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Con la mano izquierda

Mateo Orrego López

Uno podría imaginarse la escena de una tarde de verano, en Nueva York, en la que un río de luz inunda una gran sala blanca, sobre las paredes de la sala reposan 14 cuadros: retratos, desnudos, paisajes, naturaleza muerta; y el olor a óleo aún está fresco circulando en el aire. La gente se queda largo tiempo frente a las pinturas, y se aventuran a hablar del color, de las pinceladas, de las proporciones. En medio del ruido de las voces deambula una mujer, con el pelo recogido, un vestido de flores, con zapatos bajos, y con la mirada perdida, tal vez porque está sorprendida por el lugar en el que está, o tal vez porque no era lo que esperaba y solo quiere volver a su casa. 

“Parecía una diosa prehispánica. Un rostro de lodo secado al sol y ahumado con incienso de copal. Muy maquillada, con un maquillaje antiguo, ritual: labios de brasa; dientes caníbales; narices anchas para aspirar el humo delicioso de las plegarias y los sacrificios; mejillas violentamente ocres; cejas de cuervo y ojeras enormes rodeando unos ojos profundos. El vestido era también fantástico: telas azabache y solferino, encajes, botones, dijes, aretes fastuosos, collares opulentos […] Pero aquella mujer con aire terrible de diosa prehispánica era la dulzura misma. Tímida, íntima”. 

Casi como una pintura surreal, como uno de los cuadros expuestos en aquella sala, así debía ser como esta mujer se presentaba ante los ojos de los asistentes, o, por lo menos, así era como Octavio Paz describía a María Izquierdo, la primera artista mexicana en exponer su arte fuera de México.
***
María nació a comienzos del Siglo XIX en San Juan de los Lagos, un pueblo pequeño en Jalisco que, al igual que muchos otros en México, se había visto afectado por los casi treinta años de dictadura de Porfirio Díaz. Su padre, Rafael Izquierdo, murió cuando ella tenía cinco años y, como era costumbre, los abuelos paternos se encargaron de la educación de la pequeña, mientras su madre volvía a encontrar un esposo; pero su familia se libró pronto de la responsabilidad de su cuidado, pues a sus catorce años la obligaron a casarse con el militar Cándido Posadas.
 
Sobre la infancia y la juventud de María se sabe poco, quedan pocas cartas y solo uno que otro recuerdo de esos tiempos lejanos. A simple vista parecería que durante toda esa etapa de su vida María nunca pudo tomar una decisión por sí misma, cosa que cambió cuando, siendo ya madre de tres hijos y viviendo en Ciudad de México con Cándido, decidió hacer algo que pocas mujeres se atrevían a hacer en aquel entonces: divorciarse de su esposo. 

Una vez divorciada y con 25 años, la siguiente decisión que tomó fue ingresar a la Escuela Nacional de Bellas Artes para estudiar pintura. Es un misterio de dónde nació el interés de María por el arte, sin embargo, bastó poco tiempo para que se convirtiera en una estudiante prometedora. 

En sus primeras pinturas María retrataba a sus seres queridos, a sus amigos, a su familia, y también pintaba los paisajes de su infancia, aquellas escenas campestres que había cambiado por los colores grises de la ciudad. Y de vez en cuando, entre sus pinceladas, comenzaban a asomar aquellas escenas fantásticas con figuras derretidas o cuerpos cercenados que, más tarde, identificarían sus obras con el surrealismo. 

Un año después de haber ingresado en la escuela, Diego Rivera fue nombrado director, y al revisar una exposición realizada por los estudiantes, afirmó que los tres cuadros firmados por M. Izquierdo eran los únicos trabajos interesantes; mayor fue su sorpresa al darse cuenta de que los cuadros pertenecían a una mujer, María Izquierdo. Y fue justamente gracias al apoyo de Diego que, poco tiempo después, María pudo realizar su primera exposición individual en el museo de Arte Moderno de Ciudad de México.

Pero, en aquella época, en un medio habitado mayoritariamente por hombres, ser una mujer con talento era una amenaza. María salía de una charla sobre el arte contemporáneo en México, dictada por Diego Rivera, en la que él había hecho referencia a sus trabajos, cuando algunos de sus propios compañeros comenzaron a arrojarle cosas y a tirarle agua. Esa fue la primera de las agresiones que llevaron a Izquierdo a retirarse de la academia. 
Sin embargo, después de salir de la Escuela Nacional de Bellas Artes, pasaron poco más de tres años antes de que Izquierdo lograra mucho más que cualquiera de sus compañeros hombres, pues se convirtió en la primera mujer mexicana en exponer su arte en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York
***
Hoy, en Nueva York, pocos reconocerán el nombre de María Izquierdo, pocos sabrán que fue una pintora, que fue la primera artista mexicana en tener una exposición fuera del país, y tal vez eso mismo pase en la mayor parte de Latinoamérica. Sin embargo, hay una figura que, con seguridad, todos sí identifican, la de una mujer delgada, de cejas pobladas, cejas como pintadas de una sola pincelada negra, que usaba toda la paleta de colores en sus vestidos y que adornaba su cabello con puntos de flores: la imagen de Frida Kahlo.

Pero la imagen que tenemos hoy de Frida no representa por completo lo que era ella, es casi  una copia mal hecha. Pues el capitalismo ha hecho bien su trabajo, la ha convertido en un símbolo del mercadeo, ha puesto su rostro en camisetas, zapatos, vasos, cuadernos, muñecas, y todo tipo de cosas que se puedan vender, todo tipo de productos que generen ingresos. Así, ha hecho a un lado la representación de esa mujer un poco andrógina, que apoyaba las ideas Trotsky, que ponía en sus cuadros su dolor y sus sentimientos, que mantenía relaciones con Diego Rivera y con Chavela Vargas, y que, al igual que María Izquierdo, luchaba por sobresalir en un medio machista y conservador. 

El capitalismo decidió transformar la verdadera imagen de Frida y dejar en el olvido el recuerdo de María, tal vez porque la historia de vida de la segunda no fue tan difícil como la de la primera. Sin embargo, ambas, aunque no tuvieron una estrecha relación en vida, sobrevivieron juntas en su arte, pues sus representaciones de la mujer y de lo nacional a través del surrealismo permanecieron como insignia del arte mexicano. 
***
Después de su exposición en Nueva York, María comenzó a recibir el apoyo de Los Contemporáneos, un movimiento cultural mexicano que buscaba la reivindicación de la idea de “el arte por el arte”, por lo que se oponían firmemente a esa iniciativa de Los muralistas, en la que el arte debía ser, a la vez, una declaración política. Aunque Izquierdo no hizo parte oficialmente de Los Contemporáneos, el apoyo que recibía de este grupo hizo que su relación con Diego Rivera, gran representante del muralismo y aquel que la favoreció durante su paso por la academia, se deteriorara. 
Aun así, gracias a este movimiento, la obra de María se hizo cada vez más popular. En 1938, la ya conocida artista comenzó una relación amorosa con el pintor chileno Raúl Uribe, aunque este no era un pintor destacado, sí estaba muy bien relacionado con diferentes diplomáticos y políticos de América Latina, por lo que decidió convertirse en el principal promotor del arte de María y le ayudó a vender su obra y a realizar algunas giras por el mundo.
Después de su regreso de una de estas giras, en Sudamérica, María firmó un contrato para pintar dos frescos en el edificio del Departamento del Distrito Federal de México. Sin embargo, frente a la noticia, Los muralistas, entre ellos Diego Rivera, afirmaron públicamente que el estilo de Izquierdo era poco apropiado para los murales e insistieron en que ella no tenía la preparación técnica para pintar frescos. Esto hizo que María perdiera el contrato, pues a pesar de sus logros, el arte –y en particular el muralismo¬–, seguían siendo un territorio predominantemente masculino. 
Como en otras ocasiones, el comportamiento de los hombres no detuvo a María, por el contrario, su arte siguió evolucionando. En su madurez sus cuadros se caracterizan por ser escenas oscuras con colores intensos, cuyas protagonistas la mayoría de las veces son mujeres, mujeres jóvenes, viejas, flacas, gordas, el cuerpo femenino tal y como ella lo veía: real. El surrealismo está presente, a la vez que elementos de la cultura mexicana y aún elementos de su propia vida. 

En uno de sus cuadros hay una mujer asomada por la ventana que lleva una blusa que se difumina entre el rosa, el rojo y el blanco, de lejos, parecería que en realidad está manchada de sangre. Sobre su cabeza lleva una pequeña montaña de cabello negro azabache, adornada con flores anaranjadas a cada lado. En su rostro hay una expresión como de asco, las cejas levantadas y los labios apretados, y mira fijamente lo que lleva en su mano derecha, la cabeza de una mujer decapitada. El cabello de la cabeza que cuelga de su mano se enreda entre los árboles, que salen de la ventana de al lado y de cuyas ramas, en lugar de hojas, cuelgan pequeños rostros. Debajo de la ventana, y hasta el final de la pared, corren piernas sin torsos, que se difuminan en el horizonte.

En otro, se ve a una niña pequeña que posa como si le fueran a tomar una foto, con un sombrero rojo en su mano izquierda y un moñito del mismo color sobre su cabello, lleva un vestido blanco con cinturón y cuello azules, y al fondo una cortina verde y en el cielo unas figuras como de cisnes.
Pero lejos de poder mostrarlas en dos pobres párrafos, las pinturas de Izquierdo escapan a cualquier intento de descripción, escapan a cualquier esfuerzo por poner en palabras, más allá de los colores o las formas, ese sentimiento de tristeza, de felicidad, de desasosiego, ese sentimiento que está presente a lo largo de su obra; lo que, finalmente, la llevó a ser una importante artista en México.

Con su arte, María alcanzó un período de estabilidad económica, y junto a su esposo Raúl, quien la apoyaba devotamente, un período de estabilidad emocional. Hasta que un día, en 1948, todo se vino abajo, pues la gran artista sufrió una hemiplejía que paralizó la parte derecha de su cuerpo y le hizo perder el habla. Parecía que su esposo no soportaba el dolor de verla así, por lo que la dejó por una pianista y así el fin de la estabilidad emocional. Después de eso, enferma y sola, y como si su destino le hubiera sido anunciado desde que recibió su nombre, María aprendió a usar la mano que le quedaba, la mano izquierda, para seguir pintando, sin embargo, sus obras ya no eran tan valoradas, por lo que vivió el fin de su estabilidad económica. Finalmente, en 1955, ya en la pobreza, María Izquierdo murió a causa de una embolia.