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Un punto medio

Un punto medio
Tomás Quintero Meza-Presidente NEXOS 
Twitter: tomasqm1

En los párrafos iniciales de la novela Conversación en la catedral de Vargas Llosa, se lee la frase profética de las reflexiones que van a surcar aquella épica: “¿En qué momento se había jodido el Perú?”. Aquella frase se convierte en un abrebocas perfecto para pensar, con melancolía y temor, sobre la podredumbre de algo que se supone debería enorgullecer. Hoy, lastimosamente, estamos viviendo con el vuelo incesante de la pregunta ¿en qué momento se jodió la policía? 

Esta pregunta sólo existe para algunos, otros son ateos y argumentan sin vacilación que una institución como la policía siempre ha estado jodida, que es su naturaleza. Para algunos, se está viviendo un momento de duda terrible, una desorganización de fundamentos y principios. “¿Quién nos protege de la policía?” ha sido una pregunta recurrente en las últimas semanas ante la violencia desproporcionada ejercida por la fuerza pública. Hoy, nosotros, (los jóvenes, los viejos, los pobres, los ricos) nos preguntamos por la legitimidad de la institución de la policía para ejercer la fuerza, en razón al malestar que ocasionan los abusos de autoridad que han sido recurrentes en los últimos días (y quizá, de manera habitual desde hace años). Habrá que preguntarse entonces: ¿será que los hechos recientes son consecuencia de unas “manzanas podridas” dentro de la institución? Y con ello, ¿será injusto reprochar estos actos a toda la fuerza pública? O bien, ¿la antipatía a la policía está justificada y el discurso que hoy se sostiene en contra de la organización es legítimo y necesario? 

Desde Nexos quisiéramos confiar en que la porción de policías correctos es mayor a quienes ejecutan actuaciones desmedidas en contra de la población civil. Creer en la idea de que hay seres humanos que direccionan todas sus acciones hacia el mal es una idea absurda y sin sentido, como también lo será creer que en una institución tan gigantesca todos obran de mala manera. Sin embargo, a pesar de que creo que éste pensamiento es bastante común, se escuchan en las calles gritos que ubican a todos los policías, a todos los manifestantes como malos. Estas afirmaciones generalizantes ¿Qué impacto tienen? Tendría que decir dos cosas: la primera es que la generalización ha posibilitado que ciertos cambios o exigencias sociales se lleven a cabo con celeridad. No obstante, también pueden provocar que las razones individuales que argumentan el malestar se reduzcan a odio o a un ideal débil que no provoca verdaderos cambios sociales; y la segunda es que tales expresiones han posibilitado que se construya, lamentablemente, un discurso de desprecio y violencia a ciertos grupos (sea policía, sea manifestantes) sin distinción del ser humano individual. 

El discurso de desprecio generalizante que genera violencia siempre será doloroso si nos pensamos en humanidad, sea éste dicho y ejercido por quienes le reclaman a la institución de la policía garantías esenciales o por quienes sólo ven (o sólo quieren ver) en las masas de las protestas una ola homogénea de vandalismo.
Sin embargo, hay algo claro, es incomparable la persona vestida con chaqueta de policía al civil que manifiesta, generaliza, alza la voz en las calles. La razón no es sencilla, puesto que implica pensar la legitimidad del poder público. 

No quisiera que este texto se volviese un aburrido escrito jurídico-político sobre la legitimidad, por lo que intentaré ser breve en éste apartado: la policía representa al Estado, este es aquel que tiene el monopolio legal de la fuerza, al tenerla, tiene el deber de usarla de forma proporcional y sólo como última instancia. Esa confianza se la dimos todos nosotros, pues esperábamos que éste nos protegería. Lo anterior es para decir que los gritos generalizantes de aquellos que se manifiestan solicitan un Estado, una policía, que los proteja y no los lastime, que cumpla ese pacto de confianza. 

Es difícil aceptar que el grito generalizante es prudente en algún contexto, pues se nos ha enseñado a distinguir entre lo bueno y lo malo, correcto e incorrecto, justo e injusto. No obstante, ésta vez no hay que diferenciar en que hay o no unas “manzanas podridas” dentro de la institución de la policía, puesto que aquel que tiene el monopolio de la fuerza no tiene derecho a excederse, a equivocarse. Sin embargo, no sobra recordar que el Estado se manifiesta a través de las personas, sujetos que pueden caer en el desacierto, por lo que habrá, entonces, que pensar las normas, la estructura y su eficacia para que los abusos (y quizás, también, errores) no ocurran. 

Si bien entiendo como necesario el reclamo que hace cierta población al Estado, ¿hasta qué punto éste puede ser generador de un odio y resentimiento peligroso? En general, un discurso será de odio cuando fomente el menosprecio y violencia al otro como ser humano. Por lo que tendrá valor el grito de los manifestantes cuando se dirija hacia el Estado, hacia la institución, hacia la policía como representante del poder, nunca al policía como ser humano, como congénere, como mi igual, en razón a que el discurso político motivado por ciertas circunstancias pasaría a ser entendido como una manifestación de odio que se agota en el desprecio al otro, es decir, el discurso que no concibe al otro en dignidad, aunque tenga una pretensión de cambio político para bien, queda reducido en antipatía. 

La invitación, ésta vez, es a preguntarnos aquellas famosas letras del escritor Alan Moore en su novela gráfica Watchmen de 1986, ¿quién vigila a los vigilantes? Pero, más relevante aún, es un llamado a reflexionar en las calles, no solo para ver más allá del portador del uniforme, sino también para ver al manifestante como alguien preocupado por el otro. A ambos como seres humanos, como fines en sí mismos. Sólo cuando seamos capaces de reconocer al otro en dignidad, trascendiendo así del odio y desprecio,  podremos comprender las razones que argumentan parte y parte, para así construir sociedad juntos.