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¿Qué hay que hacer pa’ comulgar?

Mariana Hoyos Acosta
Mhoyosa3@eafit.edu.co

 

Beatriz Jaramillo es misionera en el Chocó hace más de veinte años. Para esta edición, contó cómo en uno de sus viajes fue testigo del único matrimonio que ha habido en uno de los pueblos.

Empecé a ir al Chocó en 1996. Primero dictaba talleres de contabilidad en Chachajo, un caserío del alto Baudó, y más adelante me involucré en la parte pastoral. Siempre iba en Semana Santa y Navidad a diferentes caseríos para acompañar a las comunidades en la celebración de su fe, que es más un sincretismo religioso porque fusiona su manera de concebir el mundo y la experiencia de fe que empezaron a vivir desde que llegó la evangelización a la región.

El recorrido desde Medellín se demora alrededor de un día: hay que tomar un bus hasta Buenaventura, después una lancha en el puerto del río Calima para coger el brazo del río San Juan y, finalmente, llegar a Docordó. El paisaje es espectacular, a medida que uno avanza por el río se va introduciendo en la selva virgen y a cada instante se ven escenas completamente diferentes. En menos de dos minutos puedes pasar de estar en medio de árboles gigantes y una vegetación muy densa, a ver las orillas del río rodeadas de pequeñas casas de madera y a pescadores en sus canoas. Aunque también se puede ir por el mar y en agosto ver las ballenas con los críos, el viaje por ahí es muy monótono. En cambio, por río, cada recoveco es único, pues se ven muchos ranchitos con comunidades indígenas.

Ellos siempre nos esperan con mucha ilusión, no tiene nada, pero están dispuestos a compartirlo todo para expresar su cariño. Cuando llegamos nos reciben el equipaje y uno sabe en dónde va a dormir de acuerdo a dónde va a parar la maleta. Como siempre voy con el Padre, todos piensan que yo soy monja y me dicen 'Hermanita', pero yo soy casada y tengo nietos. Hay una canción que me gusta mucho, dice, "Cuando el pobre nada tiene y aún reparte, cuando sufre y no se cansa de esperar, va Dios mismo en nuestro mismo caminar".

Una vez fui a Isla Mono. Estábamos en la celebración de la Eucaristía y a mí me tocaba hacer la homilía. Antes de empezarla dije - "Levanten la mano los que van a comulgar"- para saber si nos alcanzaban las hostias o si tocaba partirlas a la mitad. Una de las religiosas giró la cabeza y dijo        - "No, acá nadie puede comulgar porque nadie está casado"- "¿Y qué?", pensé yo, pues mi Dios a quién le va a pedir la partida del matrimonio en la entrada al cielo o el cura cuándo te pregunta que si estás casada. ¿Quién es uno para meterse en la consciencia del otro?

Cuando me tocó la homilía les dije - "A ver moachos, les voy a comentar una cosita…"- y sentí que se me prendió un foquito, "… Cuando Sor Rubuelita me dijo que ustedes no podían comulgar porque no estaban casados, yo, para mis adentros, pensé '¿qué es casarse?' Casarse, es cuando van al río a lavar, arman su corrinche (tertulia) y alguna cuenta que ya consiguió hombre, eso es casarse. Casarse es reunirse, como lo hacen ustedes en el río y contar que una pareja se quiere".

Al final de la misa una abuela dijo - "Tengo un aviso parroquial, imagínense que Andrés y yo no habíamos entendido que casarse era tan fácil y bonito, ahora que nos explicaron qué era, nosotros nos dijimos, 'Casémonos', entonces la boda va a ser en la fiesta patronal el día de la Niña María y le pedimos a la hermana Beatriz que nos venga a preparar la fiesta"-.

Llegó Agosto y en los días previos a la boda le dije a la novia:

 

- “Oíste Monita, ¿qué regalito les llevo de bodas?”-
- “Pues a ver hermana Beatriz, ¿qué tal si nos trae la torta?”-
- “Ah bueno, Monita, ¿más o menos cuán- tos invitados son, 30?”- pensé porque ellos ya tienen nietos y una familia grande.
- “¿Cómo que cuántos, hermana? ¡Pues todo el pueblo!”-
- “Monita, yo te estoy hablando de la fiesta, no de cuántos van a ir a la misa”-
- “No, los de la misa y la fiesta son todos los del pueblo, como 250 invitados”-
- ¿Qué?, Monita, ¿cómo vas a sacar comida para toda esa gente?”
- “Ah no, tranquila que acá todo es compartido”-


Bueno, yo dije "¡Me embalé ofreciendo ese bizcocho!", porque lo máximo que podía hacer era una libra. Me conseguí las cosas para que no se estripara y todo para decorarlo allá: compré los ingredientes, el yugo, el adorno en azúcar de los novios y la batidora de mano, porque allá no hay energía. El 6 de septiembre nos fuimos. En el camino nos paró el ejército y empezaron a abrir todos los bolsos, llegaron al mío y mi primera reacción fue decirle al soldado que ni se le ocurriera abrirme esa caja porque se dañaba el bizcocho, "Ay si quiera me advirtió", respondió riendo. Y después de esa travesía, llegó viva la torta, menos mal.

Se llegó la víspera del matrimonio, eso fue el 7 se septiembre y nosotros llegamos a donde la Monita. Las casas las hace cada familia, traen la madera del monte y por cada árbol que cortan siembran tres porque saben que vienen otras generaciones. "Los paisas piensan que somos perezosos porque no los talamos todos, pero en realidad nosotros no somos agalludos y solo cortamos lo que necesitamos", dicen.

Fueron al monte, trajeron árboles e hicieron las bancas para los invitados. Llegaron las lanchas de otros caseríos y ciudades, todas estaban cargadas de gente y de ingredientes para la comida. Empezaron a descargar costales de zanahorias, alverjas, papel higiénico, arroz, Coca-cola, pollo, en fin, todo lo que se necesitaba.

Toda la tarde los jóvenes hicieron los arcos con hojas desde la entrada de la casa de la Monita hasta la puerta de la iglesia y el marido le hizo un puente de madera para que no se ensuciara cuando pasaran la quebradita. Al padre lo motilaban en la orilla del río y a la novia la peinaban en la casa. Unas señoras picaban cebolla, otras ponían el pollo a sudar y otras pelaban la zanahoria. Montaron el fogón de leña después de que cortaron una caneca metálica a la mitad, empezó la romería y salió la luna, pero se hizo oscuro para seguir con los preparativos. De pronto dijeron, "Ay, ¿por qué no le dicen a alguien que preste la planta de energía?" La trajeron, otro trajo la lámpara, otro el tubo para instalarla, y así pudieron tener luz para que todos amaneciéramos en función de la decoración de la fiesta.

Llegó el día, ella estaba divina vestida de blanco y los nietos fueron los pajecitos. Yo grabé la marcha nupcial en el celular y con el megáfono me fui detrás de ella mientras caminaba hacia el altar. Eso fue el espectáculo más hermoso. Esa emoción y recogimiento que sintió fue indescriptible porque ya iba a poder seguir comulgando. Después de la misa fue la fiesta, todos los invitados pudieron cenar y comer torta, hasta les mandaron el plato a los que no pudieron ir y ahí entendí que el pan compartido alcanza para todos.

"Padre yo me casé para poder comulgar, pero usted solo viene una vez al año, venga con más frecuencia", decía la Monita. Ella fue la primera y la única que se ha casado en el pueblo.