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Estática Cartagena

Mateo Orrego López


Cartagena es una de las ciudades preferidas de Colombia para realizar importantes eventos culturales como el Hay Festival o el Festival Internacional de Música. ¿Se debe acaso a una importante tradición cultural que reconoce la ciudad o a una simple predominancia estética?

Uno podría describir la parte turística de Cartagena, si se es amante de los clichés, como un lugar congelado en el tiempo. Es posible llegar a creer que esas casas de dos pisos, pintadas de colores y con largos balcones de madera han permanecido exactamente igual durante más de 200 años. Así, cuando uno camina entre sus calles y sus plazas, o entra en aquellas viejas mansiones coloniales, ahora convertidas en museos, puede tener cierta sensación de extrañeza, como si uno no perteneciera allí, pero no tanto porque pueda provenir de otro sitio, sino, más bien, porque uno sabe que pertenece a otro tiempo. 

Por el contrario, la gente que es de la ciudad nunca se siente extraña, parece que se ha acostumbrado, que ha normalizado vivir entre las calles en las que, alguna vez, ocurrieron esas famosas historias de ejércitos y piratas. Y es que esas cosas poco les preocupan, pues en el transcurso de sus días se dedican a hacer lo necesario para sobrevivir; es así como, además de las casas coloniales, los vendedores ambulantes, las palenqueras o los cocheros que esperan la presencia de algún turista curioso, también se vuelven parte del paisaje. 

Para quienes llegan de afuera, la vida de la ciudad puede llegar a sentirse, en cierto modo, estática. Es por eso que, aun estando lejos, no es difícil imaginarse una de las noches de Cartagena. Una de esas noches calurosas en las que el viento arremete contra la ropa de la gente que camina desprevenida, y en las que, afuera de alguna casa, en alguna esquina, tres hombres toman cerveza después de un día de trabajo y se les oye hablar de lo difícil que está la situación.

Quizá una escena así ocurría la noche del 6 de julio de 1973, cuando por causa de un infarto, habría de morir Adolfo Mejía Navarro. O la madrugada del 22 de mayo de 1997, cuando decidido a terminar con su vida, Raúl Gómez Jattin habría de lanzarse contra un bus en la avenida Pedro de Heredia. 

Estos dos hombres tal vez hacían parte de aquellos que se habían acostumbrado a ese carácter estático de Cartagena. Uno era guitarrista, el otro, poeta. Mejía había llegado a la ciudad con 15 años, contrario a Jattin, quien había nacido allí. Adolfo Mejía se convirtió en uno de los compositores más importantes de Colombia, gracias a su esfuerzo por llevar la música popular tradicional colombiana a los espacios académicos. Raúl Gómez Jattin se convirtió, por antonomasia, en la figura del poeta maldito, pues la pobreza, la locura y una vida llena de reveses lo llevaron a ser uno de los escritores más notorios de Cartagena. 

El legado de ambos, contrario a como pasa con la ciudad, ha sobrevivido al tiempo con mucho esfuerzo, y muchos aun lo desconocen. Y es que cuando uno intenta acercarse al pasado cultural de la ciudad, más allá de las conocidas historias coloniales, y se pregunta por hombres como ellos dos, que han trabajado por mantener viva una tradición artística en la ciudad, se encuentra con que no es un trabajo fácil. Es como si, en la larga historia de Cartagena, fueran muy pocos aquellos hombres que se han dedicado a esta labor. No es posible asegurar el trabajo de cuántos se ha desvanecido en el tiempo, cuántos poemas, cuántas canciones o, con el paso de los años, cuantas pinturas se han difuminado entre las calles de la ciudad. 

La diferencia está en que no existen casas de dos pisos ni museos que constantemente le recuerden a la gente lo que Mejía, Jattin o cualquier otro hizo en su tiempo. La pregunta es entonces ¿cómo construir ese espacio simbólico que preserve y visibilice el legado cultural al igual que ocurre con el espacio material de la ciudad? 

*** 

En 1988, en un pueblo de Gales llamado Hay-on-Wye, Peter Florence, un joven actor de teatro, decidió realizar un pequeño festival en el que quería reunir a los amantes del teatro, la literatura y el cine. El evento no fue tan pequeño, pues contó con la asistencia de más de 2000 personas, un público enorme teniendo en cuenta que, para ese entonces, este era un pueblo de alrededor de 1500 habitantes. El festival creció tanto que, 17 años después, habría de llegar a Cartagena con el nombre de “Hay Festival”.

Por aquellos años, Florence era un amante de la literatura de Gabriel García Márquez, por lo que quería llevarlo al festival que había creado. Tras unos cuantos intentos fallidos, y teniendo en cuenta el exitoso crecimiento que había tenido el festival, decidió que la mejor solución sería crear una versión del encuentro en el país de origen del autor, en la ciudad donde residía en ese momento. Fue así como, en el 2005, se celebró el que podría haber llegado a convertirse en ese espacio simbólico de preservación de la tradición cultural de Cartagena, la primera versión del Hay Festival.

Sin embargo, el Hay Festival no se había creado para eso. Tal vez fue una casualidad de la vida el que García Márquez hubiera estado viviendo allí cuando esto ocurrió, tal vez él había sido otro de los que se acostumbró a aquella vida estática de la ciudad. El caso es que la casualidad permitió que Cartagena fuera la sede de uno de los encuentros de literatura más grandes a nivel mundial.  El caso es que no se hizo allí debido a sus numerosas librerías (una de las razones por las que Florence creó el festival en su pueblo), tampoco fue debido a su tradición literaria, tampoco porque se le quisiera hacer homenaje a un Jattin o algún otro poeta olvidado en la historia. Al final, el festival no era un asunto de preservación, sino, por así decirlo, un asunto del azar. 

Aun así, el Hay Festival no sería el único evento cultural que tendría sede en la ciudad amurallada.

Dos años más tarde, en 2007 se realizó por primera vez el Festival Internacional de Música. Para aquel entonces este evento prometía ser un encuentro sin precedentes en la ciudad, en el que participarían diferentes agrupaciones internacionales como el St. Lawrence String Quartet o el I Musici de Montreal, y solistas como la violinista Chee Yun, el violonchelista Andrés Díaz o el guitarrista Romero Lubambo. Durante ocho días, más de 3000 personas asistieron cada noche a los diferentes conciertos gratuitos ofrecidos en distintos escenarios de la ciudad. El festival fue todo un éxito, lo que le aseguró muchos años más. 

Antes de que se diera inicio a la primera edición del festival, Charles Wadsworth, pianista y gestor cultural, quien era uno de los organizadores, dijo en una entrevista para el periódico El Tiempo que Cartagena tenía “las cualidades estéticas y espirituales para realizar un festival internacional”. Quién sabe cuáles eran las cualidades espirituales a las que se refería Wadsworth, pero sí quedaba claro que una de las razones para hacer un festival en Cartagena era por la belleza de la ciudad (y muy seguramente, por la belleza de la parte turística).

Diez años después, en la décima versión, su directora Julia Salvi, diría en una entrevista para El País que la idea de hacer un festival como ese había nacido “de la misma Cartagena. De sus espacios, de caminar por sus calles, de conocer los lugares y de todo el potencial que históricamente tiene y del que quedan recuerdos vivos de esa historia.”

Esta vez no era un asunto del azar, era notable que el festival se había creado porque las grandes casas coloniales hacían juego perfecto con la música clásica. También se entendía que la primera razón para realizarlo no era la de mantener vivo el legado de Adolfo Mejía o de algún otro compositor de la región, no era dar a conocer la tradición musical de la ciudad. El festival se había creado, quizá, con la intención de encontrar la música europea en las bellas calles de Cartagena. 

***

Jean-Marc Besse, un escritor francés, tiene la idea de que no solo nosotros podemos albergar en nuestra memoria los lugares que hemos visto y que hemos habitado, sino que los lugares, de alguna forma, también tienen su propia memoria, pues son espacios organizados semántica y funcionalmente; es decir, adquieren y muestran un significado según cómo nosotros nos relacionamos con ellos. Esta idea, que podría ser un poco compleja, abre la puerta a preguntarse si esa belleza de Cartagena, que a veces deja a un lado otras cualidades de la ciudad, es el resultado de la ciudad en sí misma o si nosotros la hemos querido ver siempre así. 

Tal vez sería necesaria una re-semantización, como diría Besse, un cambio de visión de los espacios de la ciudad, para que no sea únicamente su belleza la razón por la que allí tienen lugar tan notables encuentros, sino que su tradición cultural se vuelva todavía más importante y así pueda también, junto a la belleza, quedar preservada en el tiempo.