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Noticias / Opinión

29 de mayo de 2013

Las opiniones publicadas en esta sección son responsabilidad de cada columnista, y no representan necesariamente el pensamiento y la visión de la Universidad EAFIT.

¡Que viva la música! Pero en todos, no solo en unos…

Por Jesús David Trejos Betancur, estudiante de octavo semestre de Comunicación Social. Artículo nominado en la categoría de Mejor Artículo de Opinión, en la novena edición de Periodistas en la Carrera. La premiación del evento se realizó en abril de 2013.

Que viva la música, la melodía, lo sonoro, el ritmo. Si me siento a pensar, me atrevo a decir que la música forma una parte tan grande de mi vida que no me agrada la idea de estar sin esta.

Viajo todos los días en bus. Son 40 minutos de mi día entre mi hogar y la Universidad, tiempo en el que me pongo mis audífonos y sueno una y otra vez las canciones que más me gustan (esto a diario me ayuda a hacer corto el gran viaje).

Pero no me quedo solo con un género. Gran parte de la virtud musical que deberíamos tener todas las personas es aprender que, como lo dijo Stan Le: “con todo gran poder, llega una gran responsabilidad”, en este caso “con todo gran género, llegan grandes canciones”.

Y con responsabilidad me refiero a poder crear una sociedad en la que todos valemos por igual y podemos conservar la posibilidad de tomar nuestras decisiones  y elegir lo que queremos (la responsabilidad  que da el tener un poder tan grande como el de la música no es diferente a la de dirigir una sociedad).

Y no es para menos citar el caricaturista más famoso del mundo. La intolerancia de las personas llega a tal punto que crea divisiones sociales y destruye pensamientos. No es vano es común salir un fin de semana y en el lugar donde estés podrás encontrar diferentes “tribus urbanas”. Farachos, punketos, metaleros, gronchos, puppies o reguetoneros, por decir algunos,  todos con tendencias musicales diferentes, pero con algo en común: les gusta escuchar algo que para ellos tiene melodía y ritmo.

Pero la intolerancia es mucha. Los de un grupo no soportan los del otro. El modo de vestir, hablar, caminar y hasta mirar es causante de inmensurables conflictos entre cada uno de los individuos que, como ya es habitual en la cultura colombiana, crean diferencias ideológicas que solo traen consigo violencia.

¿Por qué la gente no puede respetar la decisión de los demás? Yo me atrevo a decir que lo que no soportan en la música que no les gusta es el gozo que le ven.  (Escucho y trato de respetar todo), es muy particular llegar a una fiesta de metaleros y ver tendencias muy marcadas en ropa y aspecto personal, pero no quiero ser discriminativo (me podrían discriminar porque soy algo calvo), pero imagino que aquellos que detestan esta música no conciben cómo “ellos” pueden pretender bailar algo así, o como los “electro” están todo el tiempo moviéndose sin una coordinación. Tal vez estos piensen lo mismo ¿Cómo hacen esos reguetoneros para vestirse así o estar todo el tiempo moviendo la cadera y las manos? De hecho, escribo esto y me pregunto cómo hacen para estar tan animados los cristianos por más de dos horas en sus  servicios (el equivalente a la eucaristía), pero la respuesta siempre es la misma: disfrutan su estilo de vida.

No quiero entrar a cuestionarme más, porque la respuesta gira en torno a tres cosas: intolerancia, fanatismo y miedo. Hace falta integración por parte de todos. Hay “tribus” que son más grandes que otras, pero eso no quiere decir que sean más importantes. Quisiera ver algún día al reguetonero  Dady Yankie  haciendo un solo de guitarra como los de Santana, a la Orquesta Sinfónica de Viena en un concierto con sus integrantes vestidos como lo hace Lady Gaga o, porque no, escuchar a la banda Ramstein interpretar alguna sinfonía de Beethoven.

Son como agua y aceite; no se mezclan las cosas diseñadas para algo específico; el espejo siempre será para crear reflejo, por más formas que tenga, igual la música, siempre será para disfrutarla, oírla, quererla.

Si tumbamos las barreras de la intolerancia y empezamos por comprender que todos tienen gustos diferentes, al menos, veremos gente diferente en los bares. Quizás, de alguno de ellos podamos aprender nuevas cosas sobre la música, mejores letras, mejores melodías, mejores ritmos.

¡Que viva la música! Que viva en cada uno de nosotros, así podremos preocuparnos de cosas que merecen mayor atención, quien quita, de la música podría nacer el respeto que tanto promulgan las iglesias.

Yo mientras tanto me quedo aquí, pensando en cuando es que me voy a inscribir en un curso para aprender a bailarla, o si más bien me voy por el lado de aprender a mezclar. Interesante ser el mejor “panderetista” del mundo (si es que esa palabra existe) y porque no, tener la mejor voz para interpretar un “reggaetón sinfónico”.

Buena mar y energías a los músicos que llegan, ellos no saben el gran, pero difícil, mundo que les espera.