Matilda Lara Viana
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@matildaconaaaaa
Ayer me desperté a las seis y cuarenta y siete de la mañana, treinta y dos minutos después de lo habitual. Todo parecía diferente. Sin saberlo, me había puesto mis gafas de sol y todo se veía tenue, en sepia. Mi cama, seguía siendo mi cama; el ventilador seguía encendido, mi pijama aún tenía mi olor. Sin embargo, mi perro no meneaba la cola, el café estaba tibio y la ropa seguía arrugada.
No es la primera vez que sucede. Tampoco será la última. Ya estoy familiarizada con esta visita. Suele llegar en los días de lluvia, aunque ayer hacía sol. Así es ella, no avisa. A veces solo viene de pasón, asoma la cabeza por la ventana, me guiña un ojo y se marcha. En ocasiones, se queda a dormir. Eso sí, su presencia nunca pasa desapercibida.
Se apodera de mis ojos, de mi lengua y mis oídos. A veces pone a sudar mi mente y encalambra mis piernas. Otras veces me adormece con susurros. Ella y yo hemos peleado, conversado, la he ignorado. Ahora, le sonrío cuando la veo tocar la puerta, pues sé que no quiere hacerme daño.