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Lienzo manchado

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Las representaciones artísticas que buscan retratar la violencia histórica de nuestro país abundan en variados estilos y formatos. A pesar de esto, ninguna ha logrado penetrar lo suficiente para motivar un verdadero cambio en nuestra sociedad.


Andrés Carvajal López

acarvajall@eafit.edu.co

@andrescarvajallopez


Más allá de las variadas interpretaciones que una obra pueda suscitar, cabe aclarar que su trascendencia está limitada al contexto dentro del cual fue creada. Si bien existen manifestaciones artísticas que le han dado la vuelta al mundo y se han convertido en auténticos referentes de la cultura universal, no podemos desconocer que se trata de casos prácticamente aislados, sujetos más a los procesos históricos en los que estuvieron insertos que a la genialidad de sus autores.


De este modo es posible explicar cómo obras inspiradas en el conflicto armado y demás episodios oscuros de la historia nacional tienden a pasar desapercibidas, a pesar de abordar una temática que no es ajena a nuestra sociedad, mientras que otras, de contextos mucho más distantes, son enaltecidas y recordadas por generaciones.


No se trata únicamente de una cuestión de falta de financiación o de preferencia por lo extranjero, que son evidentes en el país, sino también de un proceso cultural a través del cual la violencia se ha vuelto accesoria de nuestra cotidianeidad. Ya sea por un excesivo volumen de información que no nos permite detenernos a evaluar lo que sucede o por el nivel de brutalidad al que estamos habituados por vivir en un país que siempre ha estado en conflicto, ninguna composición ha penetrado lo suficiente en el subconsciente colectivo como para motivar un cambio. 


De acuerdo con Rocío Quintero, pintora manizaleña que ha estudiado la historia del arte por más de cuarenta años, la violencia siempre ha estado presente en la vida de los humanos, debido a que es por medio de ella que hemos establecido nuestras relaciones con otros seres y con nuestro medio, lo cual nos ha llevado a querer retratarla constantemente: “En el periodo paleolítico los hombres vivían y mataban para comer, su expresión era alimentarse, y por eso pintaban sus cavernas a partir de un hecho violento como la caza”.


Desde entonces, el hombre ha representado la violencia en cada periodo de su historia pasando por un sinfín de estilos, formatos y, sobre todo, intenciones que han dotado a las obras inspiradas por esta temática de un aire cada vez más abstracto gracias a la plasticidad de sus formas, hasta llegar a la era de las telecomunicaciones, donde se hace evidente que el objetivo no es despertar emociones con la violencia sino domesticarla, naturalizarla.


“Estamos perdiendo sensibilidad, ya no vemos que el hombre tiene sentimientos, tiene bondad, pasiones. Lo que vemos en los medios no tiene contenido emocional”, sentencia Quintero. Sin embargo, quizá no sean los noticieros e internet los causantes de que apreciemos la violencia como algo fútil, ya que es gracias a plataformas como las redes sociales que las personas se unen para expresar su inconformidad con el acoso sexual en Hollywood o el asesinato de un hombre en Minneapolis, por ejemplo.


Podría decirse que los dos casos anteriores, como muchos otros, fueron el foco de atención durante un breve periodo de tiempo y luego se les reemplazó por otros temas más actuales, lo que McCombs y Shaw definen como agenda setting. Otros podrían pensar que se trata de una búsqueda constante por el reconocimiento en el entorno digital para obtener la aprobación de los demás, una suerte de espiral del silencio a la que es imprescindible sumarse para no dejar de estar “a la moda”, como lo nombraría Noelle-Neumman.


En cualquier caso, lograron desestabilizar a la opinión pública a tal punto que hoy en día se ha vuelto aparentemente inconcebible tolerar los abusos raciales o indultar a un famoso tras haber sido señalado como acosador, éxito que no han tenido los movimientos colombianos que buscan visibilizar los horrores del conflicto por todos los medios posibles. 


Reflexiones que artistas como Doris Salcedo, Beatriz González, Leobardo Pérez y muchos otros han querido proponer sobre nuestra violencia histórica han pasado desapercibidas para la mayoría, dejando en un segundo plano una discusión que tenemos pendiente hace más de medio siglo. No bastaron los casi nueve mil fusiles que se derritieron para crear Fragmentos, ni lo descarnado que puede ser el duelo retratado en Una golondrina no hace verano, mucho menos los puñales que se decomisaron para moldear El árbol de la vida.


Al respecto, Luz Elena Acevedo, docente y artista que ha tratado la temática de la violencia en varias de sus obras, menciona que trabajos como el de estos autores nos ayudan a situarnos en nuestro contexto de una forma mucho más digerible, más enérgica, para comprender lo que la sevicia ha ocasionado en Colombia. “El arte debe romper la cadena de violencia que tenemos en nuestro ADN. El trabajo que ellos plantean nos mueve las vísceras, nos toca el corazón”, comenta. 


Desde la firma del Acuerdo de Paz, hemos podido constatar las secuelas que la guerra ha provocado en nuestra sociedad, muchas de las cuales parecían estar ocultas a pesar de ocurrir a escasos kilómetros de las grandes capitales. Hemos tenido la oportunidad de conocer los testimonios de las víctimas, de los victimarios, y un aliento de no repetición que se ha vuelto leitmotiv en cada entrevista, cada documental, cada pintura, cada escultura.


A pesar de lo anterior, nuestra ignorancia frente a lo que es evidente y nuestra apatía para buscar respuestas sobre lo ocurrido nos siguen conduciendo, incluso, a celebrar los actos violentos que ocurren día a día en el país. “Nos encanta ver que otros maltraten, que otros agredan, eso nos excita al parecer, porque siempre creemos que le pasa al otro, no a mí”, afirma Acevedo.


Esa sed por los atropellos ha hecho que la sociedad colombiana trascienda la etapa de naturalización para situarse en una de preferencia por la violencia. Ya no se trata de hacer visibles las secuelas para que las personas repudien el hecho, sino de exhibir el acto como tal para entretener a los espectadores. La sangre sigue siendo nuestro mejor pigmento, incluso después de salir de las cavernas, y las redes se imponen como el lienzo más adecuado. 


Resulta inútil querer sensibilizar acerca de esta problemática, mostrar las consecuencias que ha tenido, si nosotros mismos aplaudimos de pie cuando golpean al ladrón o dejan en ridículo al opositor de nuestro candidato. La realidad en que vivimos se reduce a una cuestión de querer imponernos sobre el otro a toda costa y, en este sentido, no importa cuántos llamados se hagan desde el arte, los medios y demás canales de difusión: la violencia es y seguirá siendo nuestra forma de expresión favorita.