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No llorar



Pablo Patiño​
@pat_patinson

El siguiente artículo está dedicado a S******* A******* y debe leerse mientras suena de fondo la canción “Aline”, de Christophe (el verdadero Tip Top), en caso de tardar más la lectura que la música, ésta última debe repetirse hasta acabar ambas al unísono.

El jueves 18 de noviembre del presente año te mandé un mensaje donde te invitaba a ver juntos la última película de Wes Anderson. 

—¿Nos vemos este lunes para ver la película? Sería otra cita, debemos recuperarlas, y la película te gustará, te lo prometo. No la he visto, pero estoy seguro de eso. Te prohíbo verla con alguien más, prohibido verla sin mí.  

Durante cuatro días no existió respuesta, el lunes de la película respondiste a la 1 de la tarde:

—No podré ir.

Fui por mi cuenta, y aquí te traigo las razones pérdidas para ver juntos The French Dispatch —usaré el título en inglés porque sé que lo estás practicando—.

Se ha dicho que Wes Anderson es el director vivo con el estilo más reconocible. Es ésta, su décima película, donde se da la aglutinación de todos sus atributos, no es gratuito entonces que sea la primera narrada en episodios casi autónomos. Es también un excelente milagro shockeante para un espectador que, como vos, no ha visto nunca alguna de sus películas. Empezar por la más fresca, la más madura, la más reciente, la más rápida —aunque esto pueda jugar en su contra—. Empezar por el final, como el final de un beso que es la separación, lo cual es al mismo tiempo su inicio, creando un bucle de separación-unión-separación-. Verla en el año de su estreno es una gran oportunidad, no como una obra maestra aislada, sino como el último fruto de una gran carrera maestra. Y sí, soy consciente de mi excesiva adoración hacia Wes Anderson (como hacia ti) sin embargo, la defiendo porque siento que muchas veces se escapan razones para adorar a este director, es decir, en contra de todo los que se dice sobre él, creo que está infravalorado.  

Salgamos pronto de lo que siempre se dice de él y que encontrarás en cualquiera video ensayo flojo de Youtube. Wes Anderson crea planos hermosos, es el rey y dictador de la simetría en la actualidad, de los colores pastel, de la ola hípster y de la melancolía por lo viejo y por las modas de antaño. Todo esto parece ser dicho por personas con ojos que saben ver pero no leer. Porque Wes Anderson es, además de director, escritor y guionistas de casi todas sus películas, labor donde destaca por su profundidad en el estudio de las relaciones humanas y por su incandescente creación de personajes. Es un gran narrador, además de un gran estilista, de un gran acomodador de espacios y colores. Sin embargo debo decir que The French Dispatch sufre un poco por su entrada en un campo nuevo para Wes y es de la narración episódica separada como un libro de cuentos. En dos de las tres historias principales de la película se nota la dificultad para terminar la trama, y siendo la primera la que menos adolece y la última la más sufrida, se puede criticar la elección en la repartición, el espectador —o podríamos llegar a decir que el lector— se cansa un poco con la última historia, la más floja de todas, por lo tanto, una reacomodación de las historias del original 1-2-3 a 3-2-1 o 2-3-1 o 3-1-2 podría ser la solución para esta fatiga. O la solución también podría ser ir a verla con alguien que ame a Wes y que esté constantemente dando cariñosos codazos o apretando la mano y señalando la pantalla con la promesa de que todo valdrá la pena. Es la primera película de Wes que adolece de esto, y por lo tanto haberla visto contigo hubiera sido un buen experimento. 

Casi todos los videos que se encuentran en español al momento de escritura de este artículo, en especial los grabados en español, definen la película como una carta de amor al periodismo, siendo una idea cierta pero corta.  

Sin arruinar tramas ni adelantarnos a los que no la han visto, aunque algo me dice que simplemente olvidarás mi petición y nunca la verás, o la verás y olvidarás que era tan importante, es necesario decir que la película es también una carta de amor a la libertad, a la pintura, al cuerpo femenino, al amor entre hombres, a la política, a la juventud, a Timothée Chalamet (más que a nadie más), al lenguaje, a Francia, al padre y al hijo, a la animación, a la música, a los amores sin edades y a los amores tristes. 

Primordial, crucial, indispensable verla acompañado. Es una de las ventajas de la decisión de historias separadas, lograr la sumatoria de temas, muchos de los cuales no habían sido tocados antes en su filmografía. Esa sumatoria de temas y amores demuestra lo importante que es verla acompañado, sin importar el estado o la naturaleza de la relación de los espectadores, encontrarán una luz o una verdad en las historias de The French Dispatch, una conexión, no importa si es artificial o postiza, son relaciones nacidas e inspiradas en un estilo que logra belleza en la ultra preparación de todo: escenarios, diálogos, tomas y maquetas. 

El motivo general de la película, que se repetía como un mantra irónico, es el letrero y la máxima en las oficinas del editor Arthur Howitzer Jr., donde se pide, o se obliga a “no llorar”. Imposible tarea teniendo en cuenta las circunstancias de ausencia y abandono en las que éste servidor presenció la última película de Wes Anderson, con algunas falencias y por primera vez con éste director, con algunos excesos —específicamente el de la rapidez— sin dejar de ser una película hermosa, inteligente, una obra de arte necesaria de presenciar en el año de su estreno para hacer parte de la pequeña historia de la décima película del, ojalá muy duradero, Wes Anderson. 

Salí del cine obligado a romper las reglas del editor y las mías propias: vi la película solo y lloré.