Omitir los comandos de cinta
Saltar al contenido principal
Inicio de sesión
Universidad EAFIT
Carrera 49 # 7 sur -50 Medellín Antioquia Colombia
Carrera 12 # 96-23, oficina 304 Bogotá Cundinamarca Colombia
(57)(4) 2619500 contacto@eafit.edu.co

Ediciones Skip Navigation Linksla-melancolia-de-los-ilusos La melancolía de los ilusos

EAFITNexosEdicionesLa melancolía de los ilusos

La melancolía de los ilusos

​​​

Laura M. Julio S 

I.

En su cohete, el astronauta ya había perdido interés en mirar por la ventana. Olvidadas estaban ya las ilusiones infantiles de navegar entre estrellas. Aunque tampoco es que el astronauta quisiera pensar que ellas simplemente eran bolas de gas ardiente perdidas en el infinito, no, el astronauta, solo en su cohete, quería pensar que ellas, también, estaban solas, cerca muy cerca una de la otras para aquellos que las miran desde lejos y sus mentes piensan en tiempo en lugar de distancia al tratar de comprender la tragedia de estar suspendido en medio de la nada con años luz como medida de espacio y tiempo, y como medida de soledad. 

El astronauta en su cohete lleva ya tanto tiempo navegando con una brújula rota que lo lleva a un norte imposible de llegar. Porque no hay norte, ni sur. No hay este, ni oeste. No hay arriba, ni abajo. El astronauta ya no sabe dónde comienza o acaba su propio cuerpo, pues no hay peso que lo limite; el astronauta podría volar si quisiera, si se pudiera considerar volar a eso que él hace en la pequeña cápsula que es su cohete. Pero el astronauta ya había perdido interés en mirar por la ventana, en navegar entre estrellas, en volar.
 
El cohete, un aparatejo lanzado al espacio con las promesas del futuro y los restos del pasado, seguía las órdenes de un hombre sin ánimo para darlas. El cohete seguía su curso, el mismo que tenía desde el principio y el que tendría hasta que algo cambiara. Si el cohete pudiera pensar, pensaría que sus registros de actividad llevan mucho tiempo inactivos. Si el cohete pudiera desear, desearía que su tripulante recordara usar los botones y palancas y estableciera un curso, a algún lugar, cualquiera, aunque fuera de regreso a casa. Si el cohete pudiera resignarse, confiaría su destino a los objetos a su alrededor. Pero el cohete es solo un cohete, y los registros solo registran, y los botones y palancas solo se oxidan, y su destino no existe, solo el curso inalterado dependiente de que en algún lugar haya algo lo suficientemente grande para cambiar. 

II.

El limpiador de vidrios caía. El peldaño no lo había sostenido, y ahora él no podría sostener el curso de su propia vida. El limpiador de vidrio caía y su final ya estaba escrito y ya no había más planes por hacer. Inesperado, sorprendente, impredecible. Y aun así, sabía qué iba a pasar: el final iba a llegar. En sus últimos momentos el limpiador de vidrios se dio cuenta que no importaba si había dejado todas las luces apagadas, al igual que no importaba lo que la balanza en la oficina del doctor le había recomendado, porque en ese momento, mientras el limpiador de vidrios caía, nada tenía peso. No tenía peso cuánto tendría que sacar a final de luz para pagar la cuenta de electricidad y no tenía peso ese cuerpo que lo había acompañado hasta ese momento. El limpiador de vidrios era solo un cúmulo de células que todavía no habían recibido la orden de interrumpir su perpetua labor de sintetizar con instrucciones precodificadas, pasadas de madre a hija, de generación a generación, en un idioma que ni el propio limpiador de vidrios podría leer. 

El limpiador de vidrios caía y no podía hacer nada para evitarlo. El peldaño era lo que lo estaba empujando hacia arriba, su sistema de referencia era la altura suficiente para limpiar las ventanas del veinteavo piso de un edificio cualquiera en una ciudad cualquiera. Pero ahora que el peldaño no estaba, que no lo sostenía, que no lo empujaba hacia arriba, su sistema de referencia migraba hacia abajo, en busca de algo que fuera lo suficientemente fuerte para soportar al limpiador de vidrios. ¿Y qué mejor que una aglomeración de rocas con centro de magma en el que una mezcla de carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno habían hecho de las suyas?

El limpiador de vidrios caía y al igual que todo lo demás, el tiempo ya también carecía de importancia. Tal vez habían pasado segundos. Tal vez había pasado toda una vida, toda su vida, y tal vez todo había sido solo un recuerdo de lo que había pasado para él estar allí, cayendo. El limpiador de vidrios iba hacia abajo, eso vería un espectador que se convertiría en un testigo desafortunado para el resto de su vida. El limpiador de vidrios iba hacia abajo pero, para él, el mundo iba hacia arriba, porque allí, no hay norte, ni sur. No hay este, ni oeste. No hay arriba, ni abajo. Para el limpiador de vidrios ya solo había arrepentimientos. 

III.

“Toma mi mano” le dijo, “y caminemos en línea recta hacia fin del mundo”.
 
“La tierra es redonda” le respondió [tono burlón]

[Sonido de teclear]

“Elipsoide oblato en revolución” corrigió en [tono despreocupado] “pero hay quienes dicen que no es posible clasificarla geométricamente”

“Tiene sentido” [tono pensativo] “Es imposible que con fondos oceánicos de profundidad desconocida podamos dar una forma acertada”

[Sonido de teclear]

“Se le llama geodesia, Aristóteles fue de los primeros en usarlo”

“¿Acaso hay algo que Aristóteles no haya hecho primero?”

[risa]

“¿Qué hora es?”

“Es casi la una”

[bostezo]

“Ya casi se acaba tu descanso, ¿no?”

“Sí”

[pausa]

“¿Sabías que hay una isla donde amanece primero?”

“En algún lugar tenía que pasar” 

[pausa] 

“Aunque es relativo, los meridianos son una invención humana, igual que la fecha en la que decidimos celebrar año nuevo”

[Sonido de teclear]

“¡No! La isla donde amanece primero...” [risa] “...se llama Kiribati, deberíamos ir”

“Pensé que íbamos a ir al fin del mundo” [tono burlón]

[pausa]
 
“¿Es un sí?”

[pausa] 

“¿Cómo llegamos al fin del mundo?” [tono pensativo]

“Pones la brújula en tu celular y caminas en línea recta hacia el norte, y yo hago lo mismo”

[tarareo hmmm] “¿Pero así no llegaríamos es al polo norte?”

“¡Exacto!” [tono alegre]

“Me perdí” [tono exasperado]

“Es el fin del mundo, es inevitable, como la gravedad, aunque estemos en diferentes lugares, mientras estemos en un cuerpo esférico, si caminamos en línea recta con el mismo destino, vamos a encontrarnos en algún punto, tu y yo”

[pausa]

“¿Es el fin del mundo porque es inevitable o porque estaríamos tú y yo?”

[tarareo hmmm] “¿No es lo mismo?”

“No”

“Entonces” [tarareo hmmm] “Es el fin del mundo, porque es inevitable, porque estaríamos tú y yo, y porque nada más importaría”

[pausa]

[sonido ininteligible]

[risa]

“Me tengo que ir, descansa”

“Si” [pausa] “Hablamos después, que te vaya bien”

[tarareo hmmm]

[corte de llamada]

IV.

En este inmenso universo en constante expansión, donde lo único seguro es el caos, todos siguen un camino recto. A través del espacio y el tiempo, solo hay una única dirección: hacia el futuro. No hay derecha ni izquierda, ni arriba ni abajo. Somos nosotros, observadores, los que ingenuamente queremos medir todo.
 
El astronauta en su cohete. El limpiador de vidrios desde su peldaño. Dos amantes en extremos opuestos del mundo. Todos se mueven aparentemente en una línea recta inmutable con velocidad constante y rumbo seguro hacia un fin. Nada se mueve, pero todo siempre cambia.
 
Pero el universo así como caótico, no es fácil de navegar. Alrededor de grandes objetos se curva. Para nosotros, observadores ilusos, cambiar el curso hacia ellos es solo otra de las leyes que debemos seguir. No hay fuerza que obligue a cambiar, no hay fuerza que cumpla los deseos del cohete, no hay fuerza que haga que el limpiador de vidrios caiga, no hay fuerza que una a los dos amantes. Es solo eso: la inevitabilidad de habitar en este universo, donde todo es curvo y solo tenemos la opción de cumplir con los caprichos de las ilusiones que hemos creado para explicar por qué las manzanas caen.​