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Noticias / Opinión

10 de noviembre de 2011

¡Oh mercado mío!

Por: Ludwig David Zuluaga, estudiante de octavo semestre de Negocios Internacionales.

Los antiguos imperios ofrecían sacrificios para aplacar la furia de sus dioses y mantenerlos satisfechos, con el fin de no caer en las crisis desatadas por plagas, enfermedades o sequías.

En la actualidad, el presidente de los Estados Unidos levanta su elaborado discurso que resuena en todos los medios del mundo para apaciguar los mercados, mientras su congreso se compromete a realizar grandes sacrificios a todo nivel.

Los sacrificados son lentamente llevados a su triste destino, concentrados en los países que le rinden tributo a este gran dios, donde están dispuestos a seguir sus dictámenes, fieles a las leyes del “desarrollo” como fin último y promesa de redención divina.

Millones de personas son condenadas: no podrán acceder a una educación de calidad, no tendrán una jubilación digna, no podrán tener un empleo y muchos de ellos ni siquiera el acceso al alimento básico necesario.

Pero no debemos alarmarnos, pues el mercado solo castiga a quienes son ineficientes e incapaces. Además, todo esto es necesario para lograr un incremento en el Producto Interno Bruto (PIB), y según los grandes sabios, es bueno para la economía, por lo que creo que debemos estar en buen camino para alcanzar la felicidad. Solo debemos cerrar los ojos, seguir siendo fuertes, pues falta poco.

Sin embargo, al parecer, no le son suficientes estos tributos. El todopoderoso ha enviado a la fealdad a reinar a la tierra, ha dictaminado que nuestro cuerpo es una carga y toda persona, sea bella o poco afortunada, debe ocuparse en limpiar este pecado original.

Ahora hombres y mujeres por igual nos debemos sentir feos y se ha vuelto un poco difícil relacionarnos, pues somos una vergüenza incluso para nosotros mismos, e indignos el uno del otro. Esta horrible cruz que cargamos puede, en parte, ser redimida por medio del consumo, y hay soluciones para todos los males.

¡Es brillante! Los cuerpos pueden ser fácilmente modificados y los males ocultados por tantos productos que con su infinita amplitud, el todopoderoso ha puesto a nuestra disposición, aunque solo tienen acceso a ellos los que más éxito tienen.

De hecho, las grandes personalidades exitosas nos han marcado el camino hacia el mejor de los éxitos y no nos debemos siquiera ocupar en pensar. Y así nos podemos dedicar más fácilmente al hacer: los modelos de identificación son tan claros y tan ampliamente promocionados que la siguiente generación puede nutrirse de su encanto y sabiduría en la televisión, la música, en todos lados.

También, el dios supremo, mostrándonos el camino correcto, ha dado las órdenes de que los recursos terrenales deberán ser entregados incondicionalmente a los particulares más exitosos, quienes los venderán al resto de la población, o al menos a aquellos que puedan pagar. Los iluminados nos enseñan que la privatización es la vía que nos llevará al desarrollo.

Pese a nuestros esfuerzos, las cosas aparentemente lucen peor, pero no pierdo la esperanza que sea solo un mal momento y que la confianza, junto con la esperanza, la recuperemos en muy poco tiempo. Sin embargo, no me dejo de preguntar cuántos sacrificios de más tendremos que hacer...

¡Oh mercado mío! ¿Qué hemos hecho para merecer esto?

Y es que nunca en la historia los hombres habían alabado a un dios tan anti-humano, excluyente, autoritario, selectivo, anti-valores, y de tal perversión como el del mundo contemporáneo.

Aquel gran titán decide quién tendrá voz y quién no, quién será feliz, quién será educado, quién será excluido, quién morirá de hambre o de sed, quién podrá viajar, quién será obligado a convertirse en esclavo, quién dominará, quién trabajará, quién le llevará pan a sus hijos, quién será retribuido por sus esfuerzos, quién disfrutará de qué.​