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El perseguido


Andrés Vélez Cardona
avelezc10@eafit.edu.co
@avcandresvc

Desde hace años vivía en el diminuto pueblo de Forabia a unos cuantos kilómetros de un puerto del mar Caribe, nunca tuvo inconvenientes con nadie allí. Sus vecinos eran como las hormigas, hacían sus roles heredados mecánicamente durante toda su vida y él encajaba en esa colonia. Hasta los últimos segundos del desgaste de su cordura, siempre vio los mismos rostros claros de ascendencia europea. Creía respetar a cada persona por lo que era, sin importar la apariencia de quienes se acostumbró a ver. Su rutina era monótona incluso en los caminos que tomaba para llegar a su casa, teniendo un orden para cada variación posible.

Durante esas fechas fingió pasar por alto una noticia de un barco que llegó al puerto lleno de inmigrantes sin pasaporte, a los que les darían residencia por un tiempo mientras el resto de los países aportaban una solución. Él aparentaba su tranquilidad, se profesaba aislado de los problemas por fuera del pueblo, sin embargo, las inquietudes alrededor sobre la seguridad iban en aumento por los rumores sobre las probabilidades de foráneos llegando sin aviso a delinquir.

Pasó algunas semanas sin tener mayores preocupaciones que las ya forjadas por su rutina, pero hubo un instante, mientras regresaba a su casa durante una jornada de sol, en que sintió un leve cosquilleo que le recorrió la nuca, una desazón producida por la sensación de ser observado. Volvió la mirada al camino recorrido con la sospecha de haber visto algo tras el muro que había pasado. Seguro de sí mismo, se devolvió a la esquina solo para percatarse que no había nadie cerca. Resopló con tranquilidad, aunque se devolvió desconcertado decidido a usar otra de sus rutas favoritas a la tarde siguiente.

Los próximos días caminó nervioso: miraba por encima del hombro cada tantos pasos, caminaba apresurado y tomaba decisiones de último segundo al voltear por las esquinas.  Había notado en varias ocasiones que alguien le seguía el rastro y recordó que por las calles se corría la voz de lugareños viendo entrar inmigrantes al pueblo. 

El miedo se intensificó luego de una caminata a mediodía. Mientras pasaba por los comercios en la plaza principal del pueblo, creyó ver en el reflejo de un espejo a un hombre corpulento, oscuro, lleno de rasguños en el rostro, que se le quedó mirando un par de segundos con una fijeza desafiante, dejando vislumbrar la malicia en sus ojos. Estaba allí para observarle, quería algo de él, su dinero, su vida o tan solo el placer de su miedo, no estaba seguro, mas no dudaba del peligro inminente en el que se encontraba. Tomó fuerzas al recordar que estaba en su entorno natural, donde el resto de su colonia lo apoyaría, se dio la vuelta y caminó firme al lugar en el que había visto al hombre, solo para encontrarse con un armario viejo que le obstruía la vista. Su perseguidor había escapado de nuevo.

No era la primera vez que le pasaba y sabía que no iba a ser la última. Los nervios se apoderaron de todo su cuerpo, salió a paso apresurado por la esquina de la iglesia, cruzó la calle divisando, tras una viga, una figura musculosa que, en vano, trataba de ocultársele. Comenzó a correr, no soportaba más la idea de ser seguido, observado, estudiado; cambió sus usuales pasos dando vueltas en círculos tratando de despistar a su acosador. Fue gritando por las cuadras hasta llegar a la puerta de su casa que tiró tras de sí, poniéndole llave y corriendo muebles para tapar todas las posibles entradas. Dejó una lámpara prendida y de tanto en tanto miraba por las ventanas, esperando tranquilizarse.

Los instantes de calma se perdieron en el aire. Mientras pasaba de una habitación a otra pudo notar la forma inconfundible que desde hace días lo seguía, Se agitó y su mejor reacción fue encerrarse con un teléfono para pedir auxilio. Marco, pero antes de que alguien le pudiera hablar, dejó escapar con voz desesperada unas palabras confusas. Cuando por fin llegaron, lo encontraron tirado en el suelo temblando de miedo. Detrás estaba, encorvada y medio temblorosa, una figura lóbrega, siguiendo sus movimientos con la misma inquietud de su perseguidor.