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La carne del mundo: pecadora de verdad

​Nicole Rubinstein Ángel 

@nicole_rubinstein 

Pocas veces se me ha dificultado tanto cerrar un libro después de terminarlo. No quería que La carne del mundo se terminara, no estaba lista para despedirme de Elisa y su universo de colores y pecadoras. Con lágrimas en los ojos, observé la carátula nuevamente: era una hermosa pintura en acuarela de una mujer desnuda con un velo negro como su única prenda. Estaba rodeada de flores rojas y le daba la espalda a una iglesia blanca. Tras un poco de búsqueda descubrí que esta pintura se llama La Mística y que fue pintada por Débora Arango en el año 1940. Tenía sentido que esa fuese la carátula, pues la historia de Elisa es en realidad la historia de una de las pintoras más importantes de Colombia. 

La carne del mundo fue escrita por Estefanía López Sálazar y publicada el 29 de julio del 2020 por la Editorial EAFIT. Con un estilo poético y descriptivo, las palabras de esta novela nos transportan a Medellín en los años treinta, nos sumergen en la vida de Débora cuando comenzaba su carrera de pintora. Aunque fue una figura famosa en el país, no muchos saben lo influyente y revolucionaria que fue esta mujer durante su vida. Hay personas que nacieron cuando no les tocaba, y esta pintora fue una de ellas. Tenía un espíritu libre y una mente demasiado avanzada para el momento en el que vivía.  

Débora nació en el seno de una familia pudiente, por los años en que se fundaba en Medellín la Compañía Colombiana de Tejidos (Coltejer), hacia 1907. A pesar de su privilegio, fue arduo perseguir su pasión por la pintura: era muy difícil que, por ser mujer, en ese entonces la tomaran en serio dentro de la comunidad de las bellas artes. Débora quería retratar lo que ella llamaba la carne del mundo, aspectos reales y crudos de la humanidad: el desnudo, la prostitución, la violencia, la corrupción -asuntos que para la época se consideraban impropios de una señorita. Incluso Pedro Nel Gómez, icónico muralista antioqueño quien además fue su tutor, renunció a instruirla por juzgar que le estaban dando “muchas alas". 

La carne del mundo es una historia inspirada en la vida de Débora, sin embargo, Estefanía López ensambló a partir de ella un ejercicio de especulación y de ficción. La narración es una reconstrucción literaria, sus personajes escapan de la mera biografía y son presentados con nuevos nombres. Así, la apropiación de hechos reales narrados de forma literaria y embellecidos (o deformados) por la ficción, logra conmover al lector y permite empatizar con su protagonista, sentirse cerca de ella, como si juntos padecieran su propia vida.  

Por otro lado, el detalle y la minucia descriptiva de la obra hizo de su lectura una experiencia increíble. No fue difícil cerrar los ojos para evocar a Elisa concentrada frente al lienzo, lista para invocar una pecadora más a través del color. Casi podemos imaginarla caminando junto a su amigo Carlos Correa y escabulléndose a los bares y salones de Medellín, disfrazada de hombre para que pudiese hacer bocetos de las diferentes escenas que veía sin que nadie la reprendiera. Sobre todo podemos sentir su frustración por vivir en una sociedad donde su género era una carga para ella.  

Mientras más se consolidaba la carrera de Débora (o Elisa) como pintora, más se recrudecía la discrimincación por su género. Muchas veces la tildaron de inmoral y atrevida, ella protestaba, pues si fuese hombre seguramente la llamarían revolucionaria por pintar el desnudo y la cara real de la humanidad. Incluso la intentaron excomulgar por lo que retrataba en sus cuadros, pero a Débora no le importaba. Se consideraba a sí misma una pagana porque le rendía culto al color, por pintar haría lo que fuera incluso si eso significaba el estigma y el rechazo. Tal vez es por eso que en La Mística, pintura de la carátula, la mujer le da la espalda a la iglesia. Débora se dio cuenta que aquello considerado como pecado por la sociedad es en realidad la verdadera carne del mundo, lo real. Así, decidió que “ella pintaría pecadoras, si es que el mundo insistía en llamar así a las mujeres de verdad".  

Como mujer, el mensaje de este libro realmente me conmovió. Débora Arango vivió en un mundo donde su género era una especie de cadena, un obstáculo impuesto en ella por la sociedad. Aunque la lucha y la resistencia ha logrado un presente distinto, aún persiste la discriminación para las mujeres; para mi Elisa representa la frustración de que ser mujer todavía imponga tantas limitaciones. Débora también lo sintió y por eso se dedicó a pintar a las (auténticas) mujeres: desnudas, locas, rebeldes que rompían lo bello. Pienso en su cuadro La Procesión, exhibido permanentemente en el Museo de Antioquia, el cual corrí a ver en un intento por retener la esencia de Elisa en mi vida. Necesitaba ver esa carne del mundo con mis propios ojos.  

Tardé un buen rato en encontrarla. Después de preguntar y perderme varias veces, al fin la ubiqué en una de las muchas salas del museo junto con otros cuadros y hasta los planos del Edificio Coltejer. Ahí estaba La Procesión en toda su gloria y mis ojos la recorrían como con las últimas palabras de La carne del mundo, tratando de encontrarla en cada pincelazo. Débora capturó perfectamente la indignación en los ojos de un obispo, que presidía la procesión del corpus christi, al ver a una mujer besando su anillo, ni siquiera vestida para la ocasión. Pensé con una sonrisa que esa era una de las famosas pecadoras de Débora y traté de imaginarme la historia detrás de este cuadro.  

Justo encima del marco había una inscripción con una frase de Débora: 

 Yo tengo un espíritu tranquilo, reposado y analítico. El fenómeno debe surgir probablemente de la interpretación emocional que me producen los demás. Debe ser -así lo creo yo que veo en todos los rostros humanos pasión y paganismo. 

Así es, Débora: tú también eras apasionada y pagana. Eras pecadora también, pero eras una mujer de verdad, libre. Tu historia ya ocupa un lugar de honor entre mis libros y estoy más que feliz de prestarla para que todos te conozcan y te lleguen a amar como lo hice yo. Por ver el mundo como tú lo veías, creo que vale la pena pecar un poco.