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Aplastada por la ciencia

Mariana Arango Trujillo

En un modesto tercer piso del número 49 de la Kramgasse, una de las principales arterias del casco medieval de Berna; se desempolva una de las teorías de la física que revolucionó al mundo en el siglo XX. La casa museo considerada patrimonio cultural por la UNESCO cuenta con un famoso escritorio con miles de papeles enojados, una pizarra verde con cicatrices blancas y borrascosas, letras que hacen el amor con los números, libros que le ganan en cantidad a las estrellas y un sillón hundido por las posaderas de Albert Einstein. 
El pálido tapiz con flores demacradas está cubierto de retratos con sabor familiar y en uno de ellos, (lejos de los demás) se encuentra una mujer con sonrisa forzada, tal vez incómoda por la foto. Mileva Marić o Mileva Einstein fue la primera esposa de Albert, pero su mente brillante —al igual que su retrato— vivieron en la penumbra eclipsados por el éxito de su cónyuge. Si existe una equivalencia entre masa y energía, ¿por qué no la hubo entre Albert y Mileva?

Es fácil imaginarla en su infancia con un vestido puesto a regañadientes y hablando con sus únicos amigos: cálculo diferencial e integral. Los números pudieron ser el mejor refugio para esta niña serbia quien nunca pasó al tablero a pesar de saber la respuesta exacta. Tal vez era introvertida por la discapacidad congénita en su cadera izquierda, que la hacía cojear desde muy temprana edad, o quizá nunca le gustó ser elogiada por sus propios méritos; pero a pesar de sus esfuerzos por no sobresalir, su nombre siempre encabezaba la lista de promedios de física y matemática. El número 1 fue determinante en su vida: fue la primera mujer en ser admitida en el Instituto Politécnico de Zúrich, donde se enamoró de la ciencia y a su vez, de Albert Einstein. Allí fue también la primera de su clase superando por un 0,1 tanto a su enamorado como a su gran amigo Nicola Tesla. 

"Una vieja bruja", es uno de los comentarios que la familia Einstein dedicó a la primera mujer del científico, aunque a escondidas su papá confesaba: “Es muy buena; demasiado inteligente, inclusive para ti”. Compañeros la describieron como brillante pero callada; sin embargo, ser la única mujer en su clase daba mucho de qué hablar por los prejuicios de la época: “No es justo que pueda estudiar y sacar mejores notas que nosotros”, decían unos con envidia, haciendo que reprobaran por decimales. No obstante, era Albert quien sostenía la mano y recorría el cuerpo de la prodigio: noches de placer estudiando el movimiento de los cuerpos, la unificación del espacio-tiempo y ellos dos, convirtiéndose en uno. Las veinticuatro horas del día no eran suficientes para ellos; estudiaban, calculaban, releían, analizaban, se rascaban la cabeza y se besaban…mucho. Hasta que los años mutaron el corazón de Einstein volviéndolo frío y escueto como sus cálculos, llegando a llamar a su esposa “sirvienta inútil e insignificante”. 

Una posible coautoría sobre la Teoría de la relatividad comenzó a cuestionarse en los años 80, cuando salieron a la luz 43 cartas que el matrimonio intercambió. En 1901 Albert le escribió a Mileva: “Cuán feliz y orgulloso estaré cuando los dos juntos llevemos nuestro trabajo sobre el movimiento relativo a una victoriosa conclusión”. El trabajo común tuvo que parar por un tiempo cuando Mileva, en ese mismo año, quedó embarazada mientras culminaba su tesis doctoral. Obtuvo el mejor promedio aun sin haberse graduado y según el físico Evans Harris: “La teoría de la relatividad comenzó con la tesis que Mileva escribió y presentó al profesor Weber, cuya memoria se ha perdido". A su vez, grandes científicos afirman que los conocimientos matemáticos de Marić, fueron imperantes para el desarrollo de la teoría que volvió a su esposo una insignia de la física. 

El hecho de no estar casados sumado con la inestabilidad económica y multiplicado por las condiciones sociales de la época, dio como resultado que ‎su hija fuese dada en adopción. En 1903 se casaron y Mileva renunció a sus propias aspiraciones por un trabajo “colectivo” en donde nunca tuvo lugar ni firma. “Las mujeres científicas han sido silenciadas muchos años, así que directamente no podía aparecer su firma”, advierte Dord Krstić, quien pasó cincuenta años investigando a Marić. Hans Albert Einstein, el primer hijo oficial del matrimonio, nació en 1904 y al año siguiente la pareja dio a luz a la Teoría de la relatividad, cuya madre fue absorbida por un agujero negro sin gravedad. El padre de dicha teoría, más tarde, en 1921, sería galardonado con el Premio Nobel de física; aunque no en vano resulta ser que los años más creativos de Einstein fueron aquellos en los que compartió investigaciones conyugales.  

Y allí, en medio de la premiación sueca, Mileva, aplaudiendo a su marido, haciendo estruendos con su bastón y sonriendo abnegadamente por un premio que, en el fondo, también le pertenecía. Esta altruista mujer le confió a una amiga: “Hace poco hemos terminado un trabajo muy importante que hará mundialmente famoso a mi marido”. ¿Por qué nunca hubo un “Einstein-Marić” revelado? Tres años más tarde de haber publicado los artículos, la pareja construyó con Conrad Habicht un voltímetro ultra-sensible. Mileva y Conrad realizaron el trabajo experimental mientras que Albert, según su esposa, “era mejor describiendo el aparato en sí”. Aun así, el trabajo fue registrado bajo la patente de Einstein-Habicht y cuando Conrad cuestionó la decisión de Mileva de no incluir su nombre, ella respondió haciendo un juego de palabras en alemán: “¿Warum? Wir beide sind nur ein Stein”, que traduce: “¿Por qué? Los dos somos solo una piedra”, pues Ein, significa una y stein; roca. 

Se le podría responder con otro juego de palabras de la famosa fórmula de la relatividad:

E=mc²: Einstein = marić *chancegleichheit² 
Que en alemán significa: Marić por “igualdad de oportunidades o esfuerzos” al cuadrado.

¿Qué sucedió entonces con sus esfuerzos por encabezar la lista de promedios? Los tres postulados a continuación tal vez encaminen al lector a una respuesta. El primero, afirma que el esfuerzo de la relatividad multiplicado por dos, viajó a la velocidad de la luz para que el resultado se simplificase a uno solo. El segundo se resume en que todo es relativo; depende de un espacio y un tiempo: una época y un momento. No es lo mismo aplaudirle ahora a la científica italiana Fabiola Gianotti, la primera mujer en dirigir el principal centro de física de partículas del mundo, que en ese entonces elogiar a una mujer por haber sido coautora de una teoría revolucionaria. El tercero, tal vez cuestione los dos anteriores, y se advierte en las propiedades de la igualdad, ya que, el primer y segundo miembro de la ecuación están separados por el signo “=”. La científica Marie Curie —galardonada con dos premios nobel y contemporánea a Mileva—, también tuvo un matrimonio basado en cálculos y descubrimientos, aunque con una diferencia: su nombre completo aparecía en todas las patentes y su esposo fue ese otro miembro de la igualdad. 

En 1909 la ecuación matrimonial se complicó y Mileva le escribió a su amiga: “Con toda esta fama, tiene poco tiempo para su esposa. Lo que hay que decir, con notoriedad, uno consigue la perla, el otro la concha”. El espacio y el tiempo, según la teoría, son una sola cosa —como Mileva creía que lo eran—, pero no pasaron muchos años para que el hombre del que amaba hasta su tras pie al caminar, la llamara "criatura hostil". En 1912 le fue infiel con su prima Elsa Einstein Lowenthal y al inicio de la Primera Guerra Mundial, su amor fue bombardeado con cláusulas por las cuales Albert estaría dispuesto a continuar el matrimonio: "Usted velará porque: mis trajes sean mantenidos, que yo sea servido con tres comidas regulares al día en mi habitación (…) Cuando yo pida algo, usted debe dejar mi alcoba o estudio de una vez y sin protestar".

Dos años más tarde, aquel loco le pidió el divorcio y ella accedió con la condición de que el dinero del Premio Nobel (en caso de serle concedido) sería para ella, aunque en 1925 Albert cambió su testamento y Mileva objetó firmemente considerando, inclusive, en revelar sus contribuciones de la teoría. Su exesposo escribió: “Me hiciste reír cuando empezaste a amenazarme con tus recuerdos. ¿Alguna vez has considerado, que nunca nadie te prestaría atención? ¿Como si el hombre del que hablas no hubiese logrado algo tan importante? Tú eres completamente insignificante”. Mileva permaneció en silencio y congeló sus lágrimas luchando contra la esquizofrenia de su hijo menor, invirtiendo todo el dinero del Premio Nobel es sus tratamientos.

En 1947, Albert escribió a su abogado de divorcio: “Cuando Mileva ya no esté aquí, podré morir en paz” y casi como si la hubiese sentenciado, ella falleció al año siguiente. Y aunque las 43 misivas subastadas son prueba del trabajo común, para algunos científicos el apellido Marić no es parte de la fórmula y sigue siendo una ecuación sin resolver. El retrato de “primera esposa” en la casa museo parece ser inmortal, mas su reconocimiento en el legado de Einstein fue cubierto por el polvo del olvido, y el fin de este relativo amor, fue también el punto final en la vida intelectual de Mileva Marić.