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Carlota


​Por: José Joaquín Duque | Grupo Letras

Al mirar por el ojo de la puerta doña Carlota ve a dos hombres en overol rojo. El primero lleva una caja metálica, el otro, más allá, sostiene en el hombro una pequeña escalera. Doña Carlota empinada y con un ojo cerrado les da los buenos días, ¿en qué los puedo ayudar? Somos de La empresa de Energía, responde uno, venimos a comunicarle que le hemos cortado el suministro de gas. No deje de llamar a La Central. Hasta luego. Doña Carlota siente los pasos de ambos alejarse de la puerta, luego de un par de segundos, la abre rápido y les dice amable pero urgente: esperen. Ellos giran la cabeza. Desde el ojo mágico eran menos altos y más gordos. El de la caja metálica es casi un muchacho, el otro, de piel negra, coincide con la figura que ella tiene de un boxeador. Al fondo del pasillo el ascensor se cierra vacío. Debe haber un error dice doña Carlota. Los hombres se miran. Después de un silencio el joven responde: perdone señora, nosotros solo cumplimos órdenes. ¿Podemos hacer algo ya? Algo como qué, pregunta el boxeador, algo como ponerme el gas señor, repone ella. Si nos autoriza doña a hacerle el mantenimiento… Claro, pasen, dice doña Carlota abriendo espacio. A su marido le hubiera dicho que desde la portería le anunciaron la visita de los técnicos de La empresa de Energía. Que casi se le sale el corazón cuando entró a dos desconocidos a la casa y ella sola.


Los hombres se quedan parados en la sala del apartamento. Miran los muebles imitación Luis XV y el cuadro del Corazón de Jesús. Las materas. Los portarretratos. Un reloj de péndulo marca Jawaco inmóvil casi a las tres y media. La estación Prado a través de la vidriera del balcón. Se ven reflejados uniformados y firmes en la vitrina del comedor en donde reposa una vajilla francesa incompleta. Es por aquí dice Doña Carlota, llevándolos a la cocina.

Ella permanece un minuto recostada en el vano de la puerta viéndolos desempacar. ¿Les provoca un tintico?, iba a decir, pero recuerda que ya se le ha terminado también el café. Bueno…, agrega, yo los dejo aquí tranquilos, si necesitan algo me llaman, voy a estar en la sala. Se sentó en el sofá con las piernas cruzadas, fija la atención en la cocina. Por la ventanita de la puerta podía ver algo y desde ahí escuchaba lo que hacían. ¿Qué tal que le abran la nevera o le esculquen los cajones?

Fue al baño, se retocó el peinado, se quitó el delantal, se acomodó la blusa bajo la falda. Luego se dirigió a la cocina. Abrió un poco la puerta, asomó la cabeza y dijo, ¿cómo van los señores? En un giro de ojos comprueba que todo parece normal. Los hombres intercambian una mirada que no escapa al presentimiento de doña Carlota. Señora, le dice el muchacho, no podemos hacerle el mantenimiento dice La Central. Ella aprieta los dientes, entra, ¿por qué no joven? Muy sencillo señora, responde el otro, prenda por favor la luz de la cocina. Carlota se pasó las manos por la cara y su angustia se relfejó en el cromado de la nevera. No se preocupe, continuó el boxeador, cuando pague lo de la luz, y lo del agua, porque también se la cortaron, nos llama. A lo mejor hay un error, agregó el otro muchacho.

Los hombres recogen la herramienta y la guardan en la caja metálica. El señor negro se cuelga la escalera al hombro. Salen. Hasta luego, le dijeron. Todo eso le habría dicho doña Carlota a su esposo, cuando llegara en la tarde después del trabajo.​

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