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Espionaje o patriotismo


María

Antes de abordar el avión para regresar a Rusia, me llamó la atención un diario que titulaba ¿Espionaje o Patriotismo?, lo tomé y de regreso a casa estas palabras resonaban en mi cabeza: “Durante la Segunda Guerra Mundial, la investigación nuclear comenzó a ser secreta en cada Estado y los países avanzaban, con alta tecnología, por su cuenta. Los soviéticos siempre iban detrás de los estadounidenses y los británicos competían, a su vez, por tener los mejores armamentos nucleares. De esta manera surgió el espionaje y, para poner a la par a la unión soviética con los americanos, los científicos que simpatizaban con el comunismo compartieron información confidencial, convirtiéndose en espías del átomo”.

Ahora solo recuerdo aquel año, 1950, cuando estaba desertando con mi familia a la Unión Soviética. Es aquí, sentado en este avión, cuando empiezo a recordar mi historia. Nací el 22 de agosto de 1913 en Pisa, Italia; soy el cuarto de ocho hermanos, siendo todos parte de una familia judía. Desde pequeño soñaba con ser un gran físico, cosa que logré años más tarde. Estudié en la Universidad de la Sapienzia en Roma, llegué a trabajar con Enrico Fermi en el descubrimiento de los neutrones lentos, que ayudarían a obtener la energía nuclear.

Más tarde, me mudé a París para trabajar en el laboratorio de los Joliot-Curie, una catedral de la física nuclear de la época. Allí me centré en el estudio de los isómeros (núcleos atómicos excitados), aprendí a controlarlos y encontré la forma de devolverlos a un estado más estable, haciendo que liberaran rayos gamma. Durante esta época, también conocí a mi esposa, Marianne Nordblomm, la hermosa mujer con la cual tuve mis tres hijos: Gil, Tito y Antonio. Sin embargo, nuestra tranquilidad duró poco, pues el ejército alemán comenzó con una de las épocas más sombrías del ser humano.

Gracias a un amigo logramos escapar de los nazis al llegar a Tulsa, Oklahoma; allí trabajé como buscador de petróleo. Gracias a mi conocimiento en isómeros podía bombardear a la tierra con neutrones, inducir radiactividad y esperar hasta que emitieran rayos gamma, luego podía medir su energía, obteniendo una huella de los elementos que se encontraban bajo tierra —como si fuese dactilar—, con la cual podía determinar si allí había petróleo. 

Con la unión de Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial, en 1942, comenzó el proyecto Manhattan, al cual me invitaron a participar, construyendo un reactor nuclear en Canadá. Vi esto como una oportunidad para avanzar en mi conocimiento sobre el tema nuclear, así que me mudé a Chalk River, donde estaba funcionando la planta. Lo que no me esperaba, era que la principal función de planta fuese obtener el plutonio necesario para la bomba que lanzarían años más tarde.

Luego de varios años allí, decidí ir al Reino Unido donde apenas comenzaban a construir el primer reactor nuclear y solicitaron mi ayuda, así que acepté trabajar en una universidad en Harwell para llevar una vida más tranquila mientras ayudaba al proyecto. Viví tranquilamente como profesor hasta que después de unas vacaciones en Italia, me recomendaron abandonar todo e irme a la madre Soviética, pues al ser simpatizante del comunismo sospechaban de mí. Y es así, como el 7 de septiembre de 1950 escapamos con unos agentes soviéticos, dejando todo atrás: mi casa, mi trabajo, la escuela de mis hijos; todo a lo que ya estaba acostumbrado.

Días después de desaparecer me enteré de que la carta que me llegó de Moscú recomendando mi deserción fue gracias a que el MI5 y el FBI me estaban investigando. Al trabajar con espías conocidos como Klaus Fuchs, pidieron más información al Reino Unido y recomendaron que me cambiaran de trabajo. Como poseía información relevante y delicada, era claro que me esperaba un fracaso científico si me quedaba. Años más tarde, entendí que pagué un precio más alto al desertar Rusia.

Cinco años después de esfumarme con mi familia, anuncié donde me encontraba, pues era necesario que se supiera. Es desde ahí que surgen las dudas sobre si soy un espía atómico. Pero, para nadie era un secreto que soy un convencido de la causa soviética; me acerqué al comunismo por mi primo Emilio Sereni y los Joliot-Curie y durante la época en la que trabajé con ellos aprendí acerca del partido soviético francés, del cual hacían parte. Sin embargo, es algo de lo que no me gusta hablar, ya que espero morir como un gran físico y no como un espía nuclear.

Durante treinta años estuve aislado en Dubná, donde trabajé en el Instituto Central de Investigaciones Nucleares. Siempre tuve la esperanza de salir a conferencias u otros lugares para avanzar en conocimiento científico, pero nunca se me permitió, es así como me di cuenta de que mi trabajo científico se vio afectado al venir a la URSS. Fue tal la restricción que tuvieron conmigo, que llegué a perder un Nobel, pues desde mucho antes de que Lederman, Schwartz y Steinberg lograran comprobar experimentalmente que los neutrinos tenían sabores, es decir, sus variedades, yo ya tenía una idea de cómo hacerlo, pero no se me permitió salir a comprobarlo con experimentos al colisionador del CERN en Ginebra. 

En este punto de mi vida me pregunto cuál habría sido la mejor opción: esperar a propósito de las sospechas en Reino Unido o viajar a la URSS; dejando la carrera que tenía y permanecer aislado durante tanto tiempo. Al final sigo sin comprender por qué, si la ciencia se considera universal, siempre tiene que depender de la ideología del momento o por qué se imponen barreras políticas que no tienen ninguna relación con la ciencia. Aunque ya se me permite salir más, siempre estoy acompañado de agentes soviéticos, pero por lo menos se me permite ir a conferencias y visitar a mis amigos más antiguos. Ahora solo espero mi muerte, y que la mitad de mis cenizas se lleven a Italia, mi lugar de origen, y el resto se queden aquí en Dubná, que, aunque he vivido años duros, sigo sintiendo amor por este lugar.