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EAFITNexosEdicionesCuando los niños hacen política. De Bertolucci a Greta Thunberg.

Cuando los niños hacen política. De Bertolucci a Greta Thunberg.

Antonio Gómez Gutiérrez
El mundo necesita más fábulas y mitos y menos ciencia, o por lo menos que ésta aprenda a convivir con lo primero. Pero los niños, que uno pensaría que son los expertos en narrativas fantásticas, parecen estar creciendo mucho más rápido que lo acostumbrado

Algunos adultos odian y aman a los niños por igual. Los gestan, los miman, les hablan como si fueran antepasados cercanos de los perros, votan por los que prometen penas de muerte medievales a los violadores de infantes, juegan con ellos pero, simultáneamente, se cansan fácilmente de esos “juegos estúpidos”, los callan en las reuniones familiares porque dicen cosas “absurdas” y se entrometen en “conversaciones de adultos” —así como le hacen ¡shh! a la mascota de la casa— y los meten a parqueaderos pedagógicos que algunos eufemísticamente llaman jardines infantiles y colegios, donde aprenderán a ser adultos, es decir, a gestar niños, a mimarlos, a hablarles como si fueran antepasados cercanos de los perros, a votar por los que prometen penas de muerte medievales a los violadores de infantes, etc.

Aún creen en una ficción kantiana: la mayoría y minoría de edad. Se adquieren criterios políticos, entre otros, cuando se llega a los 18 años. En algunos países es a los 21. Y en Colombia suele ser a los 62, cuando la pensión que no llega empuja al abstinente a leerse el periódico por primera vez en su vida. Los que estén por debajo de ese umbral están marcados por la ignorancia, la inexperiencia, la ingenuidad. Tienen que tener un responsable mayor de edad. Es por eso que el discurso de la activista sueca Greta Thunberg, en la cumbre del clima de la ONU, ha sido tan criticado por las izquierdas y las derechas. Les molesta, no porque sea una adolescente diciendo cosas sensatas sobre el cambio climático, sino porque habla como nosotros. Es un espejo en el que, inconscientemente, no nos queremos reconocer porque derrumba la ficción kantiana. Ella misma lo dijo: “Me han robado mis sueños, mi infancia con sus palabras vacías”. Es un adulto de 16 años diciendo que el sistema capitalista —cuyo síntoma es el cambio climático— ha extinguido otra especie, la de los niños.

El discurso de Greta y su movimiento por las redes sociales, especialmente en Twitter, me recordó la película The Last Emperor, una película de 1987 dirigida por el director italiano Bernardo Bertolucci. El film muestra la historia de Puyi, el último emperador chino que asciende al poder con tan solo dos años de edad, en un momento convulso en el que emerge la República en aquel país oriental y en el que el emperador se encuentra condenando a gobernar al interior de la Ciudad Prohibida, debido a la presión del nuevo régimen político. Todos los sirvientes de aquella ciudad-palacio se encargan de mantener a Puyi al margen de las pugnas políticas que ocurren por fuera de los muros de la mansión. Lo vuelven apolítico y sin embargo, simultáneamente, le inculcan los valores imperiales: “Usted es el señor de los diez mil años”, le dice uno de los eunucos al niño. Quieren revestir los valores más arbitrarios con un manto de objetividad que creen lograr preservando la inocencia del niño, pero, en ese intento, politizan al emperador.

El emperador ha interiorizado tanto lo anquilosado de los valores imperiales que todo le parece antiguo. Después de muchos años sin ver a su madre, el emperador se reencuentra con ella y con su hermano, menor que él por uno o dos años. Lo primero que dice al verlo es “¡Qué pequeño es!”, a lo que una sirviente le responde “Es un niño, su majestad”. Después, cuando es un adolescente y conoce a la consorte que será su segunda esposa, dice de ella que “es muy vieja, tiene diez y siete años”. Esto puede ser tan revolucionario como conservador: se puede argüir la destrucción del sistema por atávico, como defenderlo por tradicional. El pequeño emperador, durante toda la película, parece moverse entre uno y otro extremo. Él se decía reformista por la educación occidental que había recibido y los comunistas lo inculpaban de contrarrevolucionario.

Lo mismo le pasa a Greta. Los progresistas latinoamericanos la tildan indirectamente de reformista —critican su lugar de enunciación privilegiado, blanco y europeo, pero no el contenido de su discurso— mientras que la derecha global (privilegiada, blanca, masculina) la desprecia por revolucionaria. Las dos críticas son igual de irrelevantes y vacías porque creen que la niña es un títere de sus padres, de George Soros según algunas noticias falsas, etc., pero todas apuntan a lo mismo: es menor de edad, luego, es manipulada, porque de ninguna manera podría hablar de la forma en la que hablan los adultos. Pero lo triste de Greta Thunberg es que utiliza la terminología de los verdugos del planeta: “Durante más de treinta años la ciencia ha sido tan transparente como el cristal”. Más adelante inundará su discurso de porcentajes, de grados centígrados, de puntos de inflexión, de equidad y justicia climática y de gigantones de CO2. Habla en el lenguaje de la ciencia, la misma que ve a la naturaleza como objeto, en términos cartesianos, como res extensa, como algo que debe ser estudiado y dominado.

El mundo necesita más fábulas y mitos y menos ciencia, o por lo menos que ésta aprenda a convivir con lo primero. Pero los niños, que uno pensaría que son los expertos en narrativas fantásticas, parecen estar creciendo mucho más rápido que lo acostumbrado. Repito: no se trata de minorías o mayorías de edad, porque ante el panorama climático del mundo, las filosofías amerindias también adquieren una gran contemporaneidad. Con las fábulas y los mitos el ser humano deja de hablar para darle la palabra a los animales, a los objetos, a las montañas, en suma, a la naturaleza. En los cuentos de los hermanos Grimm los espejos hablan y dicen la verdad, los lobos dicen mentiras, los cerditos son arquitectos y también, en los mitos de los bororo amazónicos, los armadillos ayudan a los hombres a enterrar a sus esposas y el sol puede llegar a sentir miedo. Los científicos, poco imaginativos, dirán que sólo son metáforas, como si ordenar las especies animales en taxones no lo fuera. Por eso el discurso de Greta es tan aséptico. Habla como adulto y los demás adultos que la critican, creen que está diciendo algo.

La política va a cambiar, el día que los votantes depositen en las urnas, tarjetones con unicornios dibujados a crayola. El día que, como Nietzsche, hagamos que nuestros espíritus devengan en niño.