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Como el amor y la música

​Lucy Ortega 

lvortegap@eafit.edu.co
@lucyortega16 

Aquella noche en Manrique, extrañándote, viví una experiencia que cambió, tal vez para siempre, lo que la música significa para mí.

Mientras caminaba por Manrique buscando el lugar desconocido al que nuestra pelirroja favorita me llevaba, pensaba en ti, en cómo este plan me recordaba tu presencia. Íbamos de camino a un toque, y te confieso, estos planes me resultan inquietantes, como espectador de una realidad a la que no pertenece.

Mientras subíamos en el bus, por calles cada vez más empinadas, venían a mi mente las películas que hemos visto sobre el rock y el punk en Medellín; pensaba en Rodrigo D no futuro, en Apocalipsur, y en cómo Medellín no era tan diferente a como lo veía en las pantallas. Alrededor la ficción se convertía en mi realidad y me dejé sumergir en ella. Al bajar del bus caminamos por calles envolventes y mi miedo radicaba en prejuicios de la zona que, por lo que estaba viviendo, eran calles llenas de vida, donde las normas de tránsito ya no importan, pues pasar las calles se convirtió de un momento a otro en un deporte extremo.

–¡Llegamos!

El lugar era una casa escondida, por fuera no tenía nada que me permitiera predecir todo lo que estaba por pasar. Al entrar, un escenario oscuro se apoderó de mi vista, tocaba una banda Kit de supervivencia, eran algo así como la pandilla de Scooby Doo alternativa. El olor a marihuana y pola estaba impregnado en el aire, acá entre nos, combinaba a la perfección con el rostro de las personas, todas ellas con vestimentas que me resultaban curiosas: mallas, peinados estrambóticos, tinturas llamativas y mucho color negro. 

Mientras observaba pasaba por mi mente cuánto te gustaría ese lugar, tenía esa vibras extrañas que encuentras fascinantes. Estaba absorta en mi mente cuando un silencio se escuchó, La Parrokia se preparaba. Desde lejos podía notar que era la banda más esperada. Nuestra pelirroja nos ubicó en el lugar perfecto para poder verlos, mientras el diestro (vocalista de la banda) preparaba el piano, todos se apelmazaban para verlo. La verdad no entendía por qué tanto alboroto, incluso tuve el impulso de voltearme a preguntarte qué pasaba, de nuevo sentí la presencia de tu ausencia. Resonaron los primeros acordes de la guitarra, a los que sin prisa se unieron el resto de los instrumentos. La voz del diestro llenó el lugar. Jamás había escuchado algo parecido, era una melancolía emocional hecha canción. La música la sentía revolucionaria, como aquellos besos de contrabando tuyos; eso es lo que me maravilla del amor y de la música, todo lo que provocan, todo lo que arde.

Canción tras canción, El Diestro fue dibujando la imagen lejana de aquella chica de Laureles que rompió su corazón, te confieso, agradezco que lo haya hecho, si algo bueno dejó fueron esas canciones.

Llegó el éxtasis, el pogo. Sabes bien que esas cosas me asustan, me cuesta entender el porqué disfrutan agarrarse a patadas con la música. Sin embargo, esta vez fue distinto, era una fiesta de cuerpos sin sentidos igual de trabados y rotos, gozando la música de manera diferente, casi violenta, dejando la rabia fluir con la melodía, permitiéndose la no cordura, aprovechándose de aquel escenario en el que no existían más prejuicios que los propios. 

Esa ciudad que me mostraste, que me enseñaste a amar, es la misma de las películas que tanto nos gustan; el rock y el punk siguen siendo su corazón y su sangre, están en los mismos lugares de siempre, sonando de fondo, escondidos, esperando que nadie los vea y así ser libres. Esa noche no llegué a casa completa, un pedazo de mí te lo llevaste, y el otro lo perdí recordando las tardes febriles de algún abril.

Nota del autor: leer escuchando Algún abril- La Parrockia.