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Primero los fundadores, luego las profetas


Carlos Andrés Henao Velásquez


Las cámaras estaban encendidas, listas para grabar. El público se veía inquieto. La gente murmuraba mientras esperaba la llegada de los reos, y el fiscal y el juez preparaban todo para iniciar la audiencia. Se abrieron las puertas de la sala y entró una figura pequeña y pálida, escoltada por un par de guardias. Era Jiang Qing. Las cámaras la enfocaron. Vestía completamente de negro: zapatos, pantalones lisos y chaqueta de botones. Su pelo era corto y negro. Hasta sus ojos oscuros parecían ser color negro. Todo ese negro contrastaba con la blancura de su rostro y con sus lentes de marco rojizo, que destacaban por ser el único color vivo en su semblante. Le seguían los otros tres procesados, correspondientes a los miembros restantes de la Banda de los Cuatro, igualmente custodiados. Los guardias los acompañaron hasta el frente del estrado y permanecieron de pie tras ellos. Se impuso el silencio. A la viuda de Mao Zedong se le acusaba de crímenes contra el Partido y contra la ideología comunista, así como de delitos contra la oposición.

Su cara arrugada, casi inexpresiva, no mostraba remordimiento alguno. Luego de que el Gran Salto Adelante fracasara, matando de hambre a millones de chinos, Jiang Qing se había dedicado por años a la Revolución Cultural, con el propósito de preservar el comunismo e imponer el maoísmo, para lo cual utilizó, de una forma desmedida – si es que de alguna forma es aceptable – la represión política. Una vez formuladas la acusación y la defensa, comenzó el interrogatorio. 
Le hicieron unas cuantas preguntas sobre su cargo y su relación con Mao y empezó a hablar. Hubo una breve pausa en su discurso. Quizá reflexionó. Había pasado la mayor parte de su vida detrás de su esposo, adquiriendo gran poder e influencia en los últimos años. Pero con la muerte de Mao todo ello se había desvanecido. Retomó la voz y terminó de responder.

Jiang Qing fue, en su juventud, una actriz. Desde pequeña demostró tal habilidad para el arte que, pese a no contar con los medios suficientes, su desempeño en el teatro escolar llamó la atención del director, quien la seleccionó para formar parte de su club de actuación. Allí perfeccionó su talento y alcanzó cierto reconocimiento, que le permitió acceder a la universidad. Su carrera de actuación se disparó en los años 30, cuando apareció por primera vez en el cine. Aparecería otras cuantas veces a lo largo de la década, pero su tiempo en la pantalla grande estaba contado; conocería a Mao Zedong.

Además del arte, Jiang se interesó por el comunismo. Se había unido al partido antes de actuar en el cine por primera vez, y había conocido a Mao antes de hacerlo por última vez. En efecto, el año en que se casaron coincidió con el año de su último film. La pareja no tenía la aprobación del partido, por lo que se llegó a un acuerdo para que pudieran desposarse: Jiang Qing no podría ejercer cargos políticos por veinte años. Contrajeron matrimonio en 1938 y estuvieron juntos hasta que la muerte los separó, en 1976. Mao era su tercer marido, y ella su cuarta mujer. Mao fue su tercer y último marido, y ella su cuarta y última mujer.

Continuó el interrogatorio. Le preguntaron sobre su papel en la Revolución Cultural, pero no respondió. Ya lo había dicho en diversas ocasiones y detestaba repetirlo. Le preguntaron de nuevo, y esta vez replicó en tono agudo y con el ceño fruncido: “¡Yo era el perro enojado de Mao. A quien él dijera que había que morder, yo lo mordía!” De esta manera, renunciaba al protagonismo y volvía a estar detrás de su esposo. Su estrategia de defensa era clara, mas no gozaba de credibilidad.

Se había pactado que Jiang Qing se mantendría al margen de la política por veinte años, y así lo hizo, por más tiempo aun. Mientras tanto, trabajó como la secretaria personal de Mao y dirigió la sección de cine del Departamento de Propaganda del Partido Comunista. En los 60, casi treinta años después, Jiang entró definitivamente en la política. Mao había caído en desgracia tras el Gran Salto Adelante y parecía que su imagen no se recuperaría jamás. Fue entonces cuando se puso en marcha la Revolución Cultural. La gran hambruna no le iba a quitar grandeza a Mao; por el contrario, el culto a su persona se volvería más fuerte que nunca. 
La Revolución Cultural fue un monstruo de dos cabezas: Lin Biao y Jiang Qing. El primero, mano derecha y sucesor de Mao Zedong, promovió la destrucción de todos los elementos considerados capitalistas. Además, recopiló fragmentos de discursos pronunciados por Mao y publicó lo que se conocería como el Pequeño Libro Rojo, la Biblia del Partido. La segunda, por su parte, se dedicó a enaltecerlo por medio del arte. Jiang, que ya tenía experiencia en el campo, tomó el control del aparato cultural del Estado e introdujo la ópera modelo. Las dos cabezas del monstruo eran el Libro y la Profeta.

La ópera modelo consistía en una serie de espectáculos que glorificaban a Mao y a la clase obrera. Era el único entretenimiento teatral del pueblo chino. A diferencia de la ópera tradicional, que estaba pensada para la burguesía, la ópera modelo estaba dirigida al común, y Jiang Qing hizo del maoísmo su repertorio oficial; hizo que China le cantara a Mao. 

Sin embargo, oponiéndose a la esencia del arte – la libertad –, censuró las obras contrarias al maoísmo. Todos los escritores, artistas e intelectuales que no siguieran el repertorio debían ser erradicados. Muchos fueron torturados y encarcelados por sus “desviaciones”. Otros tantos fueron ejecutados. Lo mismo ocurrió en la industria del cine, donde Jiang Qing apareció alguna vez.
Le hicieron unas últimas preguntas que contestó de mala gana. Terminó el interrogatorio y entraron los testigos. Jiang los miró con desprecio. Uno de los testigos declaró que sus camaradas fueron privados de su libertad injustamente por más de 5 años. Otro testigo declaró que muchos de sus conocidos habían sido linchados y humillados públicamente y el fiscal aportó evidencia fotográfica. Jiang Qing intervino por última vez: “Lo que dicen son hechos… están tomando pequeñas partes, este fragmento de evidencia, aquel fragmento de evidencia… ¿Qué clase de juicio es este?” Antes de que el juez mandara a callarla exclamó: “¡Fui la esposa de Mao por 38 años! ¡Nadie podía entenderlo mejor que yo! ¿Dónde estaban ustedes?” Se oyeron risas en el público. Jiang se sentía frustrada. 

Eventualmente el monstruo perdería sus dos cabezas por la ambición. Lin Biao fue acusado de traición y murió en un accidente aéreo, intentando escapar del país, en 1971. Se dice que estaba planeando un golpe de Estado. Su muerte, si bien debilitó la Revolución Cultural, posibilitó el ascenso de Jiang Qing y sus colaboradores, que conformaron la Banda de los Cuatro. No obstante, Mao se había quedado sin sucesor y desconfiaba en los dirigentes del Partido; se podría decir que desconfiaba de su esposa. 

Mao pasó sus últimos años muy enfermo, mientras varias facciones luchaban entre sí para hacerse con el poder. Las más importantes eran los radicales, liderados por la Banda de los Cuatro, que defendían la continuación del movimiento revolucionario; y los moderados, dirigidos por Hua Guofeng y Deng Xiaoping, que se oponían al rol de la ideología en la determinación de las políticas económicas. Jiang Qing era astuta. Ella pretendía suceder a Mao. No había impulsado la Revolución Cultural en vano. Incluso, cuando él estaba en su lecho de muerte, se esmeró para que muriera pronto. En contra de las indicaciones de los médicos, ordenó que se le practicaran procedimientos poco ortodoxos sin ninguna finalidad aparente que la de acelerar su muerte. Tenía muchos enemigos y necesitaba asegurar su posición. 

Mao Zedong murió el 9 de septiembre de 1976. Ese mismo día, Jiang Qing aprovechó para elogiar a Mao y a la Revolución. La Banda de los Cuatro tenía el control de los medios de comunicación, e intentó desprestigiar a Hua y a Deng, pero Mao había designado a Hua para sucederlo. Hua Guofeng asumió la presidencia del Partido, y en menos de un mes, la Banda de los Cuatro fue arrestada, marcando el final de la Revolución Cultural. 
Culminó la práctica de pruebas, se presentaron los alegatos de conclusión y el juez se dispuso a dictar sentencia. La Banda de los Cuatro fue encontrada culpable y Jiang Qing fue condenada a pena de muerte, a pesar de haber negado los cargos hasta el final. El día del juicio fue la última vez que apareció en pantalla. No como actriz, ni siquiera como política. Sino como criminal. El público, satisfecho, celebró la decisión. En 1983, la sentencia fue conmutada a cadena perpetua. Jiang estuvo encerrada hasta que enfermó. En mayo de 1991 se le otorgó libertad condicional para que se tratara, pero diez días después de su liberación se suicidó. A lo mejor no tenía motivos para vivir y no quería sufrir más. De cierta forma, se había hecho justicia. Tal vez. Actualmente no se sabe el verdadero número de víctimas de la Revolución Cultural, la escalada desmedida de una mujer, la transformación de Jiang Qing en Madame Mao.