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Al otro lado de la quebrada

Silvia Natalia Rojas Castro
snrojacs@eafit.edu.co
 @natalia.rojasc


Medellín no se divide solo entre su límite con Bello y Envigado, dentro de la ciudad existen fronteras que separan y unen a las diferentes comunidades y barrios, estas llegan desde las montañas para deleitarse en las aceras de la ciudad. Así, con un paso fino y turbio, marchan las quebradas.

La belleza de un árbol no se simplifica en la robustez de su tronco o el color de sus hojas, sino en los brazos que tiene por ramas, estas que además de aumentar su altura conectan los fragmentos y retazos en un solo ente. La extraordinaria naturaleza repite esta obra de muchas maneras, y así como las ramas nutren la complejidad de esta planta, las quebradas alimentan la existencia de los ríos que adornan y recorren la ciudad. Esbozando desde el vehemente recorrido de una vía principal hasta el más retirado límite de una cuadra, esos que juntos logran agrupar a toda una comunidad.

Asentarse alrededor del río no ha sido el único proceso que ha logrado definir la cultura y tradición de las personas que se reúnen para construir ciudades a gran escala. Y así cómo ha servido para agrupar citadinos que laboran diariamente alrededor de él, también ayuda a resaltar la división socio-cultural que se puede generar según el lugar donde estos residen. Por eso, los mismos cohabitantes pueden percibir las diferencias entre ellos a partir de la zona en la que desempeñan su vida cotidiana. En este caso no son ríos los que ayudan a delimitar esas diferencias, sino sus brazos que se abren a lo largo de la superficie de la ciudad.

El raudal en el que surge ese encuentro entre hombres, de forma casi camuflada, construye las fronteras entre los distintos tipos de poblaciones en la ciudad, cada una con variedad de gustos, ritos y creencias. Medellín cuenta con 4.217 fuentes hídricas a lo largo de su territorio, los habitantes suelen mencionar nombres particulares como La Hueso, La Guayabala, La Iguaná, Doña María, La Picacha, La García, Santa Elena y La Presidenta. Estas se encargan de responder a las diferentes dinámicas barriales; mientras a La hueso la adornan grafitis en la comuna 13, La Iguaná rodea El Volador y La Presidenta cada domingo acompaña el sustento de pequeños campesinos que muy madrugados aprovechan la ciclovía para ofrecer sus productos.

Carlos Gardel, el argentino que enamoró a los medellinenses con su tango, suena alrededor de las quebradas La Honda y El Remolino. Esa música porteña que acompaña las orillas de sus cauces, son reproducidas en algunos de los negocios o cafés de la zona. Estos mismos que tienen las paredes atestadas con retratos de otros cantores como Podesta, Iriarte, Martel y Jorge Ortiz. No obstante, unas cuadras abajo de El Remolino se organiza hoy en día el Festival Manrique Rueda La Salsa que espera tener artistas como Fruko y Zafarrancho para fortalecer la identidad sonora y salsera del barrio nororiental.

Sin excepción y después de unos excesivos días de trabajo, cada fin de semana se reúnen en sus recintos un amplio número de personas a quienes no les cae mal un poco de golf, piscina y buena comida. El Club El Rodeo desde sus inicios fue planeado como la zona en la cual un grupo de señores vinculados a una élite social estrecha deseaban practicar golf. Escogieron, en ese entonces, una finca ubicada en el paraje Guayabal al costado del campo de aviación de Medellín. En ese momento lo único que tenía a su alrededor era un cordón en forma de quebrada, llamada La Guayabala, que encerraba los límites del terreno con otro espacio aún indeterminado. Conforme la ciudad fue creciendo urbanísticamente, los nuevos habitantes empezaron a construir sus hogares en áreas no tan lejanas al centro de la ciudad, uno de estos barrios cogió el nombre de El Rincón, cuyas casas hechas con materiales poco resistentes fueron levantándose en el ala occidental del club separados únicamente por la quebrada. Las dinámicas que se viven en ambos lados del afluente muestran las implicaciones sociales que tiene una frontera imaginaria. Mientras en la mañana del domingo, en su casa, Laura de 15 años le prepara el almuerzo a sus cuatro hermanos, Mateo, de su misma edad, prepara sus piernas para clase natación. La relación entre ambos no es más que las seis cuadras que los separan.

Desde Las Nieves hasta Conquistadores, estrepitosa, baja como un rayo La Picacha. Su corriente adorna los hogares de innumerables familias y acompaña el aprendizaje de estudiantes de la Universidad de Medellín. La intervención que le hizo la Alcaldía ha logrado canalizar su ruta para evitar los riesgos de inundaciones y otros desastres, el ingeniero Jefferson Gómez menciona la buena recepción que muestran los habitantes del sector que buscan el beneficio de toda la comunidad. “Han contribuido con el trabajo que hemos venido realizando siempre atentos a participar y generar ideas para el bienestar de todos”, agregó. Esto, porque no solo la quebrada separa sus hogares, sino que incentiva la cooperación de las personas que habitan alrededor de ella, pues al fin y al cabo todos disfrutan trotar, sacar sus mascotas e, incluso, chismosear con los vecinos.

Y así como han servido para el disfrute colectivo a lo largo de su cauce, las quebradas también pueden separar los pasatiempos de las personas. “Que no falte la polita fría después de ocho horas camellando”, dice Cristian cuando sale del trabajo en el San Fernando Plaza, lo único que tiene que hacer para encontrar una increíble variedad de opciones y cambiar de chip es caminar diez minutos en dirección norte pasando por la hoy restaurada quebrada La Presidenta. Como él, trabajadores administrativos de bancos y oficinas, aprovechan la cercanía entre sus lugares de trabajo y zonas de ocio cada vez que pueden. Así se aparta el espacio de esfuerzo y estrés del área placentera en la cual cambia el comportamiento y función de las personas.

Si bien los protagonistas en las historias suelen ser las personas, es importante reconocer la existencia de otros elementos que, además de componer el paisaje, dan guía a los hechos que suceden en él. Una ciudad rica en sujetos y costumbres alberga una variedad de quebradas que cuando descienden de las altas montañas hasta los cascos urbanos, buscan mezclarse con las personas y sus rutinas diarias. Cada evento alrededor de una fuente hídrica narra los padecimientos y define el carácter de la gente a su alrededor. Y así como estos ojos de agua separan a la ciudad y a los habitantes según sus modos de vida, gustos y tradiciones, así mismo reúne comunidades que se regocijan y trabajan por la zona donde transita su sutil y penetrante corriente.