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Migración invisible

​​​Juliana Heredia 

jherediab@eafit.edu.co


Necoclí es un lugar de paso para miles de inmigrantes que llegan a diario en búsqueda de una mejor calidad de vida, sin embargo, esta travesía es invisible para muchos.

Las carpas en la mitad del parque, sobre la arena, a la intemperie y bajo el sol fue lo primero que vi al llegar a Necoclí. Esos son los hogares de paso de miles de inmigrantes que entran todos los días al Urabá antioqueño.

–Ver a los niños chiquitos me rompe el corazón. La vez pasada que vine… menos mal no tenía tanta plata porque si no la regalo toda. A cada niño que veía, le daba plata. No, no, esto es muy triste–, comentaba con pesar don Darío mintras manejaba. Los demás pasajeros simplemente veíamos con asombro el panorama.

El calor era intenso. Los rayos del sol caían en los cambuches y yo podía imaginar el fogaje que se debía sentir allí dentro; ni siquiera la sombra de los árboles parecía funcionar para mitigar el brillo del sol. En las calles del pueblo se escuchaban mezclas de creole, francés, inglés e intentos de español. Los puestos de la Cruz Roja con implementos de higiene y comida adornaban la zona, eran un oasis en medio de las carpas.

Cinco minutos después, en la playa El Turista, las carpas se repiten, pero para un uso totalmente diferente. No eran hogares de paso, sino pequeños refugios del sol utilizados para dejar las pertenencias mientras se disfrutaba del mar o se tomaba un cóctel. Alcancé a ver cometas en el cielo, carreras de motos de agua y los infaltables gusanitos que tiran a las personas al agua después de un paseo por el mar. Es como si lo que había visto minutos atrás fuera un invento de mi imaginación. Claramente no lo era.

Sin embargo, algo llamó mi atención: varias de las personas que estaban tomando el sol y nadando en el mar, tampoco eran colombianos. Utilizaban su español atropellado para comunicarse con los lugareños y hablaban otros idiomas entre ellos. Quizá no era tan extraño, de todas maneras, Necoclí es un sitio que vive del turismo. Pero la disparidad era muy grande. Mientras unos esperaban en las carpas la autorización para cruzar a Panamá, otros disfrutaban del buffet y la barra libre en los mejores hoteles.

Muchos de los extranjeros salían de sus países probablemente con sus ahorros. Llegaban con los pocos dólares que les quedaban para costear el transporte y buscar hospedaje, por eso me encontré con carteles que anunciaban que “no hay habitaciones disponibles" en las entradas de hoteles del pueblo. Incluso los hostales de mala muerte estaban repletos y con las camas ocupadas. Como se dice por ahí, “el vivo vive del bobo" y lastimosamente ese dicho se aplica mucho en Colombia. A los inmigrantes hasta se les triplican las tarifas de hoteles y del transporte en bote. No es raro que paquetes “turísticos" para hacer el recorrido desde Ipiales para pasar la frontera con Panamá tengan costos que llegan a los 300 dólares americanos. Es cruzar el golfo de Acandí para llegar al vecino país o pasar por la temible selva del Darién, enfrentándose a los llamados coyotes y a los peligros inminentes de la naturaleza, para llegar a Panamá a como dé lugar. 

Ningún migrante que llega a aquel pueblo planea quedarse, sin embargo, a la gran mayoría le toca esperar varios días en el pueblo para poder seguir con su viaje. Son miles de personas las que llegan al municipio a diario y pocas las que Panamá recibe. 

–Me siento una turista extranjera, esto no parece Colombia, – dijo una de mis acompañantes. A todos nos impresionó la cantidad de extranjeros que vimos cuando caminábamos por las calles del pueblo. Era como si estuviéramos en un país diferente. Unos nos miraban como si no perteneciéramos allí, como si fuéramos extranjeros en nuestro propio territorio.

Al llegar a la Playa del Pescador me encontré con un panorama interesante. Esta playa no es tan turística como la otra y está organizada con unas pocas chozas frente al mar, por lo que muchos simplemente optan por dejar sus pertenencias en sillas rimax o en la arena. Tenía más basura y escombros traídos por la marea, debido al río Atrato. También era un espacio ocupado en su mayoría por migrantes y uno que otro pueblerino disfrutando del mar.

Todo era como un respiro en medio del caos. Lo más probable es que todos los extranjeros allí presentes estuviesen esperando tener luz verde para continuar con su travesía por Centroamérica hacia Estados Unidos. La meta de todos es la búsqueda de una mejor calidad de vida.

Un grupo de jóvenes jugaba un partido de fútbol en una cancha improvisada con un balón viejo y gastado. Gritaban, corrían de aquí a allá y yo los esquivaba para que no terminar con un balonazo en la cara. Al mismo tiempo, niños y niñas construían castillos de arena o se enterraban en la misma. Quizá no eran conscientes de la situación migratoria en la que estaban, pero para ellos ese era un domingo para disfrutar de las cálidas olas del mar y jugar en la arena con los niños locales.

Necoclí es un paso obligatorio para todos los que viajan desde Sudamérica, que es el lugar de partida de varios, hacia Norteamérica. Al estar en la frontera con Panamá, este municipio es un punto de tránsito para miles de personas originarias de Haití, Venezuela, Cuba e incluso de algunos países africanos.

Se me vienen a la mente las entrevistas que escuché en la radio días atrás con el alcalde Jorge Augusto Tobón Castro. Una vez más se quejaba de la crisis migratoria que se vivía en su pueblo y del abandono del gobierno, abandono que pude notar durante mi visita al lugar. A pesar de que hay una cantidad descomunal de migrantes, hay unos que desisten del viaje y deciden regresar a países como Chile o Brasil; se embarcan en buses que los llevan al terminal de transportes del Norte de Medellín para ir a Cali y continuar el recorrido.

–Ellos llegan siempre a ciertas horas por la noche o tipo cinco de la mañana. Ya últimamente no están llegando tantos–, me dijo la mujer que me vendió una botella de agua.

Todos los días reciben inmigrantes, pero cada vez son menos buses los que llegan y a todos los despachan a sus destinos. La crisis es latente y tal vez somos ciegos a ella porque para ellos Colombia es un simple país de tránsito. Nadie se queda, llegan y se van para continuar con su travesía.