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Dos de agua por una de sangre

Eliana Tabares Sánchez
@elianatabares

El Limpiador de la ciudad anda impune y nadie lo puede castigar.

El proceso de limpieza de una escena del crimen comienza con la eliminación de materiales con riesgo biológico como uñas, dientes, pedazos de carne y huesos que puedan estar a simple vista o perdidos debajo de una mesa, una cama o una estantería. Después, el profesional de limpieza se encarga de quitar las manchas de sangre que hayan quedado en las superficies, a veces deben levantar porciones del piso porque esta se filtra por sus ranuras. Finalmente, lo aspira y aplica un removedor de olores de menta para que no quede rastro del olor a carne putrefacta y descompuesta que deja a su paso la muerte.

En España, un buen servicio oscila entre los 2.500 y 7.000 euros, dependiendo del crimen. Medellín, desde el siglo XIX ha tenido su propio agente para la limpieza de crímenes que se han perpetrado hasta la actualidad.

Durante el gobierno de Enrique Olaya Herrera, cuando ser prostituta era un pecado para los paisas, a Roxana, de 30 años, una noche la llevaron hasta el Puente Guayaquil en donde la torturaron hasta provocarle la muerte. Instantes después comenzaba el trabajo de El Limpiador, quien, a diferencia de los europeos, no cobra por su trabajo.

Los limpiadores convencionales llegan a la escena del crimen con trajes aislantes con capucha, protección ocular y respirador para evitar contagios. Con trapos, guantes y esponjas dejan el lugar como si nada hubiera pasado. Emplean bactericidas y germicidas para prevenir malos olores y eliminar cualquier residuo que pueda causarle daño a quienes sigan habitando el lugar. Sin embargo, El Limpiador de Medellín trabaja diferente, no se cubre, su principal herramienta son las piedras y palos que encuentra a su paso, no utiliza amoniaco o insumos químicos para eliminar las huellas y los olores, sino que emplea millones de bacterias, virus y parásitos para dejar el cuerpo sin rastro de su agresor.

Años más tarde, las prostitutas ya no eran las malas, pero sí lo eran los hombres que visitaban estos antros de perversión. Llegada cierta hora, entraba la policía a dichos lugares para sacar a los que se encontraran allí; y, sin importar cuánta ropa tenían, los llevaban hasta el mismo punto donde años atrás torturaron a Roxana. Allí se encontraban con El Limpiador de la escena, que los esperaba paciente para encargarse de dejar todo en perfecto orden.

Con la llegada del narcotráfico, el trabajo se intensificó y El Limpiador tuvo que dedicarse exclusivamente a la limpieza: donde antes se lavaba ropa, ahora se lavaban cadáveres. Le entregaban personas amarradas de brazos y piernas, y cuando llegaba la policía a inspeccionar los cuerpos, cualquier rastro de sus agresores se había desvanecido con eficacia.

En 2012, Semana reportó que durante los primeros cuatro meses del año se popularizaron los servicios de El Limpiador entre los homicidas. Uno de sus trabajos más reconocidos fue el caso de Johana Muñoz, a quien encontraron flotando con 73 heridas de arma corto punzante distribuidas por todo el cuerpo en la madrugada del 12 de enero de ese mismo año. 17 días antes salió de su casa para visitar a una amiga, pero no regresó. Las autoridades tenían la teoría de que fue un crimen pasional por la sevicia de los hechos. Pero gracias a él, a la fecha, no se ha podido determinar quién fue el asesino de esta estudiante de 22 años.

Uno de los últimos casos que tuvo que atender fue el 17 de enero de este año. En horas de la mañana la línea 123 recibió una llamada donde informaba que habían visto el cadáver de un joven desnudo zona norte de la ciudad. Al lugar llegaron miembros de la policía, el CTI y los bomberos, quienes con cuerdas intentaron sacarlo de las corrientes. Mientras tanto, los transeúntes se agolpaban para ver lo que pasaba, pero lo único que lograron observar eran los nombres de Noralba, Rafael y Victor, tatuados el cuerpo. Al realizar la inspección del cadáver, las autoridades no lograron identificar las causas de la muerte ni su ejecutor, El Limpiador había dejado la escena limpia de culpables.

Alrededor del mundo también hay limpiadores como el de nuestra ciudad. Pero este no es su único oficio. Como el río Guadalquivir, en España, que a lo largo de la historia ha limpiado diferentes homicidios, durante la época de la colonia sirvió como puerto para la llegada de los barcos cargados con metales preciosos, perlas y demás insumos provenientes de las Américas. Actualmente, atrae turistas que lo navegan, es escala de cruceros y sirve de canal para exportaciones e importaciones. Oficios similares tienen otros ríos como el Misisipi en Estados Unidos, el Támesis en Inglaterra, el Nilo en África y el Rin en Alemania. Sin embargo, el único oficio de nuestro río es limpiar escenas del crimes.

Hace tiempo, tenía oficios más honrados: lavaba ropa, albergaba peces y ofrecía siempre una cara linda a la ciudad. Desgraciadamente se ha convertido en un criminal muy efectivo, El Limpiador de Medellín es la mejor opción para que los delincuentes siempre encuentren agua para lavarse las manos.