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El enviado especial de la crónica en Colombia



Esteban Mejía Serrano
emejias@eafit.edu.co
@estebanms94

En el aeropuerto de Villavicencio, Vanguardia, despegan los DC-3, aviones todoterreno que llevan volando desde antes de la Segunda Guerra Mundial. Los pilotos, aguerridos y arriesgados, se dedican a volar estas aeronaves en los confines de las llanuras y las selvas del oriente colombiano, aterrizando en pistas de tierra y luchando con el rebusque para mantener sus máquinas en buen estado. Cada avión tiene una historia; y según los pilotos, un alma y un carácter definido. En El Alcaraván, Germán Castro Caycedo cuenta la historia de estos pilotos y sus aventuras, así como su contribución para el desarrollo de las poblaciones de los Llanos Orientales que no cuentan con conexión terrestre. Esta obra presenta un lenguaje crónico y un carácter investigativo de rigor que caracteriza a cada uno de los demás escritos de Castro Caycedo, con los cuales se encargó de plasmar diferentes problemáticas como el narcotráfico, la violencia, la corrupción, la migración ilegal o el abandono estatal en diferentes lugares del territorio colombiano.

Castro Caycedo nació en Zipaquirá en marzo de 1940 y murió en Bogotá en julio de 2021 a causa de un cáncer de páncreas. Es conocido como uno de los pioneros del periodismo literario en Colombia, una corriente encargada de narrar los hechos enfocándose en los sentimientos y las sensaciones, de manera que el lector quede inmerso en la historia que se está narrando. Castro Caycedo es considerado como uno de los padres de la crónica y el reportaje en el país, así como un maestro del periodismo colombiano. Creía firmemente que este ejercicio enaltecía a la sociedad; de hecho, siempre buscó contar los hechos de manera cruda, y se identificaba a sí mismo como “un juglar de su país”, haciendo referencia a aquel que, durante la Edad Media, iba de pueblo en pueblo cantando, bailando y haciendo reír a la gente. 

Él mismo solía decir que quiso dedicarse a su labor gracias a los cronistas colombianos de los años 50, a quienes leía con emoción desde que era un adolescente, principalmente en El Tiempo y El Espectador. Tenía diferentes técnicas narrativas para contar sus historias y afirmaba que, lógicamente, se fueron haciendo más únicas y experimentadas a lo largo de sus años como periodista. Creía fielmente que a través de las entrevistas (casi siempre más de dos o tres por personaje) se aprendía bien las historias, encontraba sus incongruencias y definía bien el carácter de la persona al momento de sentarse a escribir. 

A través de los testimonios de sus colegas, así como de sus técnicas narrativas, se dice que Castro Caycedo “se le medía a todo”. Era un tipo osado, valiente, que buscaba entender a fondo la atmósfera narrativa que plasmaba en sus escritos. Se metía de lleno a las comunidades, hablaba con la gente y no dejaba de lado los detalles mientras perseguía las fuentes principales de cada relato. En definitiva, era un hombre apasionado por su profesión, convencido de que a través de investigaciones meticulosas y excepcionales podía mostrar los problemas de la sociedad que tanto le preocupaban e intrigaban. En una conversación con el actual director de la Editorial Planeta, Juan David Correa, Castro Caycedo mencionó que, de sus obras, la única en la que no fue capaz de meterse de lleno a todos los escenarios fue El Hueco, en la cual narra las historias de los colombianos que migran de forma clandestina a los Estados Unidos. A Castro Caycedo le dio miedo enfrentar los riesgos que podía representar cruzar la frontera méxico-estadounidense por pasajes y caminos irregulares del hostil desierto, donde, hasta el día de hoy, una cantidad considerable de personas pierde la vida. 

Sin embargo, sí arriesgó su vida más de una vez por escribir historias. Entre las situaciones que enfrentó se encuentran dos accidentes aéreos (uno en un helicóptero de la Fuerza Aérea y otro en la fría Sabana de Bogotá) y un resbalón en el hielo en Rusia que le causó la pérdida de los sentidos del gusto y el olfato. Para el último hecho, en el año 1999, se encontraba escribiendo Candelaria, una obra que sería vendida como novela, pero que el mismo autor describiría como una crónica. A pesar de haber perdido estos sentidos, el periodista afirmaba que su vida no había cambiado después de este hecho. 

Durante dieciséis años, Germán Castro Caycedo fue visto en las pantallas de miles de colombianos en Enviado Especial, un programa que se dedicaba a la denuncia periodística. A través de este trabajo audiovisual investigativo de primer nivel, los colombianos conocerían la cara y el carácter que había detrás de aquel cronista que se atrevía a aventurarse a los confines más inhóspitos del territorio colombiano, más allá de los estudios desde donde solían reportar la mayoría de periodistas del momento. En las más de mil emisiones del programa de RTI Televisión, Castro Caycedo logró que la crónica trascendiera del papel a la pantalla chica, así como a la memoria de varias generaciones de colombianos. 

Ciertamente, Castro Caycedo no cambió su esencia a lo largo de su vida. Fue un tipo sencillo, perspicaz, sobrio y astuto; conservó su característico look con bigote por varias décadas, el cual sólo cambiaría con el paso de los años a medida que ganaba más canas, y con ellas la impresión popular de respeto y experiencia. Desde las selvas de la Amazonía colombiana, hasta frías ciudades europeas como Viena y Moscú, Castro Caycedo fue un trotamundos que recogió experiencias en diferentes rincones del país y del globo para poder narrar las historias que hoy reposan en innumerables bibliotecas y que siguen generando rentabilidad en las librerías. 

En una entrevista para la Universidad de los Andes, en 2013, afirmó que “la falta de tiempo es la mayor desgracia del periodismo de hoy”. Claramente, para un hombre que se tomaba el trabajo de ir al lugar de los hechos, por recóndito que fuera, a entrevistarse con todo el que estuviera involucrado en la historia y a recoger hasta el más mínimo detalle, el afán no podía predominar en su trabajo. Vale la pena preguntarse si, con el ajetreo en el que viven los periodistas actualmente –y en verdad, la mayoría de nosotros– habría tiempo para contar con tanto rigor una excitante historia como la de El Karina; un homenaje a la aviación de la talla de El Alcaraván; una aventura emocionante como lo es Perdido en el Amazonas; una inmersión en la difícil situación de personajes como los de El Hueco; o cualquier otra obra apasionante como las que el enviado especial del periodismo nos dejó a los colombianos y al mundo entero.​