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Noticias / Opinión

Reafirmar el pacto

Por: Alejandro Londoño Hurtado, presidente Organización Estudiantil (OE)

Hace unos días estaba sentado en el Patio de los Pimientos cuando dos niñas se me acercaron con cara de angustia preguntándome si yo, en mi labor de representante de los estudiantes, podía ayudarlas. Ante esto les pregunté el motivo de tal premura y preocupación. Su respuesta me dejó consternado: la actitud de un profesor las tenía al borde de un colapso nervioso.

Les pregunté un poco más, intentando descifrar con detalle los motivos de su indisposición y con la intención de vislumbrar si era justificada o no. Me contaron los pormenores: que el docente hablaba toda la clase sobre sus experiencias personales; que llegaba tarde todos los días; que no tenían cronograma ni habían hecho pacto pedagógico; que calificaba exámenes orales con porcentajes del 50 por ciento y que irrespetaba verbalmente a sus estudiantes. En suma, un conjunto de irregularidades que atentan contra los principios de nuestra Institución.

Les pregunté sobre qué alternativas estaban considerando y la respuesta, con una voz que evidenciaba el temor que sentían, fue que no sabían qué hacer, pues cuando dieron el paso de entablar un diálogo con el profesor para pedirle que cumpliera con sus deberes, él había tomado una actitud hostil frente a ellas, por lo que temían represalias en la temporada de exámenes.

Esta respuesta me dejó, como dicen por ahí, frío. ¿Qué tipo de régimen están imponiendo estos supuestos profesores en las aulas? Me preguntaba consternado, ¿qué tipo de relación se está construyendo entre docentes y estudiantes?

Les respondí que la relación en un aula de clase debe estar mediada por el respeto entre las dos partes, que se trata de un proceso de formación que se enfoca en los estudiantes y que posee todas las garantías para que adquieran los conocimientos con total libertad, por lo que cualquier tipo de coacción, venga de quien venga, debe ser denunciada sin ningún temor, pues el solo hecho de pensar en represalias, en venganzas dentro de un aula de clase, es el absurdo más grande jamás escuchado.

Luego de contarles un poco más a fondo sobre los derechos que tenían y el proceso que debían seguir, continué avanzando meditabundo y lleno de interrogantes cuando a la altura del bloque 26 me encontré con un profesor que me invitó a tomar un tinto en “Junín”. Una vez allí, me empezó a contar sobre los cursos que estaba dictando y las dificultades que tenía con los estudiantes. Decía que ellos hablaban todo el tiempo, que tomaban la materia con indiferencia, que algunos al parecer estaban cometiendo fraude en los exámenes y otros eran sumamente irrespetuosos con él.

Tuve la maravillosa oportunidad de completar el cuadro y entender un poco más lo que estaba pasando: la relación entre profesores y estudiantes en muchos casos está marcada por la desconfianza y el miedo que algunas veces conducen al irrespeto.

Frente a este contexto, que no es nuevo ni exclusivo de nuestra Universidad, me volví a cuestionar, pero esta vez sobre un elemento que he considerado de vital importancia en este proceso: el pacto pedagógico.

¿Qué valor le estamos dando? ¿Acaso se está entablando un acuerdo a inicios del semestre donde se dejen claros los derechos y los deberes, donde se establezcan las reglas de juego entre las partes, que sea garantía del proceso de enseñanza que se emprenderá a lo largo del semestre?

Sin duda reconstruir el pacto pedagógico debe ser el primer paso y debemos atrevernos a pensar en ello.​