo Philip Zimbardo realizó un experimento de comportamiento social: dejó dos carros idénticos en el Bronx (Nueva York) y en Palo Alto (California). El vehículo del Bronx, siendo este un lugar donde abundaba el vandalismo y la propiedad abandonada, comenzó a ser desmantelado veinte minutos después de haber sido “abandonado”.

Veinticuatro horas después, el carro estaba casi completamente destruido. El vehículo dejado en Palo Alto (California), estuvo sin rasguños durante más de una semana. En ese punto, y buscando comprobar su anhelada hipótesis, Zimbardo quebró una de las ventanas del carro. Rápidamente, el vehículo comenzó a ser destruido por personas que Zimbardo observó eran del barrio y estaban bien vestidas.

El experimento sirvió para plantear la teoría de las ventanas rotas: cuando las barreras comunales y el sentido de respeto a las obligaciones mutuas se pierde, aumenta la propensión a las acciones vandálicas. En resumen, si una de las paredes de un baño está descuidada, rayada y deteriorada, habrá menos barreras sociales que nos impidan rayarla nosotros mismos.

La teoría sirve para explicar la importancia de los puntos que mencioné con anterioridad. Por una parte, si no se cuidan los numerosos insumos y los recursos que la Universidad nos brinda (los computadores de la biblioteca, las bicicletas Sibi, las mesas de las diferentes cafeterías, etc.), será más fácil para otros dañarlos.

Por otro lado, estas normas básicas son las que permiten la convivencia entre estudiantes, profesores y empleados de EAFIT, y son las que diferencian nuestra Institución de otras.

Si obviamos tan flagrantemente estas normas no creo que estemos en derecho de exigirle nueva infraestructura o nuevos servicios a la Universidad, ni a quejarnos cuando un taxista o un busero –perdón el estereotipo- se pase un semáforo en rojo o se nos adelante en una fila. Entre todos construimos el civismo y la cultura, y en ese sentido, debería ser un tema de interés universal.​​