Nacido en el año 1955 en Úbeda, región de Andalucía (España), el historiador José Luis Villacañas Berlanga es profesor de la Universidad Complutense de Madrid, y desde hace una década ofrece la cátedra Historia de la Filosofía Española. Cuenta con una extensa obra en filosofía y ensayo, además de producciones literarias y en historia. Algunos de sus más comentados libros son Historia del poder político en España (2014), ¿Qué imperio? (2007) y La monarquía hispánica (2018) tienen hoy una especial connotación por la conmemoración de los 200 años de la Batalla de Boyacá.
El profesor Villacañas Berlanga es uno de los invitados internacionales al seminario Nuevas miradas a la independencia hispanoamericana, un encuentro con la historia, evento organizado por EAFIT para conmemorar el Bicentenario y que se realizará este viernes 2 de agosto sin costo entre las 9:30 a.m. y las 7:00 p.m. en el auditorio 38-110 con un componente académico y cultural.
Una de sus nociones historiográficas es “Nación tardía”, ¿cómo aplica esta categoría al contexto hispanoamericano?
Lo aplico a todas las sociedades imperiales, es decir, a todas las comunidades de naturaleza imperial. Cuando los imperios caen o se desmoronan tienen todavía una larga experiencia histórica de constituirse como unidades de pertenencia. En la América Hispánica la comunidad pertenecía a la ciudad y el problema de las sociedades hispánicas, tanto en áreas de la península como en América, es cómo organizar ciudades en un cuerpo político unitario.
Cuando las sociedades imperiales se desmoronan, el proceso de construcción de una sociedad nacional, a partir de unas ciudades que tienen gran voluntad de autonomía, es un proceso muy complicado y que suele durar siglos. Todas las sociedades: la alemana, la italiana y la latinoamericana han debido pasar por largos procesos de sociedad nacional que están atravesados por compresiones diferentes de lo que es la comunidad nacional. Eso implica que son sociedades inseguras, muchas veces que no han logrado reformar la constitución de forma pacífica y están atravesadas por esa inquietud de su ser nacional.
¿Cómo se ha transformado la idea de nación en Hispanoamérica en estos 200 años de vida política?
Ha variado de un modo sustantivo. El estado-nación sigue siendo una buena forma de tener fidelidad a la ley, de tener participación política, de integrarse. Desde ese punto de vista sigue siendo válida la estructura del estado-nación como forma de relacionar los poderes públicos con sus bases democráticas. Pero, justamente, tenemos que comprender la nación de un modo menos homogéneo, como una estructura más integradora y más capacitada de integrar heterogeneidades, no obsesionado por la homogenización propia del siglo XIX. Tenemos que comprender el estado nacional como una realidad política capaz de integrar en estructuras complejas y heterogéneas superiores al estado-nación, de naturaleza federal, con las regiones andinas o naciones latinoamericanas. En el mundo la soberanía absoluta ya no existe y, por lo tanto, los estados tienen que mirarse hacia adentro para ser más plurales y hacia fuera con más capacidad de cooperación.
¿Durante la monarquía hispánica existieron ideales utópicos respecto a América?
En el momento de la crisis hispánica, España prefiere mantener la monarquía absoluta de Fernando VII y perder a América, que tener que ofrecer un régimen liberal. No creo que funcionara América en la mentalidad de Fernando VII como una gran utopía y como el elemento que iba a permitir a España mantener una cierta hegemonía europea, ni nada por el estilo. Creo que a partir de 1814 España vive de espaldas a América, porque la civilidad política es de tal índole que ya no puede mantener la idea utópica de seguir gobernando con su propio estado moral y económico en decadencia.
Por lo tanto, no creo que América sea para los españoles el continente que ofrezca una idea de salvación. América volverá a ser en el imaginario español una esperanza cuando las grandes crisis españolas como guerras civiles, hambrunas, debilidad económica fuercen una inmigración inmensa de españoles hacia los territorios americanos. Pero ya no será una idea política específica la monarquía.
Usted habla de ideas preconcebidas en la historia hispanoamericana, ¿cuáles son estas ideas que deben ser suprimidas?
La más importante es la idea de que por el hecho de hablar el mismo idioma estamos en mejores condiciones de mal comprendernos, pues no estamos verdaderamente dispuestos a una idea cooperativa. Una vez entendamos eso hay que tener condiciones de comprender que cada pueblo, en los dos siglos que han pasado de construcción de estado nación en América, han configurado identidades. Y tenemos condiciones de entender que ya cada pueblo tiene su identidad, su propia historia y su complejidad historiográfica. También España tiene que asumir que en América creó un régimen racial, porque generó un sistema de dominación que consistía en organizar las castas desde negros hasta mulatos, en todos los órdenes. Y que este régimen racial, que es una estructura que fundó España, ha producido muchísima injusticia y mucho malestar en las poblaciones. España tiene, desde ese punto de vista, que hacer todo lo posible porque ese régimen racial se supere de una vez por todas.
¿Cuánto tiempo lleva estudiando la historia hispanoamericana?
Vengo estudiando la historia intelectual hispana, en términos generales, aproximadamente desde el año 1998 cuando empiezo a preguntarme por la influencia del pensamiento alemán y europeo en la cultura hispana. A partir de ahí me concentro en grandes figuras que han sido especialmente importantes en el diálogo de ideas entre Europa y España. Y cuando llego a la Universidad Complutense de Madrid comienzo a realizar un máster de pensamiento español iberoamericano. Intento mostrar cómo ha sido el camino de las ideas que cruzan el Atlántico. Lo que más me interesa describir es la conversación intelectual del mundo euroamericano.
¿La crisis que vivió el imperio hispánico con la invasión de Napoleón en 1810 y la posterior adjudicación del rey Fernando VII qué impacto tuvo en las independencias americanas?
Debemos identificar una causalidad estructural y una casualidad más circunstancial. En la estructural tenemos que tener en cuenta que el imperio español tiene una serie de condicionantes muy importantes. Podemos decir que la población y la administración española eran demasiado reducidas para tener un control completo del territorio americano, por lo tanto la colonización española se hizo sobre grandes ciudades, que tenían que encargarse de controlar el territorio. Esto significa que durante mucho tiempo el control español del territorio americano era muy poroso.
Cuando ese control se intentó intensificar en el siglo XVIII, trayendo funcionarios militares, profesionales españoles a las élites urbanas de las ciudades hispanoamericanas, se padeció un agravio porque algo que ellos estaban controlando, prácticamente durante dos siglos y medio, comenzó a ser controlado por funcionarios españoles. Y ahí sale un agravio entre los peninsulares y los continentales americanos que comenzó a generar malestar importante.
En segundo lugar España quiso controlar el comercio con la América hispana de forma monopolística, pero no tenía una economía tan variada y poderosa como para poder mantener ese comercio, por lo que naturalmente las ciudades hispanoamericanas buscaron comerciar con otras potencias, fundamentalmente Gran Bretaña y Estados Unidos, mediante el contrabando.
Cuando eso se mezcla con crisis circunstanciales, como que España tiene una crisis de la monarquía porque Napoleón la había invadido y no se sabe si el rey sigue siéndolo, es lógico que los hispanoamericanos lucharan por su independencia. Y por eso, inevitablemente, a partir de 1814 las guerras de independencia van a acabar siendo victorias de las nuevas Repúblicas de América.
¿Qué tipo de instituciones existían en América antes de la llegada de la colonia?
Habían dos grandes culturas. Los mexicas que tenían el control del territorio mexicano y el Tahuantinsuyo, que es el imperio incaico y reunía todos los valles de los Andes, prácticamente desde los valles del Urabá hasta Chile. Esas dos grandes estructuras imperiales constituyeron avances civilizatorios de la misma naturaleza que pudiera significar los grandes imperios. Estamos hablando de estructura muy sólidas políticamente.
Ahora, tenemos que preguntarnos porque esas dos grandes estructuras e imperios americanos pudieron ser desarticulados por los pocos conquistadores españoles. Desde mi punto de vista, la clave de la situación fue fundamentalmente una: los españoles tuvieron traductores. Este hecho, que hace que las condiciones de entender al otro para decirle lo que quieres decir de ti, fue decisivo para comprender la cultura azteca y la cultura inca. Y, sin embargo, ofrecer una idea de cultura europea grandiosa, teológica e imponente, que estaban en condiciones de imponer cierta idea civilizatoria.
Los grandes escritores mestizos acaban reconociendo que los imperios americanos eran desde cierto punto de vista comparables por su potencia y su estructura a los grandes imperios europeos. Y creo que con el tiempo los propios criollos se fueron dando cuenta de un modo paulatino que eran los portadores de dos herencias. De una herencia prehispánica, en algunos casos muy importante y organizada sobre estructuras de justicia, sobre todo en el imperio Inca, y naturalmente la herencia europea. Y creo que eso es lo grandioso, lo que quizás sostiene a las élites criollas en su voluntad de independizarse, esa autoconciencia de que son portadores de grandes herencias.
Actualmente trabaja en un proyecto editorial llamado Inteligencia Hispana, ideas en el tiempo, ¿de qué trata esta investigación?
Es un proyecto de 21 volúmenes que está diseñado, prácticamente, para hacer algo durante mi vejez. En este momento estamos acabando el tercer tomo, que sale en otoño, y es la aspiración a mostrar que en cada generación hispana han habido personas que han pensado su propio presente. Y eso lo han hecho siempre mirando a Europa y, a partir de 1482, mirando a América. Por lo tanto, tenemos que aprender a diferenciar lo que podemos llamar la historia de las élites gobernantes, de las monarquías y la historia de la inteligencia, que muchas veces es crítica con la historia de los gobiernos. Lo que quiero es demostrar que la realidad es mucho más que el poder, la realidad hispana es la comprensión en cada tiempo de cuáles son los problemas que nos enfrentamos. Mi intención es que generemos entre la ciudadanía la suficiente inteligencia crítica para que de una manera patriótica se propongan soluciones que el poder nunca va a ver, porque el poder es fuerte pero miope. Y tenemos que llamar a la pluralidad de los ciudadanos para comprender mejor esta situación.
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Alejandro Gómez Valencia
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