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De la tradición, del mito y de la ciencia


Pablo Aguirre Álvarez

A partir de nuestro pasado entendemos y replanteamos nuestro presente, así podremos mirar y mirarnos con otros ojos, hacer una pausa y escuchar las tradiciones portadoras de un conocimiento ancestral, sabiduría que se preserva como un tesoro y oculta ante quien no recuerda su responsabilidad histórica con saber de dónde viene. Si bien la mera admiración de la belleza del firmamento ha propiciado tejer respuestas imprecisas acerca de la creación, los mitos resultado de esta curiosidad, más parecidos a la magia que a cualquier otra cosa y lejos de alinearse a la definición que se ha construido de ciencia, han cimentado la transformación del individuo en búsqueda de la comprensión del origen que hoy posee. El legado histórico y la ciencia es conocimiento cuya divulgación es imperativa y es esta la motivación para plantear esta reflexión.

Allí donde la tierra se reduce a un punto y la esfera celeste crece a un radio infinito o unitario indistintamente, la tradición Desana separa al sol de la luna, hermanos gemelos, quienes por celos, se observan separados en el cielo. La luna intentó enamorar a la mujer del sol y como recuerdo de su castigo debió aislarse y perder su corona de luz, antes similar a la del sol. Este sol, lejos de ser tan solo una estrella de plasma autogravitante o una central termonuclear colosal, también para la tradición Desana gestada en las cuencas altas del Vaupés, es el creador del cosmos, el cual brinda estabilidad y vida con su halo amarillo: creó la tierra, las selvas, los raudales y con toda su divinidad su creación ha sido perfecta.

Sería atrevido hablar de la creación olvidando a la canoa culebra navegada por el creador de gente, Pamurí-Maxse, hombre enviado por el sol con la empresa de poblar la tierra la cual para muchas cosmovisiones precolombinas, tenía forma de disco enorme y redondo, y cuánta razón hay si finalmente lo que resulta de cortar una esfera a la mitad de la vertical que une al zenit con el Nadir, es un círculo máximo localizado en el paralelo 0°, divisor del mundo visible y del invisible, del cielo a la vista del ojo desnudo y del paraíso, aquél hemisferio escondido aparentemente bajo nuestros pies reservado para aquellos seres cuya bondad duró toda su vida, este hemisferio escondido es el llamado Axpikón-diá, de naturaleza verde y la fuente de la que emergió la vía láctea, región de caminos sinuosos y vericuetos peligrosos donde los hombres se comunican con el hemisferio invisible y se enfrascan en el misterio de mirar al infinito demandando más preguntas que respuestas.

Se dice que en la vida somos seres del día representados por el sol diurno y abrigados por los seres de sangre contra las transgresiones de los demonios que acechan cerca a nuestras casas: las malocas. Somos humanos protegidos por colibrís y en una especie de simbiosis, llamados a vivir en la tierra como mediadores del conflicto que se cuece entre quienes la habitan, timadores y estafadores son aquellos los que de manera descarada, intentan desprendernos de la responsabilidad histórica que tenemos para saber de dónde venimos y entender por qué vamos hacia dónde vamos.