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Rutas veredales

Diego Velásquez V.

Ganador del concurso nacional de cuento universitario de NEXOS 2020

Tengo una vida más monótona de la que me gustaría tener, la disfruto a pesar de que 23 de las 24 horas del día estén dedicadas para todos excepto a mí. Tengo un trabajo de oficina que, como casi todos los trabajos de oficina, consiste en ver hojas de Excel y contestar llamadas durante un poco más de 8 horas.

Era cierre de mes, así que el trabajo pendiente era el triple del normal, mientras más se aproximaba el final de mi turno, lo único que quería era llegar a casa, cumplir con el resto de los informes, y finalmente ir a cama. Con esto en mente, cuando mi tiempo en el edificio por fin había terminado, corrí a la estación de tren, y en cuestión de minutos me encontraba en mi vereda. Tenía exactamente tres horas para enviar los últimos reportes, sin embargo, cuando vi el horizonte, me convencí de que si no presenciaba ese inusual atardecer estaría cometiendo un crimen, así que no lo dudé más y tomé asiento en una pequeña banca de roble.

Mientras reflexionaba un poco, un hombre se acercó  desde la dirección en que se ponía el sol, ¿Dónde está el final? -preguntó

–¿Qué final? ¿El fin del mundo? Contesté en un tono burlón.

Sí, precisamente – respondió.

Me pareció divertido enviarlo a cualquier lugar para que se extraviara, así que apunté en una dirección aleatoria, después de todo, solo quería deshacerme de la compañía no deseada. El hombre se fue y seguí viendo la puesta de sol.

Pero entonces, lo vi de nuevo en la distancia. 

—Me temo que no pude encontrarlo, ¿Podría hacerme un favor y guiarme hasta él?

—No puedo, no tengo tiempo. Inténtalo de nuevo, tal vez tomaste la curva equivocada en algún lugar del camino.

—Lo haré, gracias.

Sin embargo, el hombre giró en la misma dirección que antes, mi cuello empezó a moverse, mi cabeza empezó a girar, la curiosidad me hizo cuidar del hombre sin rumbo, que ahora, se dirigía en una nueva e interesante dirección, un paisaje bastante lindo, pero que no tenía rastro del atardecer. Miré ese mundo sin atardeceres durante unos minutos, hasta que de nuevo empecé a ver su silueta por debajo de los pinos de la vereda. 

Se acercó a mí desde la dirección opuesta del sol, y mientras protegía sus ojos de la luz, y  habló de nuevo:

— Fui hasta el final y volví, todavía no lo encuentro, así que me temo que necesito su ayuda, ¿Sería tan amable de acompañarme? 

Comprobé la hora, y aunque me quedaba algo de tiempo, no estaba seguro si quería alejarme del sol.

—¿No será que estás buscando un fin del mundo diferente? El que conozco está en esa dirección, estoy seguro de ello

—Ese podría ser el caso, gracias por la ayuda de todas formas, probaré mi suerte y me iré por aquí ahora. Eres un buen hombre, me aseguraré de hacerte saber en dónde terminaré. 

Tomó un camino que jamás en mi vida había notado hasta que él lo mencionó. La curiosidad volvió a apoderarse de mí, así que intenté dirigir la mirada para avistar esa figura que se iba, pero no fui capaz, mi cuello no estaba preparado para girar en esa dirección. Volví a mirar la puesta de sol, pero ya no era tan majestuosa e impresionante como antes, de repente, algo me faltaba, pero no era capaz de identificar qué era. Estaba demasiado ocupado pensando en el fin del mundo y en cómo llegar allí, así que decidí olvidarme de todo lo que había sucedido, y cegado por el sol, me levanté de la banca.

De nuevo estaba en camino a mi hogar, a regresar a la vida de siempre, y de la nada, justo cuando empezaba a entristecerme por no volver a verle y por no enviarlo en aventuras a nuevas direcciones escuché un grito.

—¡Lo encontré y memoricé el camino! ¡Puedo llevarte allí si quieres! — 

Esta vez me alegré de que fuera él, por alguna razón no se veía muy feliz, así que le sonreí, le di un abrazo, y ni siquiera me importó comprobar la hora. 

Claro que sí, me tomaré el día libre. 

Caminamos en silencio por mucho tiempo, ya la luz del sol había desaparecido por completo.

¿Falta mucho?
 
No, ya hemos llegado.

Dos siluetas conocidas empezaron a aproximarse a lo lejos.

¿Papá? ¿mamá? 

Mi acompañante me miró desconsolado, era incapaz de descifrar porque no me alegraba de verlos.

¿Qué te pasa? — preguntó el hombre.

Mis padres están muertos. Dígame que ha sucedido. — le dije desconcertado.

El hombre dejó caer un cuchillo, y acto seguido, emprendió su retorno por el camino que habíamos recorrido.