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EAFITNexosEdicionesLa cabeza de un dios atado

La cabeza de un dios atado

Laura Isabel Giraldo y Miguel Angel Correa
@laura5997 - @macs1115


El río Medellín nace en el Alto de San Miguel en el municipio de Caldas. Los primeros 5 kilómetros están protegidos por una reserva forestal y el agua que fluye en la zona es potable y cristalina. Nuestro viaje transcurrió desde la juventud del río que permanece puro como un niño hasta que se encuentra con la corrupción de la civilización.

Para tener un río se necesitan montañas, árboles, lluvia y zonas planas que recojan el agua en una cuenca. Los afluentes se deben precipitar por sinuosas curvas para respirar de tanto en tanto. En la parte menos esperada, casi al final del infinito, sus cabezas se encuentran y delinean un camino tan nuevo como antiguo. ¿De dónde sale tanta agua que inicialmente brota como gotas de monte? Es un grifo que parece nunca cerrarse. Así nace el río Aburrá, un acontecimiento tan delicado como llamativo donde las quebradas Santa Isabel y La Vieja mueren en una fluvial danza y forman una corriente que transcurre unos 106 kilómetros hasta el río Porce.

En la mitología griega, los ríos eran deidades que lucían coronas con la vegetación de la zona por donde discurrían. Eran poderosos hijos del océano y se les temía tanto que se les debía pedir permiso para cruzarlo. Nuestro río es como uno de esos dioses, un infante que porta una corona de altos yarumos y pinos que brotan de grandes hojas en forma de corazón. Cientos de mariposas revolotean por su cabeza y tigrillos, ocelotes y pumas se alimentan de la riqueza de su espesura. Los dos estábamos en la corona y con los pies mojados presenciamos su perpetuo nacimiento luego de una caminata desde el asentamiento humano más cercano.

En 1992 el Instituto Mi Río, entidad pública descentralizada de la época encargada de la protección del afluente, compró los predios de San Miguel y logró que la zona fuera protegida de las manos destructoras humanas. Antes de la compra, el territorio era en su mayoría potreros, pero gracias a la intervención del instituto, el ecosistema creció de nuevo en la zona debido a los polinizadores y los esparcidores de semillas (insectos, aves y mamíferos). En 2009, la Alcaldía de Medellín adquirió unas 814 hectáreas cedidas por el Instituto Mi Río, cerrado en 2001, para que el bosque siguiera creciendo.

El Alto de San Miguel queda a una hora a pie desde la vereda La Clara, gran parte de esta zona es propiedad privada, sin embargo, se puede acceder a los terrenos cercanos a la orilla. La única parte donde no podemos acceder libremente es precisamente la que pertenece a la Alcaldía. Para entrar a ella se necesita un permiso especial pues allí conviven una gran cantidad de especies: se registraron 281 especies de aves, 570 de árboles, 54 mamíferos, 160 especies de mariposas y las quebradas cobijan a 7 especies de peces.

Es paradójico saber que la recuperación del bosque fue producida precisamente por individuos que prohibieron que otros accedieran a la zona. La vegetación atendió al llanto del río que recuperó poco a poco su corona en la llanura aluvial, donde apenas su lecho mayor se erige. En nuestro camino con la corriente, los árboles son altos pero aún tienen esbozos de juventud al igual que el río. Nacen de ellos la fruta voluptuosa. Los exóticos insectos y las aves recorren la planicie en ondulación cerca de los meandros.

***

Bajamos en dirección a la Clara, la vereda más cercana, a unos cinco kilómetros del nacimiento. Según la Red de Monitoreo de la Calidad del Río Aburrá-Medellín (RED-RÍO) este tramo representa el 5.3% de todo el río que está calificado con una buena calidad del agua. A pesar de ello, a lo largo de todo el camino, encontramos envolturas de alimentos y botellas de plástico. Debido a que estábamos a unos 2030 metros sobre el nivel del mar, las precipitaciones son el doble que en la ciudad, así que no fue raro cuando la lluvia llegó a nosotros. Las gotas cayeron con fuerza y los truenos retumbaron en el cielo gris. Aumentamos el ritmo hasta que divisamos una casa blanca donde logramos refugiarnos.

Afortunadamente en la finca vivían dos mayordomos que vendían aguapanela hecha en fogón de leña con quesito campesino fresco. Pedimos dos, calentamos nuestras manos y esperamos a que cesara el aguacero. Aquella era una de las tres casas del área que le pertenecen a Leocadio Correa, dueño de varios bosques en conservación como también de una extensa zona ganadera. Este terreno es la declarada reserva forestal protectora que abarca 1622 hectáreas junto con las tierras del municipio de Medellín y de la empresa maderera Cipreses de Colombia. La reserva alberga un 16% de biodiversidad del país.

Las aguapanelas se demoraron un rato y las bebimos deprisa, ambos estábamos mojados de pies a cabeza y tiritábamos de frío. El clima era fiero pero el río bailó con más vigor por la planicie, se levantó la neblina entre las montañas y la fuerza del torrente incrementó, sin saber que a unos dos kilómetros su poder se perdería con la primera cadena. Los humanos aún le temen pero dejaron de pedirle permiso: construyeron unas cascadas artificiales que canalizan el río e impiden su desbordamiento y así mismo son un atractivo turístico, cumplen la función que hacían los meandros de mermar la velocidad de las aguas y otorgar oxígeno al río. Sin embargo, no dejan que los peces, que bajan de aventura, puedan nadar contracorriente para desovar. El raudal pierde su vida, pierde sus animales, pierde su virginidad.

La lluvia aminoró su intensidad y descendimos un considerable trecho por varios potreros. Nuestros pies estaban tan helados que cuando nos mojamos al atravesar el río en dos ocasiones el agua se sentía tibia. Finalmente llegamos a las cascadas de la vereda La Clara.

La vereda está a unos cinco kilómetros del municipio de Caldas. Por una carretera destapada llegamos al paradero de buses, allí había una cancha con unas niñas jugando fútbol bajo la lluvia, un restaurante que vendía fritos, un bar con la emisora Olímpica de fondo y en la mitad estaba la sede comunal La Clara, una casa verde. Pese a que la vereda pertenece a Caldas, en la Casa Verde trabajan personas de la Alcaldía de Medellín, que realizan varios proyectos con la comunidad. Entre ellos está Camilo Molina, uno de los principales promotores de las labores de sensibilización que nos contó sobre las actividades que realizan en la vereda: “Hacemos campañas de recogida de basuras, manufacturamos todo tipo de objetos con materiales reciclados y, regularmente, proyectamos películas con temática ambiental para los habitantes”. Debido a que es el primer asentamiento humano en el recorrido del río, la contaminación en el agua comienza a evidenciarse más. La Alcaldía tiene especial interés por preservar la zona y las personas que viven allí que se benefician del río son las principales responsables para su cuidado.

Camilo nos reveló que desde hace 6 años existe un acueducto al final de la vereda para recoger aguas negras y tratarlas, sin embargo, no se encuentra en funcionamiento por unas fallas que presentó hace un año. “Desde entonces no ha estado operando, por ahora lo que podemos hacer por el río es cuidar la zona alta, que es la que más naturaleza presenta y aquí, en la vereda, el trabajo con los ciudadanos ha dado muchos frutos”. Nos narró cómo los más pequeños acudían periódicamente para limpiar el río y los vecinos son más conscientes a la hora de arrojar residuos en el agua.

Esperamos un rato el colectivo para Caldas. Abordamos uno que era blanco y chiquito, tenía pocos amortiguadores en las llantas de tanto pasar por las rutas semi pavimentadas. Una vez emprendimos nuestro viaje al municipio, el río se podía ver entre los tramos a través de las montañas. Ya solo era una parte sucia, grande y turbia del paisaje. No pensamos que había algo más allá de él que no fuera eso: una decoración, una omisión, una nada. Ahora no era un dios desbordado de curvas generando la ilusión de una espalda fracturada sino uno que olvidó su corona verde llena de yarumos, pinos y plantas anfibias.
A través de esa ventana de ese colectivo deseamos tener un río.

Fin