26 de enero de 2022 | REVISTA UNIVERSIDAD EAFIT - LAS CIENCIAS AL SERVICIO DEL CUIDADO
Las imágenes le dieron la vuelta al mundo y se volvieron virales porque parecían sacadas de un capítulo de la Tierra sin humanos. Ciervos en las calles de Tokio, cabras montesas paseándose por Madrid, zorros en Londres y pumas en Santiago de Chile; fotografías satelitales que mostraban la disminución de gases sobre China o en el norte de Italia; el regreso de las aguas cristalinas a los canales de Venecia, ¡y con peces!, aeropuertos vacíos, ciudades sin turistas...
Así, a medida que la pandemia por COVID-19 se abría paso en el mundo, cerrando comercios, vaciando lugares emblemáticos y obligando a los diferentes gobiernos a dictar medidas de aislamiento y confinamiento, la naturaleza también fue reconquistando, durante esos meses, su terreno en las ciudades.
Matt McGrath, corresponsal de medio ambiente de la BBC, expresó en su momento que nunca antes en la historia de la humanidad, ni siquiera con las guerras o las recesiones económicas, el planeta había dado un respiro tan grande como el que se estaba viviendo.
Y no se equivocaba. El descenso de las emisiones de CO2 en la primera mitad de 2020, según Natural Climate Change, fue de 8.8 % (pero se redujo a un 6.5 % con las reaperturas progresivas); la caída de las emisiones de dióxido de nitrógeno fue de un 20 % en algunos de los países más golpeados por el coronavirus como China, Italia y Estados Unidos; y según la Agencia de Energía Internacional, en este mismo año, el mundo usó un 6 % menos de energía.
Sin embargo, este alivio no es suficiente, pues investigadores de la NASA y del Instituto de Oceanografía Scripps, de la Universidad de San Diego (Estados Unidos), advierten que para que el respiro planetario tenga mayores beneficios la reducción de emisiones de CO2 debe ser de un 10 % global sostenido y prolongado por al menos un año.
Se trata de una opinión a la que se suman Alejandro Álvarez Vanegas, docente de Cultura Ambiental de la Universidad EAFIT; Santiago Mejía Dugand, investigador del proyecto Peak-Urban EAFIT; y Paola Arias Gómez, investigadora de la Escuela Ambiental de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Antioquia, quienes coinciden en que es necesario tomar los aprendizajes recogidos hasta el momento y convertirlos en intereses investigativos para evitar un posible coletazo ambiental durante el proceso de reactivación económica.
Educación para el desarrollo sostenible
“Es evidente que durante la pandemia cayó el consumo de energía y hubo una disminución en la generación de emisiones o residuos, pero esto fue solo un momento valle. Ahora se espera que el sistema económico arranque con todo su poder y para tratar de recuperar el tiempo perdido no sería raro que volviéramos a los mismos niveles de contaminación de antes de la pandemia o, incluso, peores”, menciona Santiago Mejía, doctor en Gestión Ambiental de
la Universidad de Linkoping, en Suecia.
Para Alejandro Álvarez, las imágenes que le dieron la vuelta al mundo, con los animales y la naturaleza reapropiándose de sus espacios, aunque no dejan de ser llamativas por su belleza, no son indicadores de que efectivamente haya una regeneración en los ecosistemas o de un frenazo en el avance del cambio climático.
“Se necesita mucho más tiempo para dar una afirmación de este tipo. Por eso se hace tan importante no solo la investigación en este campo, sino la divulgación y apropiación del conocimiento derivado de esta, que se lleve a los procesos formativos de los estudiantes y genere una educación para el desarrollo sostenible”.
Los animales en las calle y diferentes especies reapropiándose de los espacios naturales durante la pandemia, no son un indicador que efectivamente demuestre que se haya producido una regeneración en los ecosistemas durante ese período. Foto: Róbinson Henao
Muy en línea con lo anterior, Paola Arias, quien fue una de las científicas que participó en la elaboración del más reciente informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), señala que los nuevos horizontes de la investigación ambiental deben ser inter y transdisiciplinarios, y con un alto componente social, especialmente en lo que tiene que ver con las interacciones entre ecosistemas y seres humanos.
“Los programas investigativos de la actualidad se dirigen, en su mayoría, a los sectores productivos, y las áreas sociales siempre están relegadas. Es necesario que el debate, los énfasis y los recursos sean también transversales a los derechos humanos, a los esfuerzos por cerrar las brechas de desigualdad, y a la construcción de una investigación socioambiental”, puntualiza.
Es ahí donde se hace necesario hacer un llamado a la academia para propiciar una investigación científica orientada no solo a mantener los beneficios temporales obtenidos durante la pandemia, sino también para potenciarlos y convertirlos en estrategias planetarias a largo plazo.