Omitir los comandos de cinta
Saltar al contenido principal
Inicio de sesión
Universidad EAFIT
Carrera 49 # 7 sur -50 Medellín Antioquia Colombia
Carrera 12 # 96-23, oficina 304 Bogotá Cundinamarca Colombia
(57)(4) 2619500 contacto@eafit.edu.co

Ediciones Skip Navigation Linkscenizas-quedan-edicion-208 Cenizas quedan

EAFITNexosEdicionesCenizas quedan

Cenizas quedan

Andrés Carvajal López
acarvajall@eafit.edu.co

 

Después de haber sobrevivido a un incendio que cobró la vida de dos personas, Rafael Ballesteros asegura que el destino le regaló una nueva oportunidad para reinventarse.

 - ¡Doña Fanny, por favor, hay un incendio en la casa de Antonio! — advierte una de sus vecinas, que busca ayuda de forma desesperada.

 - ¡¿Cómo así doña Marta?, si Rafael todavía está allá! — exclama la mujer con angustia, mientras siente cómo el pánico recorre cada uno de sus poros.

Esa misma tarde, Antonio Restrepo trabajaba con su mejor amigo, Rafael Ballesteros, reparando vehículos en la acera frente a su casa. Desde su juventud, ambos habían mantenido un estrecho vínculo no solo por el hecho de ser vecinos, sino también porque sus madres habían sido amigas desde hace muchos años.

El fin de semana había llegado, así que decidieron organizar una fiesta para relajarse de las tensiones laborales y divertirse con sus demás amigos, algo inusual, pues ese lugar nunca había sido usado para una reunión de este tipo. A las dos de la mañana, casi todos los invitados se habían ido, a excepción de Rafael y dos hermosas jóvenes del barrio.

Fanny, la madre de Rafael, salió al portillo para preguntar si su hijo todavía estaba dentro de la casa; Antonio le respondió, en tono de burla, que debería dejar de cuidarlo como si fuera un niño, pero le aseguró que él mismo se iba a encargar de que no saliera en toda la noche. Al ver que las dos señoritas no se habían ido, Antonio volteó hacia ellas y les preguntó si tenían permiso de quedarse hasta tan tarde, pero una de las dos, María Alejandra, dijo que no tenían prisa.

Luego de calmar un poco los nervios de Fanny, Antonio la tomó de la mano y le deseó una feliz noche. "Nunca había sentido algo tan frío en toda mi vida", recuerda la mujer, quien incluso tuvo la necesidad de ponerse una chaqueta y de empezar a rezar para poder quedarse dormida.

Las dos parejas se quedaron charlando en el salón principal, pero poco después una de las muchachas decidió marcharse porque Rafael no quiso tener nada con ella y prefirió irse a dormir en la habitación trasera. Aunque antes de irse sintió un pequeño olor a gas, no quiso comentar nada y simplemente se fue.

Antonio, por una razón que se desconoce, aseguró con llave todas las puertas y ventanas del lugar. El hombre, de 45 años, se sentó nuevamente con Alejandra, de 18, y, sin saber que la tubería tenía una diminuta fuga, encendió un cigarrillo que provocó un aterrador incendio que consumió los muebles recién comprados, las paredes y aparatos electrónicos rápidamente, que ni siquiera les dio tiempo de reaccionar.

Rafael, que estaba acostado en la pieza posterior, se levantó al escuchar un sonido similar al de una turbina que provenía de la sala. Cuando vio que las llamas se acercaban cada vez más hacia él, saltó por una pequeña ventana que daba al patio, pero su esfuerzo fue en vano, pues esa reja también estaba asegurada. Al sentirse acorralado por completo, su única esperanza era que sus gritos fueran escuchados, así que se colgó de unas varas metálicas que estaban a más de dos metros del suelo para intentar escapar, pero solo consiguió doblarlas por la enorme fuerza que aplicó en su maniobra.

Simultáneamente, los vecinos se habían reunido afuera porque tuvieron la impresión de escuchar a alguien pidiendo auxilio. El fuego ya era incontrolable y la chapa de la puerta principal no cedía, por lo cual decidieron llamar al número de emergencias para reportar la situación. En el lugar se reunieron muchas personas, incluida Fanny, quien rezaba para que su hijo fuera el de los gritos.

Quince minutos pasaron desde la primera llamada hasta que se empezaron a escuchar las sirenas aproximándose. El camión de bomberos y la ambulancia chocaron en la intersección, e hicieron más larga la angustia de todos, pero lograron recomponer la marcha en poco tiempo y llegaron.

Adentro, Rafael, que tenía dos celulares, marcó inconscientemente al 123 y a otro de sus amigos. Cuando escuchó que los policías y bomberos intentaban abrir la puerta, sintió que iba a estar a salvo; pero, los forcejeos cesaron después de varios intentos y solo se escuchaba el crepitar de las vigas que sostenían la estructura. "¡¿Por qué no entran?! ¡No me vayan a dejar morir!", gritaba el hombre atrapado entre las llamas a la operadora que atendía su llamada.

Justo allí perdió todas las esperanzas, se quitó su camisa naranjada, la empapó en el lavadero y se la puso alrededor del rostro para que, al menos, pudieran reconocer el cadáver.

Juan Pablo Alzate, a quien había llamado, llegó lo antes posible. En ese momento, vio cómo los encargados de rescatar a su amigo se habían rendido en abrir la puerta y se negaban a disparar para romper la cerradura. Entonces, tomó un revólver calibre 38 que estaba oculto detrás de la puerta de Fanny y apretó el gatillo tres veces para hacerse paso hasta Rafael.

Cuando la entrada fue despejada, Juan Pablo se dispuso a entrar en compañía de Fanny, pero las autoridades se los impidieron, advirtiendo que sería demasiado peligroso. Unos hombres equipados con trajes especiales atravesaron los flameantes remolinos que llegaban hasta el fondo de la casa, en donde encontraron a Rafael inconsciente debido a que estuvo expuesto a los vapores calcinantes por un periodo prolongado.

Cuando verificaron que todavía tenía signos vitales, lo cargaron hasta la calle y lo acostaron en la acera. Su cuerpo estaba cubierto por una especie de círculos blancos, su piel se había oscurecido por el humo y su garganta estaba obstruida por la ceniza, pero estaba vivo, al fin y al cabo. "Los paramédicos me dieron algo que me hizo vomitar una cosa negra y cuando vieron que reaccioné me llevaron de una al hospital", agrega.

Una vez allí, los problemas de Rafael parecían no terminar, pues los médicos de urgencias se negaron a revisarlo a pesar de que venía de un incendio. Fanny, que acompañó a su hijo hasta allí, recuerda que los rescatistas respondieron enfurecidos ante la negligencia de los doctores, amenazándolos con una denuncia si algo llegaba a pasarle al paciente. "Casi que no lo dejan entrar. Esos bomberos se tuvieron que poner a pelear allá porque no querían dizque atenderlo". La intimidación surtió efecto y, después de todo lo que vivió, Rafael pudo descansar.

De vuelta en la casa, las brasas traspasaron hasta la casa de Fanny, abriendo un gran agujero en el techo que derritió algunos muebles, un televisor y un equipo de sonido. Los bomberos consiguieron mitigar el incendio a las 3:45 a.m., revelando el estado en que se encontraba aquel domicilio de la calle 64 con carrera 41.

Solo quedaron cenizas. Nada se pudo rescatar de entre los escombros. Los cadáveres de Antonio y María Alejandra quedaron ocultos bajo la puerta derribada, en una escena que no se podrá borrar jamás de la memoria de quienes presenciaron el hecho: "Ellos dos quedaron calcinados, negros, pero solo de las rodillas para arriba. La ropa se les había fundido con la piel. Antonio quedó con las llaves en la mano y una pierna flexionada, Alejandra quedó con el pecho hundido por las siliconas que tenía y con la vagina como una granadilla", evoca Fanny entre escalofríos.

En las primeras horas de la mañana del 2 de noviembre, los medios de comunicación locales llegaron al sitio en busca de información, los transeúntes quedaron atónitos cuando contemplaban la estructura devastada, y las familias de los fallecidos se negaron a asimilar el nefasto destino de sus seres queridos.

Las investigaciones respectivas no pudieron llevarse a cabo debido a que la madre de María Alejandra no permitió que exhumaran el cuerpo. Esa misma tarde desalojó su vivienda y dejó para siempre el barrio.

Rafael quedó intacto, no tuvo ninguna lesión o complicación y pudo regresar a su casa pocas horas después. A pesar de que recibió ayuda psicológica, el diagnóstico no determinaba traumas o secuelas, sin embargo, por lo menos cuatro años pasaron para que lograra superar este episodio: "Yo sentía el olor a natilla o a carne asada y me alteraba por completo. No permitía que cerraran ninguna puerta con llave ni que me invitaran a fiestas", sostiene Rafael, quien debe tomarse una copa de ron al recordar esta situación.

 "Yo pienso que la única razón por la que sigo vivo es porque tenía que cambiar mi vida. Yo no valía ni un centavo en ese entonces, me habían encendido a bala, me habían atropellado y por eso me pusieron 'el gato de las 7 vidas'. Cambié pensando en mi mamá y en mis dos hijas. Ese revolver me lo habían dado para cuidarme y cuidar al barrio. Lo limpié, lo pulí y lo recargué sin saber que me iba a salvar la vida", manifiesta.

A sus 47 años, Rafael Ballesteros es un hombre diferente. Puede respirar y vivir con total confianza, no tiene esa preocupación de estar en malos pasos y agradece todos los días por esa nueva oportunidad que recibió. De esa conducta que tenía ocho años atrás solo quedan las cenizas y el arrepentimiento, que forjaron el cambio de vida que tomó a partir de entonces.