Es importante recordar que las instituciones educativas son decisivas para la continuación de los esfuerzos contra la guerra y son también actores y escenarios clave para desarrollar una paz sostenible a largo plazo.
El proceso de construcción de paz, cuando cesa un conflicto armado, es complejo, pero es allí donde la universidad debe sacar a relucir sus capacidades creativas y de movilización pedagógica para que desde el diálogo abierto, y desde el respeto a la diferencia, se puedan construir espacios alternos de formación, como una medida necesaria para reparar las capacidades de diálogo que fueron completamente resquebrajadas por las dinámicas propias de la guerra. En suma, la cimentación de esos nuevos espacios de formación pasa por revindicar el valor de la palabra del otro, de la de uno mismo, y las implicaciones de esa “otra palabra” en la construcción de la vida en sociedad.
Uno de los mayores aportes que podría hacer la academia sería la de participar decididamente en la prevención del resurgimiento de nuevos conflictos armados.
Iniciativas educativas como las que se realizaron en Liberia (África) para generar procesos de formación a exniños-soldados en ambientes de “aulas abiertas de diálogo” como estrategia pedagógica para reconectar a los niños con su comunidad y su territorio inmediato después de la guerra, o proyectos como los implementados en Sierra Leona (África) y Kósovo (Europa) para dotar de “habilidades para la vida” a excombatientes en los cuales los estudiantes experimentaban didácticamente con “ponerse en el lugar del otro” a través de pedagogía de roles, pueden ser algunos ejemplos de estos espacios alternos de formación para contextos particulares.
De igual forma, varios académicos señalan que en el contexto posterior a un conflicto armado las responsabilidades primordiales de las instituciones de educación son la de crear cohesión social, desarrollar un sentido de confianza en común, promover un espíritu de colaboración entre los antiguos antagonistas para edificar la paz local y, sobre todo, propender por la reconciliación entre los diferentes sectores de la sociedad que antes estaban en pugna. De esto se deriva la importancia de crear nuevos modelos pedagógicos que permitan llevar a buen puerto las exigencias de estas responsabilidades.
Uno de los mayores aportes que podría hacer la academia sería la de participar decididamenteen la prevención del resurgimiento de nuevos conflictos armados, lo cual subraya la importancia de este actor social para lograr la normalización de las condiciones de vida de los afectados por la guerra. Así, el segundo reto de la academia es el de poder fomentar la confianza e integración entre excombatientes y ciudadanos en sus aulas de clase y en sus procesos de formación, de modo que esto permita consolidar el respeto al otro, ayudando entonces a reconstruir las relaciones sociales rotas.
Aquí es importante enfatizar, aún más, el papel determinante de las instituciones educativas para restablecer el sentido de ciudadanía y pertenencia colectiva a la sociedad, tanto de los excombatientes como, sobre todo, de las víctimas del conflicto armado a través de la participación en procesos de formación.
En palabras mayores, y para concluir, el principal reto de la academia es asumir su responsabilidad histórica de ayudar a que las posturas radicales presentes en la sociedad se transformen en espacios de discusión respetuosos, que conlleven, así, a que esa otrora “cultura” que impuso la guerra ceda su lugar en la vida cotidiana gracias, entre otras cosas, al trabajo realizado en aulas de clase y en procesos de formación.
Las democracias resultantes de los conflictos armados que tuvieron una fuerte presencia militar, como la colombiana, se pueden consolidar de una manera menos incierta en la medida en que la universidad en plural ayude a jalonar procesos que permitan recuperar la naturaleza y el papel de los ciudadanos y los excombatientes en la reconstrucción social de su contexto inmediato. Aquí es donde se tendrá la más dura prueba: cómo lograr que las expectativas de Diana Marcela, Johana, Mayerli (junto con los de otros cientos de excombatientes y las miles de víctimas) ayuden a construir un país más plural, incluyente, equitativo y respetuoso de la diferencia.