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Vender tradición tejida

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Por: Juliana Heredia


 
Carlina Arce vende sus collares, canastos y bolsas tejidas en Medellín. Quince días atrás se fue de su tierra, el pueblo indígena Embera Katío en el Chocó, dejando a su madre viuda y a su hija. Normalmente, la economía de esta comunidad se sostiene por la pesca, la caza y la agricultura; son gente del maíz, que es lo que más se cultiva en la zona. Pero en las grandes ciudades su ingreso económico se basa en artesanías propias de su cultura. 

 
La situación de cientos de indígenas desplazados de sus territorios es la misma. Muchos de ellos llegan a las urbes huyendo de la violencia de los grupos armados, el narcotráfico y el reclutamiento forzado.

 
– ¿Dónde está viviendo?

– Niquitao. Tengo que pagar 20 mil pesos para la habitación del inquilinato. 

 
El barrio Niquitao ha sido albergue para los desplazados como Carlina —entre indígenas, inmigrantes, campesinos— que llegan a Medellín. Su camino para llegar hasta las zonas urbanas es largo, se exponen a peligros inminentes y, por supuesto, todo es agotador. 

 
En Colombia hay 106 pueblos indígenas reconocidos por la Organización Nacional Indígena de Colombia y, según un censo del DANE en 2018, hay 1.905.617 indígenas en el país. Muchos de ellos se asientan en parques y calles principales para encontrar una manera de subsistir. Familias enteras viven hacinadas en pequeñas habitaciones de inquilinatos.

 

Carlina se defiende poco con el español, logra decir una que otra frase y citar los precios de su mercancía. Sin embargo, todavía le cuesta y piensa mucho antes de hablar. 

 
– ¿Quién le enseñó a tejer?

– Mi mamá, mi abuela. Enseñaron collares para novia, para hacer fiesta. Ropa, canastos, todo me lo enseñó mi mamá y mi abuela.

 
​Los accesorios que antes se hacían con semillas y huesos pequeños, ahora se hacen con chaquiras o mostacillas de colores vivos. Con esto crean diseños de rombos, espirales, círculos e, incluso, animales. Aunque en la comunidad embera los tejidos son mayormente una actividad femenina, los hombres también confeccionan manillas, collares, aretes y accesorios para adornar el cuerpo. Representar la cosmovisión, los mitos y las tradiciones de esta comunidad es trabajo de todos sus miembros y estas artesanías son una manera de conservarlos. 

 
Unas cuadras más arriba está Delia Inés, también vendiendo accesorios en el parque de La Presidenta. En una esquina del lugar puso una manta con su mercancía y un pedazo de icopor apoyado en un murito para colgar aretes. Tiene 35 años y está atenta a la gente que llega al parque principalmente por el mercado campesino que se instala cada domingo. Mientras tanto Alessander, de unos 3 años, y Werman, de 9 meses, juegan a las peleas. Más de una persona se detienen a observar la escena, conmovidos por la inocencia de los dos pequeños.  

 

– ¿De dónde viene?

– Risaralda. Vivo sola en la montaña. Aquí llevo ocho días.

 
Los dos hermanos están inquietos, tienen mucha energía. Saltan y corren de aquí para allá hasta que el juego se transforma en una verdadera batalla entre ambos. Delia los separa, reprendiéndolos en su dialecto. Carga a Werman en su espalda y sigue atendiendo a las personas que llegan a su puesto de venta. 

 –¿Quién le enseñó a hacer los collares?


– Mi mamá. Con aguja y tejiendo–. Sus respuestas son muy cortas y simples. Habla despacio y repite algunas palabras como para asegurarse de que yo entienda lo que dice.

 Pertenece al pueblo Embera Chamí, gente de la montaña. Es tradición que las madres y abuelas les enseñen a las nuevas generaciones este arte tejido. Lo que más llama la atención son unos colibríes hechos con chaquiras de colores y los famosos Okamas. Estos últimos son los más populares, pues son una prenda femenina altamente simbólica en la cultura embera. Okama significa “camino que recorre el cuello” o “camino tejido”, es un elemento sagrado para las mujeres. El tejido del collar habla sobre las experiencias propias que vive la mujer, como un tipo de registro temporal codificado; sus ilustraciones representan historias de vida. Para los embera, el tejido es una manera de pintar imágenes y de plasmar anécdotas.


Antiguamente, los collares y brazaletes tenían poderes de sanación y protección para la persona que lo portara. Todavía hay algunos que conservan la costumbre de crear diseños especiales para rituales de la comunidad. Se utilizan decenas, cientos, hasta miles de chaquiras dependiendo de lo que se vaya a realizar y los trabajos pueden tomar días o semanas para estar listos. Para esta cultura, los colores y figuras utilizados en los diseños no son casualidad, todo tiene un significado e intención conectado con la tierra y la naturaleza. 

Estos elementos construyen historias, son una manera de mantener vivas las tradiciones orales que perduran entre generaciones. No usan letras para contar las historias, sino patrones en los tejidos. Antes eran objetos con significados importantes para el pueblo Embera, ahora son accesorios coloridos que las personas ajenas a su cultura utilizan y los turistas compran como un bonito souvenir.

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