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Contra la democracia

Susana Blake

Susanablake2810@gmail.com


Una de las disputas en la política de hoy en día busca asignar un significado –el que sea– al lugar polisémico (por vacío) que ocupa el concepto de democracia. Algunos dicen que es lo mismo que la libertad, o que es lo único que nos permite tenerla; ¿de qué libertad hablan? Ese lugar también les conviene dejarlo indeterminado. Otros dicen que en ella todos somos iguales y, lejos de preguntarse por el valor de verdad de tal afirmación, la toman como si se tratara de algo loable. 


En cualquier caso, nadie muy inteligente ha defendido nunca la democracia. Lo hacen quienes no tienen reparo alguno sobre la cuestión de quién –y cómo– gobierna; quienes no tienen mucho que decir cuando se discute lo malo y lo bueno –casi todos–.


¿Cuál es la probabilidad de que, en democracia, llegue a gobernar un buen hombre o una buena mujer? No nos preguntemos siquiera por grandes caracteres, grandes gobernantes: el principio de la democracia es que cualquiera puede llegar a gobernar: cualquiera a decidir y a legislar. Defender tal régimen nos ha traído hasta la desgraciada imagen que hoy plaga los cuerpos legislativos y el poder ejecutivo de todos los países que, sin saber lo que reclaman o lo que les convendría reclamar, gritan por “la libertad” o “la igualdad”.


Así que cuando seamos mal gobernados, cuando sus leyes nos alejen de la idea del bien, de la justicia y la belleza, será torpe acusarlos de faltas que no han cometido. Gobiernan como lo hacen porque la constitución de este cuerpo político admite que ejerzan el poder hombres y mujeres sin ideas del bien. No hacen falta ejemplares.


Es con sabia practicidad que se suele señalar que mientras más metan la mano, peor saldrá la cosa. La política, excepción a tantas cosas, no lo es esta vez. Una buena democracia requiere de una serie de condiciones que también muy improbablemente llegan a coincidir en la realidad. ¿Acaso todos pueden elegir? Es claro que a todos les compete, pero no todos conocen lo que es bueno para cada uno y para la totalidad. ¿Debe tomar parte en la decisión quien no sabe nada de lo que conviene hacer?