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Los pasos del escorpión y otros ensayos de Julio César Londoño

​​​​​​​​Esta es una de las más recientes producciones de la Editorial EAFIT. Es parte de la obra de uno de los ensayistas más lúcidos de la actualidad colombiana.

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Felipe Restrepo David
Editor de la Editorial EAFIT.
​Candidato a doctor en Humanidades de EAFIT

Julio César Londoño (Palmira, 1953) es de esos ensayistas que dirigen la mirada y su nombrar adonde otros no suelen hacerlo por miedo o timidez, o por falta de curiosidad u ocio. La brevedad de la que hace gala no lo deja detenerse en las ramas, va al grano, y desde la primera línea lanza sus conjeturas, sus interpretaciones, como quien desata sus perros de caza con la confianza de que alguno de ellos traerá la liebre, o el gato, vaya uno a saber; a Saúl ya le pasó que yendo tras sus burras perdidas dio con un reino, Israel, que le fue ofrendado por obra y gracia de su Dios: tremenda responsabilidad. No hay mejor encuentro que dar con aquello que no se buscaba.  Y eso sucede con Los pasos del escorpión y otros ensayos: al rehuir del lugar común, incluso, al volverlo parodia y motivo más de creación, su autor despliega imágenes e ideas que, a veces, sorprenden como quien hace brincar de un susto bien planeado. 

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No hay mejor encuentro que dar con aquello que no se buscaba. Y eso sucede con Los pasos del escorpión y otros ensayos : al rehuir del lugar común, incluso, al volverlo parodia y motivo más de creación, su autor despliega imágenes e ideas que, a veces, sorprenden como quien hace brincar de un susto bien planeado.​

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Mucho se ha dicho que el mérito de un ensayista está en su punto de vista, en esa perspectiva que resulta tan seductora que ​atrae como danza de serpiente, sinuosa, misteriosa, y peligrosa si se le provoca mucho (la imagen es de Chesterton, un inventor de envidiables paradojas y comparaciones).Para ser claros, no se trata de opinar algo propio –alguna idea que se aparece como aquellos bombillitos milagrosos– de cualquier manera y sobre cualquier asunto; de ser así, no cabrían los ensayistas, y los críticos dígase de paso, en el reino de este ​mundo: ni juzgar ni conjeturar bastan. En principio, casi todos pueden, o son capaces de opinar, pues alguna impresión se hacen del mundo, por modesta que sea. 
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Que ni es ciencia ni arte pero que es ambos, que es afirmación y contradicción; o como le gustaba decir a Wilde de la crítica: literatura de la literatura. Creación hecha de la vida.​

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Ahora bien, ya metido en tremendo aprieto, que es decir entonces en qué consiste un buen ensayista, qué debe tener o cómo se espera que hable, mi primera salida es remitir a todo interesado a que se zambulla en Montaigne, ese iluminado que a sus 39 años decide encerrarse en la torre de su castillo para años después bautizar ese particular género; por ejemplo, darse un paseo por sus ensayos Del miedo, De la amistad, De los libros, De la experiencia. Si no es suficiente, saltar a Otras inquisiciones, de Borges, un libro que ya es toda una literatura y que tantas cosas vino a cambiar en el género; y si aún hay dudas o se ansía un poco más, pues con los dos prólogos de ambas partes del ​Quijote se podría sellar con broche de oro: como decía Monterroso, allí demuestra Cervantes que es el primer ensayista de la lengua española, o así lo quería ver don “Tito” que imaginaba dinosaurios dormidos. 

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O, dicho de otra manera, aún con más riesgo: sería necesario que un buen ensayista no se olvide de que una buena dosis de ironía y escepticismo hacen fiesta en el pensamiento, lo refrescan y abren puertas a la osadía y al atrevimiento del que mira de frente a la vida, como el que tira la piedra y muestra la mano. Pero no mucho, tanto desencanto e inconformidad cansan: quién en el fondo, o a grito herido, no celebra a ese admirado maestro que también entra al baile; es decir, poder ver que el ensayista tiene una vida de carne y hueso hace las delicias del género; que la escritura es cuerpo, que no miente porque desnuda verdades, y que ese pensamiento que brilla lo cubre una piel que desea, es una demostración contundente de aquello que dijo Jaime Alberto Vélez: el ensayo, el más humano de los géneros.

Y que haya gracia en ese decir, que tenga el encanto de una palabra leve y que sin muchos artificios acoja, envuelva, y permita olvidar esos trajines del día hasta que se entra al tiempo de su escritura. Y si roba una carcajada, una sonrisa maliciosa o hace que alguien levante la mirada por alguna evocación revivida, o una idea antes imaginada, entonces puede convencer, y eso se agradece con complicidad: con guiño de ojo. Y lo sobresabido pero que tanto se confunde, muchas veces por permisividad: que un ensayo no es un informe ni una tesis ni una reseña, que se acerca al comentario y a veces se camufla en una columna de opinión o en una crónica (como aquellas de Luis Tejada); en fin, que sus fronteras se achican o se expanden. Que ni es ciencia ni arte pero que es ambos, que es afirmación y contradicción; o como le gustaba decir a Wilde de la crítica: literatura de la literatura. Creación hecha de la vida. 

De lo que ensaya Julio César Londoño 


Y de la vida es de lo que ensaya Julio César Londoño. O, más bien, desde lo más​​ cotidiano a lo más descrestante (y con descrestante quiero decir cualquier tema que vaya más allá de la propia y pequeña biblioteca personal o de esas mismas web que suelen visitarse). La forma en que se viste y la moda que se rechaza o que enloquece compulsivamente: ¿los zapatos hablan por ti o describen al otro? Esa prenda que se llama brasier cómo llegó a convertirse en lo que hoy es, incluso, qué ha pasado con la ropa interior que resalta tanto como la exterior; qué visten los intelectuales, por qué asusta la desnudez, qué hacer con esa explosiva combinación de moda, deseo y sexo. O experimentos científicos que simulan el origen de todo; o la manera en que la máquina construye su reino sobre la inteligencia; o la presencia de las letales armas militares y su casi inverosímil sofisticación para destruir. Como quien dice, es este un libro de ensayos que además cuentan con la bondad, y la cortesía, de divulgar conocimiento aquí y allá: un poco del universo y sus alrededores.
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Los pasos del escorpión muestra que la voz de Julio César Londoño es una de las voces más cautivantes, divertidas e inteligentes en el ensayo colombiano contemporáneo.

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Ensayar es aquí conjeturar e imaginar posibilidades, proponer perspectivas que son una vuelta de tuerca. Aflojar o apretar las ideas. Mover el objeto, para percibir sus pliegues o aquello que oculta, esos pequeños espacios adonde no llega la luz y volver a describir desde ese movimiento: ensayar en Julio César Londoño significa desacostumbrar la mirada ante una nueva información, una imagen, un dato. Su ironía podría explicarse en este gesto: negar el sedentarismo de la observación. Crear un pensamiento que no se detiene, nómada, que funda casa donde descarga para descansar, pero que, así mismo, la levanta cada vez que emprende una nueva escritura, un ensayo. Y cuya motivación de movimiento será siempre la curiosidad, el exceso de ocio, la impertinencia, la ambición, tranquila o maledicente, o simplemente las ganas de moverse por moverse. 

Dice Piglia que la crítica es la forma moderna de la autobiografía. Y si uno lo extiende al ensayo, puede comprobar, con cierta atención y acierto, que los temas elegidos por cada autor representan un mapa de su vida imaginada. En ese sentido, esos mismos temas ya son, de muchas maneras, un principio de conocimiento de ese otro. O para retomar las palabras de Auerbach, ese crítico cuya agudeza parece de otro mundo: lo mejor, y más característico del ensayo, es que el autor se confunde con su obra, van paralelos; su escritura y su pensamiento son uno. Así, puede uno perdonar la contradicción, el desdecirse, pero no la deshonestidad.  

A un ensayo, siempre me ha parecido, lo sustenta y anima un secreto espíritu de filía (no en vano Montaigne le debe tanto a las cartas de Séneca a Lucilio), y esa sutil tensión palpita en los ensayos de Los pasos del escorpión: lo que sucede es que esta escritura, como animal tranquilo que husmea, se acerca con apertura y sin prevención, conserva algo de esa lúdica infantil, la misma que privilegia la intuición a la razón; y ni es jerárquica ni obra con segundas intenciones, sus dobles sentidos los reserva para el humor. Sin embargo, suele ser harto directa en lo que sugiere sin nombrar. Esa filía no sería otra que aquel convivio de lo literario que tanto celebraban Emerson, y Borges, y María Zambrano: leer, ante todo, debe ser un acto de alegría.

Los pasos del escorpión, a mi parecer, muestra que la voz de Julio César Londoño es una de las voces más cautivantes, divertidas e inteligentes en el ensayo colombiano contemporáneo, junto a las de Eduardo Escobar, Antonio Caballero, Mauricio Botero Montoya, William Ospina, Pablo Montoya, Orlando Mejía Rivera y Efrén Giraldo. Desde La biblioteca de Alejandría (1995) hasta Por qué las moscas no van al cine (2004) y ¿Por qué es negra la noche? (2010), junto a sus columnas en El Espectador, lo cierto es que Julio César escribe cada vez mejor: hay una autenticidad en su estilo que emociona, o apabulla, según lo que se busque, o según el tamaño y flexibilidad de los prejuicios; qué tan nómadas o sedentarios sean. Leerlo es como una fiesta en la que no sabes qué pasará, pero a la que ​vas preparado para todo.​