Omitir los comandos de cinta
Saltar al contenido principal
Inicio de sesión
Universidad EAFIT
Carrera 49 # 7 sur -50 Medellín Antioquia Colombia
Carrera 12 # 96-23, oficina 304 Bogotá Cundinamarca Colombia
(57)(4) 2619500 contacto@eafit.edu.co

Ediciones Skip Navigation Linkssignificado Significado

EAFITNexosEdicionesSignificado

Significado

Mateo Orrego López 
@mateo.orrego (instagram)

Unay nunca había entendido muy bien lo que significaba esa palabra: Dios. Los hombres blancos se la habían enseñado. Parecía que era el sol y la tierra en un solo ente, una nueva divinidad a la cual alabar, un algo extraño, que podía hacer todo lo que se imaginara. 

La gente de la villa se reunía todas las mañanas, a la misma hora a la que antes salían a recoger la cosecha, y entonces los que se hacían llamar padres les mostraban muchas imágenes, dibujos de un hombre con barba y con un vestido que le cubría desde los hombros hasta los pies, y en su cabeza unos rayos de luz, y decían que ese era Dios y decían también que él los podía salvar, que solo tenían que pedirle con fe; Unay tampoco entendía muy bien qué era la fe, y mucho menos de qué cosa podía ser salvado. Aun así, no le molestaba ir a las reuniones, pues le daban buena comida y no tenía que subir a recoger papas.

Una noche, uno de los padres mandó a llamar a Unay. Era tarde cuando dos hombres armados tocaron a su puerta, cuando abrió, sin decirle nada lo agarraron por los brazos y lo llevaron a la pequeña casa que quedaba al lado de la iglesia. Al entrar, el padre lo estaba esperando, le señaló la silla, y él se sentó sin entender qué estaba pasando.

Unay estaba aprendiendo español, pero aún no comprendía muchas cosas, sin embargo, entre todo lo que el padre comenzó a decirle distinguió perfectamente cuando le dijo “ladrón”. Ya los padres le habían advertido las consecuencias de esta palabra, pero no tenía ni la más mínima idea de por qué se estaba refiriendo a él. Después de un rato de negar con la cabeza y de mirar extrañado a su acusador, el padre comenzó a alzar la voz, y Unay notó cómo la rabia crecía en su tono. 

Una cachetada por parte del padre y tres golpes certeros por parte de Unay, que dejaron al padre en el suelo, fue lo que dio por finalizada la discusión. Pero Unay sabía que no había sido una victoria, que no se podía quedar en aquella casa, que, como si hubiera sido derrotado, debía huir tan rápido como pudiera.

Entonces salió corriendo, con la esperanza de que los guardias no estuvieran cerca, y como si fuera un milagro, no lo estaban. Lo primero que vio fue un galpón al final de la calle, y corrió lo más rápido que pudo hacia allá, sin voltear, sin revisar si alguien lo seguía o no, cuando por fin llegó se detuvo, tomó una única respiración, la más profunda que pudo y abrió la puerta, lento, sin hacer el más mínimo ruido, sin parpadear y, así mismo, cerró la puerta, se detuvo a revisar que todas las gallinas estuvieran dormidas, tranquilas, y entonces se sintió seguro y volvió a respirar. 

En la seguridad que le daba aquella pequeña casita y el sueño tranquilo de las gallinas pensó que si lograba llegar a la selva estaría a salvo. Sabía que los hombres blancos no lo seguirían allí, les tenían miedo a los árboles, a las criaturas ponzoñosas de la noche, a perderse y nunca más volver. Él sí conocía la selva, ellos no, por lo que sabía que preferirían dejarlo escapar.
 
No era difícil, entre las rendijas del galpón alcanzaba a ver la empalizada, no estaba lejos, tampoco era muy alta, la podía saltar sin problema. El problema era que parecía que todos los guardias lo habían salido a buscar, con sus espadas y sus antorchas, por el ruido que hacían suponía que en cada calle había por lo menos un hombre. 

De repente sintió cómo se le iluminaba la parte izquierda del rostro, cómo una fina línea de luz le pasaba recta entre la pupila y el labio, el corazón se le aceleró y giró bruscamente la cabeza buscando la fuente, entonces vio a un hombre que se aproximaba al galpón corriendo y pensó que lo habían descubierto, que no quedaba mucho para morir atravesado por el acero. 

Dos pasos le faltaban al guardia para el fin. Un paso menos y Unay se echó para atrás, hasta el fondo del pequeño galpón, con todo su cuerpo tenso, como intentado ocultarse de la vista de aquel guardia. Cuando finalmente estuvieron de frente, separados por una pared de guadua con pequeñas rendijas, la luz de la antorcha siguió derecho, alejándose a la misma velocidad que se había aproximado, y Unay se dejó caer, como quien descansa, como quien relaja su cuerpo después de una larga jornada, y cayó sobre una de sus compañeras de escondite, una gallina gorda, blanca, inmaculada, que sacada de su placido sueño emitió un graznido que se escuchó en toda la villa. 

La luz que se alejaba se detuvo y la calle que daba al Galpón poco a poco se empezó a iluminar. Unay entendió, finalmente y sin darse cuenta, lo que significaba aquella palabra y dijo para sí:

-Dios, sálvame por favor.