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Noticias / Opinión

7 ​de junio de 2012
Las opiniones publicadas en esta sección son responsabilidad de cada columnista, y no representan necesariamente el pensamiento y la visión de la Universidad EAFIT.

Una pregunta respetuosa para el Rector

Por Sebastián Díaz López, estudiante sexto semestre de Comunicación Social. @sebastiandiazlo.

El 17 de octubre de 1899, y embriagados por las ideas del general Francisco de Paula Santander en las que se basaron para crear su partido, los liberales se alzaron en varias partes del país, atacando pueblos y ciudades ante la falta de reacción del gobierno de turno, que fue tomado por sorpresa. Un gobierno concebido por la Constitución de 1886, promulgada por el ultraconservador y en cuatro ocasiones presidente de esta República, Rafael Núñez.

La décima de las famosas revueltas del siglo XIX, que los esbirros de la historia socio-política de este país denominaron guerra civil, la de 1899 que llamaron la Guerra de los Mil Días. La más dañina y repugnante de esas guerras y de las que ha habido desde que heredamos de España la burocracia; desde que el Memorial de Agravios empezó a medir el clima político de América Latina, en 1809; desde que los mismos que incentivarían esas guerras civiles publicaron la primera constitución en 1809, la Constitución de Socorro; desde que se montó al carro del poder José Miguel Pey de Andrade, el primer jefe de Estado que hemos tenido y desde que los mismos de los mismos que hoy están en el poder promulgaron las ocho constituciones restantes. La última, hasta el momento, la de 1991.

Esos mismos de los mismos que no sabían qué hacer con la porción de tierra que querían dominar en todo el siglo XIX ocasionaron guerras como la de Los Mil Días. Guerras paridas por la ambición y mezquindad de los dirigentes y los partidos políticos, que veían en la guerra un medio para conquistar el poder y retenerlo, y por negligencia de esos mismos dirigentes al debatir sus diferencias políticas.

Guerras que, entre otras cosas, le produjeron al país una ruina fiscal incalculable; que ocasionaron, como la de Los Mil Días para no ir lejos, la separación de Panamá; guerras que crearon nuevos odios que originarían después otras distintas y aún peores y más alcahuetas que las anteriores; guerras que fomentaron una actitud política intolerante entre los partidos Liberal y Conservador, diferencias que luego nos las tuvimos que aguantar con peleas bipartidistas en el siglo XX, que denominaron los sirvientes de la Historia de Colombia como la época de La Violencia; guerras civiles o bipartidistas que dejaron en el poder a los ganadores, a los sinvergüenzas que han hecho lo que se les ha dado la gana con las leyes, y que los sedientos del poder hoy en día son un grupo de partiduchos gárrulos que no saben para dónde van, pasando por la desparecida Anapo (el partido de Rojas Pinilla, abuelo de Samuel Moreno), el Partido Verde (partido que promocionó  con ahínco Antanas Mockus, el mismo que vino a EAFIT hace dos semanas, del que renunció porque está plagado del uribismo y el conservadurismo) hasta la nueva plaga: la Marcha Patriótica.

Ahora bien, no contentos con la nueva constitución, cada una de ésas desde 1809 sufrió algunas modificaciones, una más que otras. La de 1863 tuvo una reforma: la de 1876. Le siguieron dos guerras civiles incentivadas por liberales que no estaban contentos con el gobierno de turno, para culminar con el triunfo de los conservadores en 1886 y la famosa constitución de ese año. A ésa le anotamos ocho reformas nada más, encabezando la reforma de 1957, que nos dejó como resultado el Frente Nacional, una coalición para tener contentos a los dos partiditos que apostaban a quedarse en el poder desde 1849. La Constitución de 1991 por su parte ha sufrido 34 cambios en sus “articulitos”, según la Corte Constitucional, entre estos el de Uribe en 2005 para favorecer su reelección y quedarse en el poder por cuatro años más.

Esas nueve constituciones la han reformado (o deformado) para beneficio de unos pocos, la élite política, dejando a un lado los intereses del pueblo. Y quienes lo han hecho para beneficio propio se pasean indolentes frente al pueblo como si nada. Esos mismo inmorales que opinan de la actualidad sociopolítica de este país, como uno de los cinco expresidentes que aún queda vivo: Samper, como el ciego de Ernesto Samper, el que no vio nada, pasando por pretenciosos que creen que por ocupar un cargo público no los cobijan las leyes, como  el senador Merlano y rematando con un país lleno de secuaces de la paz (como en las guerras bipartidistas), que se dejan desestabilizar por una bomba.

No cabe duda que la sociedad que usted, señor Rector y Antanas Mockus exponen es la sociedad ideal, sin agravios, pero quizá no deja de ser pretensiosa, que es difícil cambiarla tras 202 años de guerras, sorderas, cegueras, olvidos, constituciones y guerras civiles; dirigentes inmorales, impúdicos, abismos sociales, políticos y económicos. Transformarla sería, en palabras del Jean-Baptiste Grenouille antioqueño, como perfumar un bollo.

Habiendo recordado algunas cosas, entonces, con todo respeto, señor Rector, ¿vale la pena atreverse a pensar en una sociedad en la que además de lo anterior, según el último informe de Amnistía Internacional, murieron violentamente más de 40 candidatos y 308.000 personas fueron desplazadas forzadamente el año pasado (28.000 más con respecto a 2010), y en la que en los últimos 15 años no ha visto distribución de la renta o de la riqueza?