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El fenómeno de Luna Gil

​​Simón Monsalve Orozco

¿Desconocer el impacto cultural de Luna Gil? Eso sí jamás.

Luna Isabel Gil es una mujer trans de Medellín que se ha popularizado en los últimos años en las plataformas de TikTok e Instagram. Allí comparte habitualmente sus videos bailando, reaccionando, rumbeando o simplemente hablando paja. Al verla, muchos sentimos grima, incomodidad o nos reímos por lo absurdo de sus afirmaciones; sin embargo, seríamos necios al no reconocer su eco mediático.

En Luna Gil convergen elementos que constituyen actos de rebeldía frente a una sociedad que permite e institucionaliza la violencia contra las personas trans y las trabajadoras sexuales. El primer elemento corresponde a su esencia; ella, como mujer trans, es la antítesis de la tradición colombiana alrededor del género y contradice una visión orientada exclusivamente a reafirmar todo aquello que se dice propio del sexo con el que se nace. En ese sentido, convertirse en un ícono reconocido a nivel nacional visibiliza a una población que ha sido marginada sistemáticamente en el país.

Ahora, ¿es Luna Gil el mejor referente de las personas trans? Quizá no, pero es el más escandaloso: ello hace que se vuelva atractiva para el mercado, el cual se lucra especialmente del morbo por lo absurdo, lo extravagante y lo incómodo. Tal como pasó con la Veneno —prostituta y actriz trans— en España durante los noventa, no tener pudor con la sexualidad y expresarla públicamente de manera cómica —sea o no esa la intención— atrae a un público que busca sorprenderse con lo sexualmente escandaloso como si estuviera presenciando una exposición en un museo o visitando a un animal exótico en un zoológico. Es por tal motivo que, a mi forma de ver, ella actúa como un chivo expiatorio al acostumbrar al ojo público a una figura trans que genera incomodidad. En consecuencia, la sociedad se vuelve más sensible y menos violenta con muchas otras personas que —aún siendo trans, homosexuales o no binarios— son menos divergentes de los cánones estéticos predeterminados. 

Lo anterior puede generar un problema: muchas personas que no han vivido en contextos sexualmente diversos, o no han sido tan expuestos a referentes culturales queer, pop o contraculturales pueden asociar, errónea y falazmente, la experiencia de todas las personas trans con Luna Gil, su estilo de vida y oficio. En ese mismo sentido, afianza estereotipos que pueden llegar a ser dañinos a largo plazo: la asociación de la feminidad con el tamaño de los pechos y la hipersexualización como vehículo para la reafirmación de la identidad sexual o de género.
A pesar de ello, su presencia cultural trae consigo consecuencias útiles, como la caracterización que muchos hacen de ella. Las frases y ademanes que la popularizaron se han incorporado íntegramente en las interacciones cotidianas de muchos de nosotros, al punto que nos permite afianzar un discurso identitario alrededor de ellas. De una forma u otra, escuchar un “eso sí jamás”, “mentiris” y demás, significa haber encontrado un espacio seguro para mostrar una conducta menos heteronormada. Los videos de Luna Gil, junto con otros varios memes, se han convertido en un dialecto urbano de quienes conviven constantemente con la cultura queer mainstream.

Con todo y lo anterior, me pregunto cómo abordar a Luna Gil. Debemos ser cuidadosos con la incorporación de su discurso, en integridad, ya que este es clasista y problemático; no obstante, es claro que tampoco podemos pretender exigirle corrección política y una opinión coherente con respecto a eventos de importancia política como el Paro Nacional. Así, su existencia como actor político debería limitarse a poner en el foco público conversaciones incómodas para una cultura machista y homófoba como la nuestra, a la vez que ayuda a generar más apoyo a las causas que se han visto en la necesidad de incorporarla como estandarte de su lucha, pues hay pocos referentes conocidos popularmente.