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El maestro y su lana

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Salomé Arango Botero ​

 sarangob1@eafit.edu.co

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"Por tanto, el que persuade, porque obliga, injuria, y la persuadida, porque es obligada con palabras, vanamente es mal afanada"

- Gorgias

Hace tres años me topé, en una clase de religión, con tres credos hindúes que arribaron a Medellín. Uno de ellos, recuerdo bien, fue el Vaishnavismo, o como se le conoce erróneamente, los Hare Krishna. Había leído un artículo sobre ellos en ese momento y ese mismo año me vi almorzando en su centro cultural. Un almuerzo vegetariano acompañó la tarde, muy acorde a su filosofía: no propagar el sufrimiento. Ese día no sabía que, años después, iba a estar sentada en la misma mesa hablando con el maestro Radha. 


Govindas es el templo del Vaishnavismo en Medellín, un edificio al frente de la iglesia de La Veracruz en el Parque Berrío, ubicado en un lugar caótico que a su vez conserva una gran parte de la cultura de la ciudad: teatros, museos, parques, esculturas circundan aquel sitio. Su música de fondo son todos ruidos del centro: los comerciantes gritando “entre sin compromiso ”, los carros y buses con el característico ¡piii! y el marchar de los transeúntes ensimismados rumbo a sus destinos. 


Setecientos cuerpos famélicos integran esta aparente secta en la capital antioqueña. Su filosofía de vida la dicta la relación consciente con su existencia y el entorno. Visten con túnicas porque deben despojarse de lo material. Adquieren nuevos nombres, deben olvidar su vida pasada y su dieta vegetariana es estricta y carente: tres harinas, una porción pequeña de vegetales y una porcioncita de proteína. Adoran a su dios Krishna rezando 1.728 veces al día el mantra Hare Krishna. 


La ciudad estaba hecha un caos, se acercaba la quincena y como de costumbre los paisas salen a pagar, mercar y gastar. El viernes 13 de agosto esperé sentada en una de las mesas del restaurante, que queda en el tercer piso, aproximadamente unos treinta minutos. Sirley, la administradora del lugar, me había dicho que solo debía esperar diez, pero parece que el tiempo de los vaishnavistas sí es de oro. Su tiempo lo emplean principalmente en cuatro cosas: vender libros, realizar cursos de formación, hacer trabajos de limpieza y rezar. 


Cuando giré a ver hacia la puerta, un hombre de mediana estatura con una túnica blanca, rodeado de collares y sin tapabocas se acercó hacia mí. Se sentó, me presenté y lancé la primera pregunta sobre cuál era su rutina, el hombre respondió: “Tú me estás preguntando algo a mí, pero lo que te voy a responder no va a ser para tu trabajo sino para ti, te va a caer a ti”. Así comenzó la entrevista que tenía planeada para uno de los maestros vaishnavistas, Radha. 


Aquel viernes la entrevistada terminé siendo yo. El maestro empezó haciendo preguntas sencillas como cuál era mi nombre, en dónde vivía y hasta el nombre de mis padres. Se sentó en la silla erecto, con las piernas separadas y la mirada se dirigía unas veces hacia mí y otras hacia lo que parecía ser la nada, tal cual un hombre sentado en el patio de su casa. Después cuestionó si yo era una persona honesta y el postre: la gran pregunta de quién soy yo. Me sorprendí, aquella canción de Rubén Blades sonaba en mi cabeza esa tarde: la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida . Para cada lección debía poner un ejemplo con mi vida o con la vida de aquellos que no han encontrado el propósito, que para su juicio somos todos. 


Una libreta llevaba en mi mano y unas cuantas preguntas se veían en ella. Estaba dispuesta a encontrar un estilo de vida diferente y viable, tal vez donde yo pudiera seguir dos o tres prácticas que me servirían para mi vida y ¿cómo no? poder escribir más a fondo sobre ellos. Darlos a conocer desde una perspectiva cercana y no viéndola como se mira una ciudad desde su punto más alto. Pero el camino fue otro. 


Radha, aquel hombre que me habló toda la conversación sin tapabocas, seguro de sí mismo, afirmó que el ser humano que no se cuestiona por el sentido de la vida es un ser que vivirá engañado “No estarían engañandolos con el miedo para que se vacunen, es un engaño para matar a la gente, pero las personas no tiene conexión ni con dios ni con su ser”. Para ellos las vacunas y el covid-19 son un negocio. Finalmente, todos vamos para el mismo hueco, ¿no?


Desde ese momento, las siguientes afirmaciones de su parte las vi venir como el cáncer creciendo en el cuerpo de un fumador. El maestro aseguró que “las mujeres tienen cierta debilidad, en su naturaleza, pueden ser fácilmente engañables por los hombres” y ahí estaba yo escuchando atentamente, estaba siendo seducida y arrastrada a la verdad. 


Lo que ellos practican no es una religión, lo explicó claramente el maestro Radha. “Es sentido común, estamos hablando de la lógica de la vida”. El maestro movía sus manos, hacía gestos y cambiaba el tono de su voz para explicarme un poco de su filosofía. A pesar de todo el ruido que se escuchaba alrededor, una serenidad lo rodeaba. ¿Será que esos collares que colgaban de su cuello tienen algo que ver?, pensé.


Ser agradecido con la naturaleza es uno de los pilares fundamentales de su culto. Radha dice que la naturaleza nos da todo pero no como un regalo, sino que se debe compensar mediante un intercambio de energías. Ser recíprocos con lo que la madre tierra nos brinda. Cuando somos agradecidos, responsables, conscientes y obramos bien el alma va a ser compensada y va a reencarnar en cuerpos de seres dignos de esa alma buena. “El que piense que no hay vida después de la muerte es un tonto” dijo Radha. 


Esta religión, derivada del Hinduismo, crece en el centro de Medellín. Viven su libertad de culto tranquilamente pues ninguna institución o grupo los ha discriminado en Colombia. La política no les interesa porque “la colombiana ya está chueca y al que dice la verdad lo matan”. No me quedé con las ganas y le quise preguntar por los collares que le colgaban de su cuello. Solo quiso responderme por uno, señalándome un collar de varias bolitas cafés claras, una tras otra “ es de una planta que se llama Tulasi, es una planta sagrada, cada entidad viviente está personificada”, así, Radha tiene un grado de protección alto al tener ese collar. 


Al fin y al cabo pudo responderme algunas preguntas, sin embargo, la finalidad de su discurso iba más allá de simplemente presentarme su cultura. Como todo maestro dictó sus enseñanzas, y como buena alumna fui crítica de su retórica. Lo que tenía pensado que fuera mi tarde del viernes resultó siendo el mismo triste destino de la oveja que va en busca de comida y termina sin su lana.