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El hombre caimán

El hombre caimán
Mateo Orrego López

Sobre la orilla oriental del río Magdalena, unos cuantos kilómetros antes de que sus aguas desemboquen en el Caribe, existe un pequeño municipio llamado El plato. Un pueblo donde, al igual que en la mayoría de sitios que adornan el recorrido del río, la vida comienza temprano y se paraliza hacia mediodía por el implacable calor, para volver a activarse una vez el sol empieza a desaparecer del firmamento. Allí, la mayoría de personas viven de la pesca, con las primeras luces recorren el río en su boga, cargando con la atarraya y la esperanza de pescar lo necesario para vender y para llevar a su casa.

Entre los pescadores alguna vez existió un hombre particular, un hombre viejo que todos los días salía de su casa motivado, más que por la necesidad de conseguir el sustento diario, por el morbo de ver aquellas mujeres que iban a lavar la ropa en la orilla del río. Así, se escondía entre los arbustos y gastaba su mañana espiando a las jovencitas desprevenidas.

Después de que una mañana se llevara un gran susto cuando un grupo de mujeres por poco se diera cuenta de su presencia, decidió viajar hasta la Alta Guajira buscando a un brujo que prometía solucionarle todos sus problemas. Una pócima que lo convertía en un caimán fue el remedio que consiguió para sus males.

Pero las cosas no resultaron tan bien, pues, quizás como un castigo divino por su lujuria, cuando el hombre se tomó la pócima quedó convertido en una aberrante criatura mitad hombre mitad caimán. Aunque intentó sacar provecho de esto, las mujeres pronto se enteraron de la existencia del extraño ser y no volvieron a bañarse en el río. Así, quedó condenado a ser el hombre caimán, una criatura perseguida por los pescadores del río Magdalena.

Creo que más allá de la leyenda, Ignacio Piedrahíta puede ser, de alguna forma, el hombre caimán; por supuesto, no por su cuerpo, sino por ese morbo que lo motivó a salir de la comodidad y la rutina de su vida en Santa Elena, para realizar un largo viaje siguiendo el curso del río Magdalena, con la intención de espiar, en lugar de a las jovencitas hermosas que se bañan en el río, todas esas cosas que pasan en la cotidianidad de sus orillas y a esas personas que dependen de su cauce.

En Grávido Río, su último libro publicado por la Editorial EAFIT, Piedrahíta cuenta el viaje que comenzó al salir de su casa rumbo al Alto de los ídolos en Huila, y que terminó en Mompox, Bolivar, antes de volver a su hogar. Este viaje, que realiza solo y en su carro, pasa por La Tatacoa, por Armero, por Puerto Berrío, por la Cienaga de Barbacoas, entre otros sitios que sirvieron de refugio al autor para hacer de hombre caimán y espiar la cotidianidad de las personas.

A lo largo de su relato, el personaje principal siempre es el río y los personajes secundarios son aquellos hombres y mujeres con los que se va encontrando, cuya vida está, de una u otra manera, bajo la influencia del Magdalena. De esta forma, Piedrahíta se convierte en la personificación de un narrador omnisciente y con su lenguaje sencillo viaja en el tiempo y el espacio para contar desde la historia de la formación del río hace unos cuantos millones de años, pasando por la erupción de unos cuantos volcanes, hasta llegar a la historia de las poblaciones que atravesaron continentes para terminar habitando las riberas del río.

El autor comparte su conocimiento intentando imitar a los filósofos que tiene como referencia y que van haciéndose notar a lo largo del viaje, como un verdadero peripatético, caminando, moviéndose, saliendo de la comodidad de su escritorio. Pero no solo es cómo hace las cosas sino cómo las dice. La forma en la que está escrito su relato es ligera, hace uso de un lenguaje que facilita comprender la gran variedad de temas que propone para entender el río desde varias perspectivas y crea un interés genuino y constante que hace que en un corto tiempo uno avance sesenta, setenta, ochenta páginas sin darse cuenta y que quede con ganas de aprender más. Sumado a esto, en algunas ocasiones, una especie de iluminación le permite transmitir este tipo de pensamientos:

Mientras el hombre multiplica sus tareas buscando la cumbre del éxito, los ríos se dan a la aventura del descenso. Solo para algunos seres humanos está reservada la vana gloria –y para muchos la frustración–, mientras que todos los arroyos cumplen con creces su cometido".

Ignacio Piedrahíta Arroyave nació en Medellín y estudió geología, pero su vocación la encontró en la literatura. Su primer libro fue La caligrafía del basilisco, un libro de cuentos que fue producto de un taller de escritura con Luis Fernando Macías, también escritor de la ciudad. A este hombre caimán la providencia no lo castigó con un cuerpo aberrante por su deseo de ver a los demás, sino que lo obligó a compartir su forma de comprender el mundo influida por su formación como geólogo.

Es así como Grávido Río se vuelve un libro que expande la visión de muchas cosas que ya conocemos y con el que uno, al final, queda agradecido de haber leído.