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Noticias / Opinión

¿Qué nos dijeron las asambleas?

Por Alejandro Londoño Hurtado, estudiante de Ciencias Políticas
y presidente de la Organización Estudiantil EAFIT

Las asambleas de carrera son un espacio fundamental en el proceso de construcción de cada pregrado y de la Universidad donde todos tenemos la posibilidad de participar en la toma decisiones de los órganos institucionales.
Por lo tanto, es la principal hoja de ruta de los representantes estudiantiles y de la Organización Estudiantil a la hora de proponer iniciativas en sus diferentes ámbitos de acción.

De modo que este espacio es una combinación de participación y representación que, desde hace más de cuarenta años, viene concentrando las demandas y propuestas de la comunidad universitaria en torno a las problemáticas que se han presentado en los diversos contextos históricos que ha recorrido nuestra Universidad desde la década del sesenta.

Entrando en cuestión, las últimas asambleas, que se realizaron el pasado 23 de marzo en la Universidad EAFIT, tuvieron, como es costumbre, un éxito relativo pues, a pesar de que en todas hubo participación, todavía tenemos espacios donde no se ha podido pasar los umbrales, y con esto, seguimos sin poder darle un peso real a las decisiones allí tomadas.

Es paradójico escuchar en las cafeterías, en la biblioteca o en las aulas de clase que la Institución debería mejorar en esto, cambiar aquello o continuar por cierta senda, cuando en asambleas como la de Administración de Negocios, Negocios Internacionales, Ingeniería Civil, Comunicación Social o Derecho no se consigue pasar el umbral requerido: ¿será que en estos pregrados todo es perfecto?, ¿será que sus estudiantes no creen que su papel sea relevante en la construcción de su entorno? Y, finalmente, ¿qué pasará con la conciencia democrática de estas personas?

Se trata de cuestionamientos fundamentales que debemos hacernos todos pues de nuestro nivel de participación depende la efectividad de las acciones que se puedan tomar en pos del crecimiento de nuestro entorno.

Bajo este marco me tomé el trabajo de sentarme a revisar las actas de todas las asambleas y, entre muchos otros temas, que espero los jefes de pregrado tomen en cuenta, me topé con un punto reiterativo que, podría afirmar, identifica un problema dentro del campus: la convivencia entre la comunidad universitaria, y específicamente, entre profesores y estudiantes.

En la gran mayoría de las actas encontré por lo menos una queja de estudiantes inconformes frente al trato que recibían de algunos profesores y frente a la efectividad de la enseñanza impartida por estos.

Es claro que no todas las quejas tienen fundamento y que muchas veces se trata de estudiantes poco aplicados defendiendo su poco interés. A pesar de lo anterior, estos hechos se han estado presentando y no discriminan entre buenos y malos estudiantes ya que todos hemos tenido que sufrir las consecuencias de lo que es tener un mal profesor.

Esto, sin duda, es un tema que los jefes de departamento deben tener en cuenta y que los estudiantes, por medio de la evaluación docente –por larga que sea-, deben exponer pues, a pesar de los esfuerzos evidentes de nuestra Universidad por mejorar la calidad, es triste ver cómo unos pocos profesores se concentran más en sus proyectos e investigaciones que en su deber frente a las futuras generaciones. La cuestión no es solo arrojar conocimientos de manera indiscriminada, sino saber transmitirlos con pasión y respeto.

No obstante, no podemos dejar de lado un hecho que se ha presentado durante varios años en la Universidad y que involucra directamente a los estudiantes. De ahí que, aunque lógicamente en menor medida, se habló sobre la poca cultura cívica que muchos estudiantes reflejan a la hora de convivir en los espacios comunes.

De esta forma podemos tomar tres hechos que demuestran lo precedente: en primer lugar la falta de conciencia sobre la importancia de tener un campus aseado. Muchos botan o dejan la basura en cualquier parte sin importar nada ni nadie. Ni siquiera los baños, cafeterías, biblioteca y salones se salvan de estas acciones que, siguiendo con las palabras de una estudiante de Ingeniería de Diseño de Producto, en menos de un día, sin la tarea fundamental del personal de servicios varios, volverían la Universidad un mar de deshechos.

Además, no es extraño ver el mal uso que algunos individuos le dan a espacios como las cafeterías, donde se puede observar frecuentemente a personas estudiando en horas destinadas para almorzar sin importarle quién esté necesitando la mesa; o lugares como en la biblioteca donde se presentan dos hechos: por un lado el daño abusivo a los teclados de los computadores de los cubículos, y por otro lado, el constante ruido en las mesas de estudio donde se arman interesantes conversaciones amenizadas por diferentes tipos de comidas y bebidas cuyos embases quedan en estas como recuerdo de gratos momentos.

Es importante hacer énfasis en que este problema no es culpa de la Universidad, de hecho es en otras instituciones, como la familia o el colegio, donde los individuos aprenden a comportarse en sociedad por medio de la ética.

En la Universidad se consolida el saber ser, pero sobre todo el saber hacer; sin embargo, no podemos ser indiferentes ante estas dinámicas pues es claro que el bienestar del otro, en alguna medida, no nos está importando.

El egoísmo narcisista dictamina el comportamiento de las personas creando mundos autónomos y soberanos que habitan en un mismo espacio, y en consecuencia, no estamos entendiendo que al habitar el mismo lugar debemos convivir, y por ende, tener la responsabilidad de ser más humanos y entender lo que significa el vivir al lado de otro que merece, ya sea por su condición ontológica o por su pertenencia a la institución, el respeto que nosotros esperamos de ellos, pues toda acción genera una reacción.