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Noticias / Opinión

2 de mayo de 2013

Las opiniones publicadas en esta sección son responsabilidad de cada columnista, y no representan necesariamente el pensamiento y la visión de la Universidad EAFIT.

Sonambuleando por la radio

Por Diana María Osorio Posada, estudiante de Comunicación Social. Artículo nominado en la categoría de Mejor Artículo de Opinión, en la novena edición de Periodistas en la Carrera. La premiación del evento se realizó el 17 de abril de 2013.


Alguna vez leí que “escuchar radio es un hábito tan saludable como leer libros, con la ventaja de que no se gastan los ojos”. Me quedé pensando en eso y sentí curiosidad. Curiosidad de ver si la radio de hoy es como aquella que yo escuchaba en el bus del colegio a las 6:00 a.m. en un Sony miniatura; ese que me ahuyentaba el sueño en las mañanas y aliviaba el tedio de los trancones de Cali, con ese sol de las 3:00 p.m. entrando por la ventana.

Hablo de la radio que nos hacía reír a quienes sintonizábamos La Mega cuando llamaban a hacer esas “pegas” mañaneras tan entretenidas. De la radio de “Juan Bracitos”, de “Insomnia”, de Aerosmith y Maná, y quizás algún “hit” de Chichi Peralta o Rubén Blades. Hablo de la radio que abandoné ingratamente y sin ningún dolor con la llegada del Discman, el MiniDisc, el MP3 y el iPod.

¿Qué será de ella? Hoy en día la escucho contadas veces al año: en algún taxi o… sí, creo que solo cuando me subo a uno de esos carros amarillos, y eso, si el radioteléfono o el conductor lo permiten.

Entonces me surge esa duda: ¿por qué ya no me gusta la radio? ¿Será por la incomodidad de tener que darle vueltas a esa ruedita para ir de una emisora a otra hasta encontrar algo que me guste, o darle “scan” al radio del carro hasta que caiga en algo bueno? O quizás es la rabia que recuerdo que sentía cada vez que llegaba tarde a mi canción preferida y no tenía cómo repetirla.

Sea lo que sea, la mejor manera de averiguarlo es escuchándola de nuevo. Supero un miedo repentino de encontrarme con puro reggaetón y locutores que parecen obreros  o mecánicos, diciéndole a toda la que llama “mi amor”, entre otras cosas.

El experimento me anima. Me encierro en mi cuarto y entonces recuerdo que no tengo radio. Desde aquel Sony miniatura nunca más volví a tomar uno en mis manos. Gasto tiempo inútilmente buscando el último Discman que me regalaron mis papás hace ya varios años, de esos que tenían radio incorporado y hasta control de volumen en los audífonos.

Afortunadamente, antes de desistir, recuerdo la solución a todos los problemas de hoy: internet. Me animo de nuevo, me siento en mi cama con el computador en las piernas y empiezo a digitar en Google “emisoras de Medellín”. Abro una página y me encuentro una lista de estaciones por ciudad, y de escuchar radio, paso a pensar en un viaje. Un viaje por Colombia a través de sus emisoras. ¡Eso es!

Pasadas las 11:00 p.m. del martes 30 de octubre, decido emprender esa aventura musical. Con una Coca Cola helada y dos paquetes de NatuChips al lado, hago clic en Barranquilla. Así es, me voy para La Arenosa, esa ciudad que aún no conozco, pero que no olvido porque fue donde aterrizó el vuelo más miedoso que me ha tocado en estos veinti tantos años de vida.

Luego, el cursor se va hasta Barranquilla Estéreo. “Dios mío, ¿será puro vallenato?”. Pero no: reggaetón. De repente, siento una desilusión apresurada, un pálpito que me dice que eso es lo que encontraré en todas las emisoras que visite.

Afortunadamente la canción, que obviamente no tengo idea cuál es ni quién la canta, termina rápido. Estoy a la expectativa, tomo un sorbo más de Coca Cola y el viaje de medianoche se pone patriota con el Himno Nacional. ¿Himno Nacional a las 11:33 p.m.? ¿Eso de ponerlo a las 6:00 y a las 12:00 en punto ya pasó de moda? Como sea, mientras lo escucho, es inevitable recordar a “Ublime”, y se me viene a la cabeza ese video que pasan por televisión, tan viejo y curtido.

Cuarenta y ocho oyentes muestra la página a esa hora y cuando creo que las trompetas y notas de nuestra canción nacional van a echar a algunos, tres más se suman a la lista. ¿Quiénes serán esas personas? Intento imaginármelas, pero nada se me viene a la cabeza. Eso sí, con seguridad ningún desocupado, queriendo viajar por el país recorriendo emisoras y comiendo porquerías a media noche.

Cuando miro hacia mi escritorio tratando de ubicar el Ibuprofeno de 800 mg para quitarme el dolor de cabeza, empieza la primera turbulencia: Diomedes Díaz. Es como si me quisieran dar el impulso que me hacía falta para llegar a la mesa y tomarme esa pastilla anaranjada de una vez.

Como buena terca, me aguanto pensando que el dolor se pasa solo. Pero Barranquilla Estéreo y su repertorio no ayudan. Tres canciones seguidas de Diomedes. Definitivamente los aterrizajes en la capital del Atlántico parecen estar destinados a ser un desastre para mí. Ya la vena del costado derecho me palpita y pienso “suficiente”.

Estoy a punto de escoger otro destino, pero llega Rubén Blades a salvar la noche. Suena Amor y control a las 11:49 p.m. y mi ánimo se fortalece de nuevo. Ya, por lo menos, la vena palpita al ritmo de una de las canciones de salsa que más disfruto escuchar. Al final, decido quedarme un poco más; total, es un experimento y no puedo tirar la toalla a la primera canción que estalle mis oídos.

Una hora después de mi llegada a La Arenosa, abandono la emisora habiendo escuchado de todo un poco: Guayacán, Don Omar y una tanda de desconocidos que solo pude identificar gracias al letrerito que aparecía debajo de los botones: Nino Segarra, Martín Elías, Champeta Colombiana y Grupo Bananas.

La terquedad regresa y me dice que debo explorar otras opciones. Después de la tortura de Diomedes, quiero algo conocido, un lugar donde me pueda sentir como en casa. Al ver la imagen de La Mega siento un alivio, una felicidad; como diría el “cuenta huesos”: “así como cuando…” uno se va a otro país por bastante tiempo y de repente encuentra un restaurante de comida colombiana. Al final, me queda la sensación que deja un mal servicio o un mal plato. La Mega ya no es lo mismo, la dañaron. O bien, lo que me dañaron fue el ánimo y la paciencia con tanto vallenato.

Tras escuchar a un tipo de acento español hablar sobre cosas paranormales, decido irme a Los 40 Principales. Un par de canciones en inglés reivindican la noche, pero pasada la 1:00 a.m. decido salir corriendo de Barranquilla con un horrible reggaetón.

Buscando el polo opuesto, decido mudarme al frío de Bogotá. Empiezo por esa misma emisora y encuentro la continuación de esa canción que me sacó a patadas de la casa de la selección de fútbol. Definitivamente parece que en cuestión de radio soy muy ignorante. Yo pensé que aun siendo la misma emisora, cada ciudad pasaba un contenido diferente, pero no, o al menos en la madrugada no es así, y lo confirmo cuando migro a La Mega.

Cartel Paranormal, así se llama el programa en el que hablan de psicofonías. Comentan sobre fantasmas y espíritus. Luego, llega Jonathan Rodríguez, un invitado, experto en ángeles. "Todos tenemos entre 12 y 16 ángeles. Hay una luz que es el ángel más cercano, el guía. Tenemos hasta un cirujano que se encarga de reparar nuestros chacras", dice él, mientras el locutor lo interrumpe con preguntas.

Mi incredulidad me hace migrar de nuevo y llego a Radio 1. Ahí completo dos horas de viaje que parecen diez. Entre salsa y vallenato, al final suena Balada Boa, canción con la que me despido alegremente de la capital y empaco de nuevo para irme a mi ciudad natal, la Sucursal del Cielo.

Busco entre todas las emisoras una que parezca muy local y me encuentro con Cali de Rumba. Mi intuición no me falla. Hago clic y de inmediato empieza a sonar una salsa que me remonta a las rumbas en Juanchito. Cierro los ojos y se me vienen puras imágenes de bailarines profesionales haciendo gala de sus mejores movimientos en antros de la ciudad.

Hombres y mujeres de ropa colorida y brillante bailan en mi cabeza al ritmo de claves y timbales que sobresalen sobre el resto de instrumentos. Y entonces, me siento en casa. Mis dedos, inconscientemente, comienzan a llevar el ritmo de las canciones sobre el computador.

Al final, después de media hora, empieza esa salsa romanticona. Esas canciones que generalmente tienen videos “mañés” o “boletas”, como diríamos en Cali. Con los ojos a media asta y los efectos de la Coca Cola bastante disminuidos, decido abandonar esa ciudad donde, además de amigos y buenos recuerdos, dejé a la mitad de mi familia.

Regreso a Medellín, pasadas las 2:00 a.m., con un cansancio que simula un viaje real. Un par de canciones de reggaetón en una emisora local marcan el final de esta travesía de más de tres horas por diferentes estaciones del país. Al final, cierro la página con cierta duda. Mi cuarto queda en total silencio y cierro los ojos intentando buscar conclusiones.

Finalmente, creo que la radio es la misma. La que cambió no fue ella, sino la música, que ha evolucionado en ritmos, que a mí particularmente, no me gustan. Ritmos y nuevos géneros que me sacaron corriendo de algunas de las ciudades que visité con tantas expectativas, pero que, a su vez, mantienen a miles o millones de personas conectadas diariamente.

Hoy, después de más de tres horas deambulando por la radio nacional, creo que definitivamente escucharla es uno más de esos hábitos saludables que no acogeré en mi vida. Que se quede como un simple recuerdo de aquellos que guardo gratamente; que se quede como lo que finalmente es: un experimento, una travesía, un viaje que al menos en un futuro próximo no pienso repetir.