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Noticias / Opinión

 
 

 

 

1 de febrero de 2012

El pacto pedagógico
y el devenir académico

Por Alejandro Londoño Hurtado, estudiante de Ciencias Políticas y representante estudiantil al Consejo Directivo.

La semana pasada caminaba por la Plazoleta del Estudiante cuando me encontré con una buena amiga con quien entablé un diálogo muy interesante que me llevó a escribir este artículo. 

El centro de la conversación giró en torno al pacto pedagógico y a la relación entre los profesores y los estudiantes, tema que sin duda reviste de relevancia para los propósitos de una universidad en el sentido estricto de la palabra.

Luego de los saludos de rigor y la efusividad del momento, nos dirigimos hacia Admisiones y Registro. Caminando por el bloque 34 llegamos al tema del inicio de clases por lo que le pregunté sobre sus materias. Ella, interrumpiéndome, me contrapreguntó: “¿Y vos qué pensás sobre el pacto pedagógico? Es que hoy, en mi primera clase, estuve pensando sobre esto mientras el profesor avanzaba en su monólogo. Creo que este debería tener más en cuenta al estudiante, ¿no crees tú?”.

“¡Sin duda!”, le respondí con asombro. “Es precisamente allí donde reside la importancia del pacto pedagógico y es en este último donde se puede empezar a profundizar en un nuevo modelo de enseñanza con el que nuestra universidad está comprometida”.

Y continué: “Es que lo que debemos entender es que si queremos formarnos como seres humanos autónomos, responsables y con un pensamiento propio, los cursos deben, como lo dice Mauricio Vélez, ‘minimizar la voz del docente y maximizar las preguntas de los estudiantes’  . 

Entonces, escéptica ante lo que escuchaba, expresó: “Pero, ¿cómo así?  ¿Cómo me van a dejar sola si yo no sé nada sobre la clase? Precisamente estoy ahí para aprender y bajo este marco el profesor debe dar los lineamientos pues es él el que establece el hilo conductor, el que guía la clase y, además (sentenció) es el que sabe”.

Nos detuvimos un segundo y mirándola a los ojos le dije: “Es justo ese modelo el que hay que eliminar. En algunos cursos aprendes, sí, memorizas los datos, guardas la información, consigues una nota aprobatoria en las evaluaciones y listo, ahí queda. Se supone que ya adquiriste el conocimiento y puedes seguir en la línea curricular, en el orden programático. Pero ¿no te ha pasado que muchas veces ni siquiera te acuerdas de lo que aprendiste el semestre anterior?”.

“Mira-continúe mientras caminábamos- tú hiciste una separación muy interesante. Aprender no es lo mismo que aprehender y es esto último lo que deberíamos buscar. Sentir el conocimiento, hacer de las clases un ‘acontecimiento’, como diría el profesor Vélez,  que te toque, que deje huellas en tu cuerpo y es allí, por ejemplo, cuando el curso y sobre todo el profesor, se quedan en tu mente; porque te dejaron ser, confiaron en ti y te movieron de la inercia, permitieron que te atrevieras a pensar y a conocerte”.

Bueno, y a todas estas afirmó: “¿Qué papel juegan entonces profesores y estudiantes en este proceso y cómo puede mediar el pacto pedagógico?”.

“Lo que debemos entender- dije para concluir- es que el profesor debe construir la base de los cursos casi de forma artística. Luego las líneas de acción se deben tejer orientadas hacia un solo objetivo: fortalecer la autonomía del estudiante, reconocerlo como un pensador nato potencializando su capacidad para preguntar, para analizar y para errar”.

“Porque lo que vemos es que donde debe existir un lazo de comunicación y entendimiento centrado en el diálogo, lo que hay es, en palabras de Estanislao Zuleta, ‘una gran incomunicación’. No nos estamos escuchando y por lo tanto muchas veces olvidamos que la interacción efectiva dentro de un aula empieza por un proceso de diálogo consensuado donde se entienda que en la escena hay dos actores con igual relevancia y con un mismo objetivo, pero con papeles diferentes”.

“Es cierto”, me dijo en tono reflexivo. “Tenemos mucho por desaprender”.